Últimas imágenes



Mis últimas imágenes del año son un netbook regalado por mi hermana (a cambio de los canguros -es lo que puse en mi carta a los reyes de oriente) con el que pasaré algunas temporadas en la tierra de la niebla este 2012, mientras mi madre se recupera de sus dos pequeñas operaciones pendientes. Haré la comida y llevaré la casa, con mi padre al lado que intentará descifrar los secretos de un buen sofrito y del zig-zag de la fregona.

Mis últimas imágenes del año son una portería hecha con dos ramas de árbol entre los manzanos de la tierra de la niebla, la tarde de Navidad con mis sobrinos. Hacía sol y ellos depositaron sus forros polares sobre la hierba para intentar meterme un gol. Ganó el pequeño faraón Nil -sin trampas- con sus seis goles, por sólo cuatro del pequeño Hayden.

Mis últimas imágenes del año son el mediodía de Sant Esteve, fumando en la terraza de la granja de los caballos. El sol trazaba una diagonal y dejaba la mitad de las baldosas en la sombra y la otra mitad con luz, mientras se asomaba tras el muro del edificio de los vecinos, que son más ricos que nosotros y disponen de un piso más de altura. Mi culo estaba sobre una escalera de granito. Una nalga en la sombra, la otra en el sol. Y debajo -en los dos primeros pisos- estaban mis padres: preparando la comida, mirando la tele, planchando ropa, preocupándose por la temperatura de la casa... Espero conservarlos un año más. Y después otro, y otro. Es lo que pido cada año por estas fechas. Simplemente eso.

Mis últimas imágenes del año son dos hipopótamos durmiendo en plan 69 en el zoo de Barcelona, un gorila grande que la miraba y unos pingüinos graciosos que posaban para su cámara. Y un pequeño Hayden y un pequeño faraón Nil que nos hacían de guía, a la turista y a mí, por esas instalaciones que los niños se conocen de memoria. Siempre me acordaré de esa libreta con dibujos de animales en blanco y negro que la turista, que jamás había entrado en ese recinto, le enseñó a hacer a mi sobrino mayor. Fue altruista. Le importaban más los leones dibujados que los vistos.

Son mis últimas imágenes de 2011. Me pido algo parecido para 2012.

Seguimos vivos, nos hacemos compañía. ¿Qué más queremos?

Bona entrada d'any a tothom.

Breu encontre



Dijous o divendres de la setmana passada pujava arrossegant les ofertes del Lidl per l'avinguda de Sant Joan, quan em vaig aturar en un banc a fer un cigarret perquè ja sóc una mula de càrrega vella. Vaig treure la capseta del The New Yorker que em van regalar recentment per guardar el meu tabac d'embolicar i vaig buscar un d'aquells cilindres verinosos amb la punta dels dits. Una noia molt jove i amb la cara molt rodona va creuar un semàfor en vermell per abordar-me. No tenia angles, només corbes.

Ella dreta i jo assegut, no entenia el que em deia. Alguna cosa com ara: "Ens el liem?" Em vaig treure els auriculars de les orelles. Pensava que em demanava tabac. Però no. Em preguntava: "Ets el Guillem?". "Em sembla que no", li vaig respondre. Va posar cara de resignació, mentre em deia: "Et sap greu que m'assegui aquí mentre l'espero?". "És clar que no".

La noia molt jove i amb la cara molt rodona va fer sortir un entrepà de la seva motxilla, com si fos un conill d'un barret de màgia, i va començar a menjar, estranyament al meu costat, mentre jo fumava i l'arbre de Nadal veí feia pampallugues. Tot era gairebé silenci, tret de quan passava l'òmnibus 39 per darrere del nostre banc i ens feia tremolar mentre la gent passejava els seus gossos donant-los ordres per l'avinguda. No feia mala nit.

-Et puc preguntar qui és el Guillem? -em vaig atrevir a demanar-li a la meva companya de seient, al cap d'una bona estona.
-Encara no ho sé -em va respondre mentre mastegava tota tranquil.la i em regalava un somriure.

Qualsevol que ens hagués vist hauria pensat en un pare i una filla -que mai no tindré- que tornaven a casa carregats com a mules amb les ofertes del Lidl. Preparant el Nadal.

PD: Que tingueu unes molt bones festes. Ens retrobarem amb el mateix forat del cinturó cordat. No s'hi val a fer excessos que estem en crisi i hem de pagar la nova casa del Zapatero, el sou de senador del Montilla, el rescat dels bancs... Aquests dies, em penso perdre entre les pomeres de la terra de la boira. Elles al menys produeixen alguna cosa que es pot menjar. I allí sóc jo mateix. Diuen a la pel.lícula Un método peligroso: "Y haga lo que haga, no pase por el oasis sin detenerse a beber". Això faré. Us recomano molt aquesta pel.li del David Cronenberg. Encara la fan als Verdi de Barcelona. O la podeu veure si us la passa una bona amiga en un pendrive.

La primera vez que aprendí a nadar (sigo haciendo cursillos).



Siempre me apunto en una libreta lo que he gastado y lo que he ganado en el día, procurando que la mayoría de veces el resultado sea positivo. También anoto, en plan telegrama, las cosas curiosas que me han pasado. Hoy he escrito: "6,47 euros de gasto. O euros de ingreso. Viaje al centro de la ciudad en el ómnibus 39 con la mujer de los mares del sur, como marqueses, para comprar una cunita de mimbre para las muñecas de su sobrina de dos años que tiene mofletes de princesa. Luego sesión fotográfica del teckel Bruc en los Jardinets de Gràcia con luces de Navidad a su espalda mientras el perro posaba en plan actor" (la vida es así de sencilla y bonita). Finalmente, he respondido el email de mi hermana con aquella propuesta de volver a guardar a sus hijos y a la pequeña Marina.

No sé si servirá de algo apuntar todo eso a mano. Pero si un día quiero recordar, necesitaré desplegar esas fichas que escribo desde hace poco más de diez años. Lo de antes, dependerá de mi memoria.

Una noche cercana en que guardé por primera vez a la pequeña Marina, recordé que de pequeño pasaba el verano en las piscinas municipales de la tierra de la niebla con Sala (que estaba gordito y bizqueaba, pero era gracioso) y con Miró (que era el guapo de los tres, pero era aburrido). Yo ni estaba gordito, ni bizqueaba, ni era gracioso, ni guapo, ni aburrido. Simplemente, era el tercer chico que subía al bar, a estela de los pasos de los otros dos que ascendían los peldaños de tres en tres, con esos bañadores que parecían calzoncillos, para pedir un polo de naranja.

Abajo, sobre la toalla, estaba Lídia, con sus elásticos trece años. La misma edad que la nuestra. Pero la suya era diferente; esa niña parecía más adulta. Los tres chicos nos multiplicábamos por diez para llamar su atención y nos convertíamos en el gordito, en el bizco, en el gracioso, en el guapo, en el engreído, en el invisible, en el sonriente, en el listo, en el que tenía los mejores cómics del Capitán Trueno, en el hijo del amigo de su padre... Y ella seguía coqueta sobre su toalla verde sin hacernos caso.

A sus trece años elásticos nos girábamos para mirarla, mientras procurábamos no tropezar por las escaleras y evitar que ella se riera de nosotros, mientras íbamos en comando a por el polo de naranja.

A finales de ese mismo verano mis padres me apuntaron a natación, entre otras cosas porque todavía no sabía nadar a los trece años. Me daba un poco de vergüenza aprender a flotar en una piscina tan viejo, entre aquellos críos de ocho o nueve años. Pero sobre el corcho vecino, a punto de golpear con sus pies elásticos por primera vez en el agua, estaba Lídia. Tampoco sabía nadar y sus progenitores habían considerado apuntarla a natación. Sonreí en mi interior, mientras el gracioso Sala y el guapo Miró lamían un helado en las alturas, envidiando no saber nadar para ocupar mi lugar junto a ella.

Recuerdo que Lídia, a pesar de pasarse la vida en la piscina, era blanca de piel. Tenía pecas junto a la nariz aguileña y los ojos muy grandes que sonreían más allá de su boca, mientras daba zancadas en el agua, procurando no ahogarse, como yo. Recuerdo aquel profesor de natación que nos ponía la mano bajo la barriga (cosa humillante a mi edad de entonces). Nosotros intentábamos no tragar agua y, de vez en cuando, nos mirábamos -Lídia y yo- entre esas olas tremendas creadas en esa piscina de la tierra de la niebla, hasta que tocábamos con la punta de los dedos el cemento final, cuando ya estábamos a salvo. Entonces miraba a la chica, mientras escupía agua antes de sonreírle, con mi cuerpo de niño.

No tengo anotado eso en las fichas de ahora. Ni lo que gastaba entonces, ni los cinco duros que ingresaba de mis padres para pasar la semana. Sólo son recuerdos y espero no sufrir jamás una enfermedad mental que me los borre de mi memoria como si formateara el disco duro mi mente. No existen copias de seguridad de todo aquello. Sólo este blog.

Siempre hay una primera vez para todo en la vida. Para aprender a nadar, para intentar amar, para hacer una paella, para que te digan que al ajo hay que quitarle el corazón verde antes de ponerlo en la cazuela. Para facturar las maletas en la consigna de un vuelo con un destino que te da miedo. Y no siempre hay cursillos para aprender todo eso.

Toda mi vida recordaré que una vez aprendí a nadar al lado de una niña clara de piel, mientras ella me miraba al final de la meta, y que ese es el único certificado de algo que tengo colgado en mi habitación: el de natación.

Al verano siguiente, Lídia y yo ya nadábamos como peces. Nos sumergíamos en el agua mientras su hermano mayor nos tiraba piedras lejanas para que las rescatáramos del olvido en el fondo de esa piscina entre manzanos.

En una de esas inmersiones, encontré una pulserita barata en el cemento azul bajo el agua. Alguien la había perdido, pero no iba a entregarla a la señora que nos cobraba en la entrada. Me pareció un tesoro y se lo regalé a Lídia sobre ese césped de las piscinas municipales. Se la puso en su muñeca, me miró y se largó a correr con sus amigas.

Ella era blanca de piel. Tenía pecas junto a la nariz aguileña y los ojos muy grandes que sonreían más allá de su boca. Teníamos catorce años y nunca he vuelto a saber nada más de ella. Hasta que una noche de hace un par de semanas me acordé de esa niña, mientras guardaba al pequeño Hayden, al pequeño faraón Nil y a Marina.

Marina es amiga del pequeño Hayden desde que eran muy niños. Se conocieron en el parvulario y han aprendido a crecer juntos, aunque ahora vayan a escuelas diferentes. Se quieren y esa noche en que les hice de canguro tuve que pedir orden en su habitación. No paraban de contarse secretos con sus linternas escondidas bajo las sábanas. Era tarde y debían dormir, pero me hicieron recordar a Lídia. El pequeño Hayden y Marina también aprendieron a nadar juntos en los viajes que sus familias comparten desde hace tiempo al oeste de Francia.

Quizá un día mi sobrino mayor encontrará una pulserita en el fondo de una piscina o en una playa y se la regalará a Marina para que cuando se acerquen a los cincuenta años se sigan acordando el uno del otro. Sin embargo, ellos todavía tienen nueve añitos y todo por delante.

Esa noche en que guardaba a los niños (ellos ya dormían), puse el nombre y el apellido de Lídia en el Facebook del ordenador de mi hermana. Salieron dos perfiles. Hice clic en el primero. Era ella. Me salió a la primera. Estaba allí, aunque no la reconocía. Apenas conservaba sus ojos grandes y las pecas junto a la nariz aguileña. No había rastro de la pulsera en sus muñecas y había desaparecido aquel fulgor infantil de su rostro. Pensé en proponerle amistad clicando en "agregar a mis amigos". Pero no lo hice porque todo aquello ya es pasado y esa pulserita que encontré en el fondo de la piscina debe reposar en algún vertedero de la tierra de la niebla.

Pensé que yo también habría envejecido a sus ojos si me pudiera ver ahora. Lo escribí en la ficha del 14 de diciembre, junto a los gastos y los ingresos. Y las otras cosas que me habían pasado ese día y que voy a releer cuando sea un anciano y necesite recordar. Como ese viaje al centro de la ciudad en el ómnibus 39 con la mujer de los mares del sur, como marqueses, para comprar una cunita de mimbre para las muñecas de su sobrina de dos años que tiene mofletes de princesa. Y luego esa sesión fotográfica del teckel Bruc en los Jardinets de Gràcia con luces de Navidad a su espalda mientras el perro posaba en plan actor (la vida es así de sencilla y bonita).

PD: Ho volia fer més curt, però no me'n surto. Disculpeu el rotllo.

Porra Madrid-Barça (hi ha premi)



Em ve de gust fer una porreta de cara al Madrid-Barça de dissabte. I a vosaltres?

Si algú l'endevina pot triar entre aquests premis.

A. Botellón amb el Martí amb el chumba-chumba dels altaveus del seu cotxe a tota pastilla en un polígon industrial aïllat. Us ensenyarà tots els poemes que té tatuats al cos (els que es puguin mostrar).

B. Berenar amb gotet de llet amb Nesquik (ell odia el Cola-Cao) i galetes Maria amb l'Òscar i la seva sogra. Segurament ell marxarà amb qualsevol excusa i us deixarà tota la tarda amb aquella senyora.

C. Sessió de jacuzzi amb el Veí de Dalt mentre ell explica acudits de Barragán amb una cantata de Bach de fons. És així de polièdric.

D. Paelleta a cal Gatot, que s'acabarà convertint en un arròs caldós perquè a ell li encanta improvisar. Després us portarà a caminar descalços pel jardí. A Salt.

E. Passejada en Vespa amb Fra Miquel per Barcelona, com si fossin unes Vacaciones en Roma. Això sí, s'aturarà a cada cantonada per explicar-vos un arbre.

F. Veure la repetició del Madrid 2-Barça 6 i del Barça 5-Madrid 0 al meu ordinador, assegudets al Turó Parc. Porteu coixí, perquè els bancs són durs i els partits llargs.

Jo dic 1-4. Si guanyo, em demano el Veí de Dalt. Estaríem monos tots dos al jacuzzi i ell dale que te pego fent de Barragán.

PD: Teniu temps de fer la porra fins un minut abans que comenci el partit.
PD2: Aquest post me l'ha inspirat una noia que m'ha demanat un resultat del partit, tot caminant per Gràcia amb el seu gos ventilador que ja m'estima (el gos, ella no).
PD3: Bases dipositades davant notari.

Paraguas



En ocasiones pienso que debo tener pinta de cura porque la gente de Blogville se me confiesa sin parar. Por email, por teléfono, por la calle. Es horrible. Me siento su paraguas de la tienda de chinos.

El otro día caminaba con Xènia cuando me contó que le encanta salir de casa con ropa interior masculina bajo sus pantalones. Dice que se siente más segura de sí misma. Hace poco tomaba una cerveza con MK y me explicó que tiene un puente entre su contador eléctrico y el de la comunidad de vecinos para pasar un invierno calentita con los radiadores a tope (pagué las bebidas porque ella se había olvidado el monedero en casa tras decirme "y yo que quería invitarte"). ¿Y cuándo fue que Fra Miquel me enseñó la plantación de marihuana en su huerto urbano con una gorra jamaicana sobre su cabeza? Recuerdo perfectamente cuando País Secret me mostró su catalejo de mirar el Mediterráneo, pero que casualmente apuntaba a la ventana del dormitorio de su vecino de enfrente. O cuando la Rateta Mickey me confesó por email que se había dado cuenta de que odiaba a la gente de Blogville mientras escuchaba una canción de Dani Daniel en su iPod. Hay confesiones inconfesables, como la del Veí de Dalt que un día me llamó por teléfono para decirme que le gustaría escribir cosas tiernas pero que se lo ha comido el personaje.

Y todos me hacen jurar que jamás contaré sus secretos. Me ofende porque yo soy una tumba.

Otras veces creo que tengo pinta de periodista del corazón porque la gente de Blogville me cuenta chismorreos sin parar. Por email, por teléfono, por la calle. Es horrible. Me siento su paraguas de la tienda de chinos.

El otro día caminaba con Ámber cuando me describió con pelos y señales el nuevo novio de Daltvila: un noruego que desembarcó en Barcelona de un petrolero y se encontró con ella en la Rambla. Hace poco recibí un email corto de Arare. Decía simplemente: "¿Sabes que el Gatot se ha liado con una noruega que desembarcó en Blanes de un petrolero y se encontró con él en el paseo Marítimo?". Recientemente me llamó Ada para contarme que había visto desembarcar de un petrolero en el puerto de Sóller a un noruego muy atractivo y que le había llevado a descubrir su universo interior. O Emily, que me recriminó en la plaza Joanic, mientras paseaba a su perro ventilador, que todos los noruegos que bajaban de petroleros en Catalunya ya estaban pillados. Que había llegado tarde por culpa de esa costura. Por suerte, Lluna no tiene puerto cerca de casa, pero me explicó que había visto en la plaza mayor de su pueblo a alguien parecido a Óscar con una camiseta blanca patrocinada por Betwin. No sé si será verdad.

Podría explicar mil intimidades más de Commuter, de Joana, de Gemma, de Martí, de Nimue, de Mortadel.la, de Violette, de Parèntesi, de Gerònima (estos dos últimos blogs los he descubierto hace poco y me parecen absolutamente recomendables) y de otras personas más que sé que me olvido de ellas y me podrán perdonar. Pero yo soy una tumba y jamás cuento lo que no puedo contar.

PD: He escrito este post absurdo para decir que sigo por aquí, aunque escriba poquito. Tengo historias por contar, pero me salen mal explicadas. Mejor no colgarlas (con excepción de la de hoy). Supongo que son etapas. Entretanto he puesto links de vuestros blogs por si os apetece leeros. Todos me parecen (me parecéis) magníficos.

Desván



De noche, en el desván sobre mi dormitorio de la tierra de la niebla, deben rondar despiertos todavía, como fantasmas, aquellos antiguos carteles electorales de Jordi Pujol y de Felipe González, arrancados de una revista en 1982 (cuando todavía no podía votar, pero todo aquel cambio me parecía aire nuevo). Quizá bajo ese techo inclinado sigue reproduciéndose también el viejo disco de vinilo con un discurso de la UCD de esa misma campaña (si no recuerdo mal era de Antón Cañellas). Debe sonar antiguo, girando sobre sí mismo entre aquellos dos baúles que vieron el mundo hace cien años, entre las jaulas vacías de los canarios de mi abuela, entre las azadas y las horcas de cuando en esa casa vivían campesinos, entre las cartas de amor con sellos del rey Alfonso XIII cuando todo se basaba en el trabajo y en el esfuerzo y no se podía gastar más de lo que se ganaba. Los desvanes son lugares magníficos para recordar de dónde vienes y deberían visitarlos a menudo los políticos para aprender del pasado y no repetir fracasos.

Esta tarde me marcho en el tren de las siete. Me ha tocado de nuevo estar en una mesa electoral el domingo (esta vez como suplente). En las últimas doce elecciones en la tierra de la niebla he sido agraciado tres veces con ese premio. En 1982 me hubiera hecho ilusión, con esos carteles de Jordi Pujol o de Felipe González tumbados sobre mi cama de adolescente y el disco de Antón Cañellas girando en el tocadiscos. Pero entonces era menor de edad y todo aquel material acabó en una caja de cartón en ese desván con el techo inclinado.

Ahora, en el tren de las siete, me dará pereza arrancar de las revistas que llevaré para pasar el rato los anuncios de Duran i Lleida, Rubalcaba o Rajoy. Los políticos de antes eran dibujos, los de ahora son caricaturas. No quiero que duerman en el desván sobre mi cabeza junto a Pujol y González, que formen parte de mis futuros recuerdos entre aquellos dos baúles que vieron el mundo hace cien años, entre las jaulas vacías de los canarios de mi abuela, entre las azadas y las horcas de cuando en esa casa vivían campesinos, entre las cartas de amor con sellos del rey Alfonso XIII cuando todo se basaba en el trabajo y en el esfuerzo y no se podía gastar más de lo que se ganaba.

PD: Gràcies per aquesta cançó, Rateta. Me'n vaig enamorar quan la vaig escoltar a casa teva.

Rentadores



Vaig obrir la porta del meu apartament i em vaig trobar la veïna sud-americana del tercer tercera baixant a peu per l'escala un armari desmembrat en fustes perquè era el dia de "las basuritas" (quan els serveis municipals de neteja passen a recollir totes aquelles andròmines que ja no ens calen). La tenia vista de l'edifici, però no la coneixia. És menudeta, índia, silenciosa i la seva cara suava de debò. Així que la vaig ajudar a portar al carrer una de les dues portes d'aquell armari que pesaven, potser perquè amagaven secrets a la seva esquena. A fora, sorprenentment, vam trobar els serveis funeraris instal.lats a l'entrada del nostre bloc de pisos, amb la furgoneta allargada -pintada de negra mort- aparcada damunt la vorera i els funcionaris -uniformats de negre rigorós- anant amunt i avall del nostre edifici de gent relativament jove. La noia americana em va explicar: "Se ha muerto el vecino del ático tercera".

M'ho va dir discretament, com si fos un secret, com si la mort s'hagués produït a l'edifici del costat. Com si la volgués foragitar de tots nosaltres.

Recordo el difunt com un noi bastant més jove -o menys vell- que jo. Atractiu, però baixet. D'un ros despentinat. Segurament no tenia ni quaranta anys. Semblava bon tio. Li obria sovint la porta de l'ascensor quan ell sortia amb les malles negres d'anar a córrer i jo pujava a fer-me la truita amb patates per sopar. Situacions quotidianes. El tenia vist de l'escala, però no el coneixia més enllà d'això. Potser hauríem parlat una miqueta, una tarda, si ell hagués tingut un armari amb secrets darrera les portes per baixar al carrer el dia de "las basuritas". Però ja no hi és.

Hi ha gent que superficialment formen part de les nostres vides però que mai la farem nostra. I hi ha gent que ha estat molt nostra i l'hem deixat escapar. Avui ho pensava, quan he tornat a casa, que potser no val la pena mantenir rancúnies quan saps que la vida és finita i els teus presumptes enemics són tan bona gent com et penses que ets tu mateix.

Sovint fas mal o et fan mal sense voler. I ja no som com aquells nens del pati del col.legi que ens era fàcil demanar-nos perdó i tornar-nos a fer amics de seguida perquè tots formàvem part d'aquella comunitat que corríem pel pati de La Salle, imparables, sota els castanyers, mirant de jugar al futbol. Encara érem personetes innocents. Ara ens hem tornat complicats. La majoria de nosaltres hem madurat i ens costa demanar o acceptar el perdó.

Avui he trobat en una capça de cartró la bufanda de llana gris amb taques negres -elegant- que em va regalar una noia de la terra de la boira fa un temps. Estava al costat d'una gorra negra amb el Corto Maltès tatuat i d'una gorra fosca amb un cangur dibuixat. Cap d'aquestes peces estava bruta, només que els fumadors ja ho tenim això que omplim de pudor de fum les nostres peces de llana.

He ensumat les gorres i no feien olor de temes pendents ni de malentesos. Només estaven fumades. Així que m'he decidit a rentar la bufanda de llana gris amb taques negres, per treure d'aquell teixit els mals rotllos del passat amb la persona que me la va regalar amb el seu somriure etern.

Jo rento a mà. En un apartament de vint metres quadrats no hi caben massa electrodomèstics. Així que he omplert la pica del lavabo amb aigua tèbia. Hi he tirat un tap de detergent i he fet girar la peça quaranta vegades a la dreta i quaranta a l'esquerra, com si jo fos una rentadora humana.

L'he deixat en remull abans d'esbandir-la. M'ha costat fer-li perdre el sabó (la llana ja ho té això). Després he tornat a omplir la pica amb aigua freda i suavitzant, fins que he ensumat la bufanda. Ja no feia olor de tabac. Ni de temes pendents. Ni de malentesos.

L'he posat a estendre al bacó, suplicant que demà no plogui. Que faci solet. La necessitaré aviat per quan vingui el mal temps i el fred. Potser la portaré el dia que em trobi pel barri de Gràcia, després de tants mesos, amb aquesta noia de la terra de la boira que em va regalar la bufanda. Potser ens podrem tornar a mirar als ulls mentre ella passeja la seva gossa daurada per la plaça Joanic.

Formiguetes


Avui li explicava a un gat que quan jo era petit (com ara ho són els seus gatets) tots els pares dels meus amics tenien cotxe. Tots menys els meus. Així que els diumenges al matí agafàvem el tren cap a Lleida per visitar la tieta Ramona i el meu avi matern (l'àvia ja era morta). Com que ells vivien en un mas aïllat a quatre kilòmetres de la ciutat, havíem de caminar per la vorera de la carretera de Butsenit afilerats com formiguetes, mirant que no ens atropellés cap vehicle (en aquell puntet exacte del mapa del món i en aquell moment precís del calendari on no hi haurà mai més ningú com nosaltres allí). La senyora Sofia anava al davant (perquè era d'aquell territori i el tenia apamat), després venia la senyora Hayden empaitant la faldilla de sa mare (amb les seves cuetes de princesa), el tercer era jo amb les meves ulleres d'empollón (que ho era) i tancava la formació el tenista mirant enrere per si venia el camió de l'Ondina i ens havia de demanar precaució.

Com que tots els altres pares tenien cotxe, els nostres ho havien de compensar explicant-nos històries basades en aquella natura que creuàvem a peu, com exploradors, plena de presseguers en flor, de conills fugissers, de papallones de colors. "Sota aquell arbre quedàvem amb la Carmina per anar a la festa major i ens pintàvem una línia negra a les cames fosques del sol per fer veure que dúiem mitges". "En aquell canal, l'àvia hi pescava crancs i després deixava que ens pessiguessin els dits abans de posar-los a l'olla". "Aquí parava paranys el meu pare per atrapar llebres".

Quan arribàvem a la torre del Patriot, cansats, tot feia olor de carn a la brasa. I, mentre el meu avi Joan remenava la llenya del foc, la tieta Ramona corria per portar-nos aigua amb llimona només obrir la tanca de ferro de la torre. A nosaltres, els caminadors sense cotxe que veníem suats però amb ganes de gaudir de tot allò que ja és passat.

PD: Aquesta tarda he caminat pels carrers del nord de Barcelona amb la dona dels mars del sud. Com formiguetes (en aquell puntet exacte del mapa del món i en aquell moment precís del calendari on no hi haurà mai més ningú com nosaltres allí). Jo anava al darrera, per si venia el camió de l'Ondina amb intenció d'atropellar-nos. I només sentia olor de croissants de mantega a un euro amb vint (és una broma nostra).
PD2: Tornaré al castellà en els propers posts, que el Peces-Barba és lector d'aquest blog.

Dictat



L'altre dia vaig anar a veure el primer partit oficial de bàsquet del petit Hayden. Està federat i se sent gran als seus nou anys. Duia la samarreta del club i les bambes enormes i vermelles de guanyar. Era el seu primer compromís amb els companys del Claror i s'enfrontaven als nens de l'Esparraguera que ja porten dues temporades junts. El meu nebot gran va fer un triple al final del partit (un moment abans que la noia àrbitre fes anar el xiulet per enviar la canalla a la dutxa), i em va mirar orgullós com si hagués guanyat. Però havien perdut 30-50 (més o menys). Va ser una escabetxina. La seva entrenadora es va acostar per explicar-nos que era normal aquell resultat perquè estaven en etapa de formació, mentre el petit faraó Nil ajudava el seu germà a guardar les coses de jugar a bàsquet a la motxilla del Barça. Se l'estima.

Ahir vaig fer de cangur del meus nebots. Ja havien sopat quan vaig arribar. Em vaig menjar el meu salari en forma d'una amanida de bacallà esqueixat i un pit de pollastre a la graella amb bolets. Els pares eren vora el mar, sopant una paella sota un parallunes a la sorra de la Barceloneta trobada a atrapalo.com per nou euros per cap (vi inclòs). Segurament recordaven que hi ha nits boniques si tens un oncle solter a mà. I jo recordava que hi ha nits boniques si tens una germana amb nens que s'han de guardar.

El petit faraó Nil es va asseure a taula seriós, al meu costat, amb els ulls molt grans mentre jo sopava, mirant de fer-me caure els tomàquets cherry de la forquilla amb un cop de colze. I, quan ho aconseguia, es posava a riure com un dimoniet (té una rialla preciosa aquest nen -un dia he de demanar permís per posar una foto seva aquí). Fins que va començar a badallar i em va demanar que li expliqués el conte dels tres porquets en versió aviador. Mentrestant, el jugador de bàsquet mirava unes pàgines dels deures sota la claror d'un petit focus de l'escriptori de la seva habitació, aliè a nosaltres. El petit encara és petit, però el gran es fa gran. Fins fa poquet, els posava a tots dos al llit i amb un conte ja feia. Ara ho he de distribuir.

El Nil es va adormir ràpidament, amb l'esquena arquejada, com si encara se'n recordés de la seva etapa de bebé etíop en un orfenat ple de monges negres vestides de blanc. Llavors em va cridar el petit Hayden per si li podia fer un dictat. Era la primera vegada que em demanava que l'ajudés a fer deures. Em va donar un full imprés amb una història de gats. Es tractava que li recités en veu alta el text i ell l'aniria escrivint. "No vagis de pressa, tio" (era la condició). Ho vaig anar fent mentre ell dibuixava les lletres grosses, de nen, de baix cap a dalt. Em va semblar estrany. Jo sempre he escrit de dalt cap a baix. Potser ell és més optimista que jo. Però va fer el dictat i només es va equivocar en alguns accents i en les paraules que vaig dir amb el meu accent de la terra de la boira i que ell va transcriure tal com me les va escoltar. Culpa meva.

Al petit Hayden li agraden les paraules i sempre m'ensenya els lloms dels seus llibres infantils que té ben afilerats a l'estanteria. Se'ls estima. També té imaginació. Sovint, passejant, inventem històries tots dos junts. Potser un dia les posarà en paper, escrivint amunt cada lletra que ens transportarà al seu univers personal.

Després el vaig posar al llit, al costat del petit faraó Nil que feia estona que somiava amb macarrons (és menjador). El petit Hayden em va demanar si podia deixar la làmpada oberta de l'habitació una estona. Té coses de gran, però encara en té de petit. El vaig deixar abraçat a un ós blanc, amb les seves cames primes que buscaven l'escalfor dels llençols.

Abans de tancar la porta, em vaig quedar un momentet mirant-lo allí, estirat, tranquil, rumiant si ja volia fer-se gran o encara no. M'agradaria que un dia intentés ser escriptor i que em deixés ser el seu entrenador (de jugadors de bàsquet ja n'hi ha molts). Li faria entendre que costa molt, que cal assajar fort i escriure sovint abans de la primera victòria literària. Que abans hi ha mil derrotes. Però li falten anys per això. Ara, encara li toca perdre molts partits de bàsquet amb les seves bambes vermelles de guanyar en aquella pista central de la Fundació Claror, abans de pensar en coses de gent gran.

Vaig tancar la porta sense fer soroll i vaig sortir a la terrassa a fer un cigarret entre els dos llimoners. La lluna era prou rodona entre els meus núvols de fum.

PD: Ho he fet en català. Potser hi ha mil errors. Ja me'ls disculpareu. O potser me'ls corregireu.

PD2: Mireu aquest clip si teniu temps. El trobo genial. És curtet i ensenya molt bé què és la vida: participar, tot i que perdis sovint. Tinc la tardor-hivern plena de partits de futbol i bàsquet amb petits perdedors. M'agrada.

Atropello



Esta noche estaba tirado en el sofá antes de cenar, sin ganas de hacer nada, cuando he decidido salir a comprar café soluble en el Caprabo de la calle Escorial para desayunar mañana. No me apetecía, porque tenía los músculos de mi cuerpo doloridos después de ayudar a la mujer de los mares del sur en su traslado a Barcelona.

Ayer la enfermera, el celador, la sirenita y yo subimos por una escalera angosta y poco iluminada toda la vida de esa chica resumida en una cama de matrimonio, una cama de invitados, un sofá cama (por si acaso hay más de dos invitados), un armario de tres puertas, un armario de dos puertas, un armario de una puerta, un balancín para poner en el balcón y hacer patchwork, un juego de cubiertos de veinticuatro piezas, un zapatero, una mesa de ordenador, un ordenador de los antiguos (con pantalla de culo), una tele panorámica de las antiguas (con pantalla de culo), una antena parabólica, un pararrayos, cien macetas con potus, cien marcos con fotos de cien personas queridas, cien cajas con vestidos para cada estación del año, cien cartas de amor recibidas. Y todos los libros publicados por Bernardo Atxaga. Lo último que trasladamos por esa escalera angosta y poco iluminada fue una máquina de coser y un perro salchicha al que no me acerqué en ningún momento porque quiero a mis zapatos y a mis tobillos. Todo eso lo subimos mientras ella nos daba indicaciones para no desconchar la pared y nos apretaba para que fuéramos rápidos porque la furgoneta estaba mal aparcada. Dirigía la operación abanicándose con una mano y aguantando un cigarrillo con la otra, sentada en el rellano, viéndonos sudar mientras ella sonreía con esos dientes de perla.

Un día después, esta noche permanecía tirado en el sofá con los músculos de mi cuerpo doloridos, como supongo que estaban los de la enfermera, los del celador y los de la sirenita en los sofás de sus casas. Pero soy adicto al café y he salido a comprarlo, aunque una vocecita interna me decía que no debía hacerlo, que ya lo haría mañana.

Así que me he puesto unos tejanos, unas bambas blancas y una camiseta negra. He buscado dinero en el cajón, me he colocado los walkmans en los oídos para escuchar el final de un programa deportivo, he cogido la bolsa con los residuos de plástico y he salido al exterior para colocarla en el contenedor amarillo. He caminado por la calle Robí (que luego se transforma en la de Tres Senyores). Me gusta ir por allí porque hay poca circulación de vehículos y es un lugar silencioso. En las terrazas de los bares que he cruzado la gente tomaba cervezas todavía en manga corta, mientras los buscadores de tesoros en los contenedores de basura permanecían ajenos a esa estampa turística.

En la esquina con Torrent de les Flors he mirado a la izquierda para ver si bajaban coches antes de cruzar la calle. En el auricular hablaban de la nueva campaña de Josep Guardiola con Banc Sabadell. Recuerdo que sonreía en ese momento por un comentario gracioso del conductor del programa. Entonces he recibido un impacto brutal en la parte derecha de mi frente. No me lo esperaba y es cuando te sientes más desprotegido. He caído atrás como a cámara lenta, mientras me quemaba mi tobillo derecho. En un par de segundos he pensado varías cosas. Primero que había muerto por una rotura de un capilar de mi cerebro. Después que había fallecido porque un avión se había estrellado sobre mi cabeza. Más tarde que la había palmado porque un camión de la basura corría marcha atrás por Torrent de les Flors y había golpeado mi cuerpo con violencia. Finalmente, que me habían matado con un bate de béisbol para robarme. Puede parecer absurdo, pero he pensado todo eso en esa fracción minúscula de tiempo. Lo más extraño es que he sentido que era sencillo morir; nada traumático. Todo era silencio y calma en esa esquina de Torrent de les Flors.

Han sido apenas un par de segundos.

Luego me he sentido de nuevo vivo en el suelo. Notaba dolor en varias partes de mi cuerpo. He comenzado a preocuparme por mi estado, por saber cómo me encontraba, y me ha dado pereza pensar que estaba vivo de nuevo, que quizá debería acudir a un hospital. Me colgaban las gafas de una oreja. Me he tocado la parte de la frente donde sentía el dolor más profundo y me he mirado los dedos para descubrir que no podía dibujar las cuatro barras rojas en la pared de la vinacoteca frente a la que me había caído, porque no sangraba. Me dolían las dos piernas, pero tampoco había hemorragias. Me he colocado bien las gafas (estaban un poco desencajadas y el cristal derecho se mostraba sucio por el contacto contra la grasa de mi piel). Entonces he visto desparramado contra el asfalto de la calle Torrent de les Flors el cuerpo de un usuario del Bicing que también se estaba palpando su cuerpo en busca de sangre.

En es momento lo he comprendido todo. Él subía con su bicicleta por la acera contra dirección a toda pastilla y yo caminaba deprisa con mis auriculares que no me dejaban oír el ruido de la calle. Y hemos chocado brutalmente en esa esquina porque yo daba largas zancadas a por mi café y él corría vete a saber a qué lugar.

El chico, de unos veinte años, se ha levantado entre los hierros de su bicicleta. Ha venido para preguntarme si estaba bien. Le he respondido con una frase fea, agresiva, cutre. Y me he levantado para intentar agredirlo. Por suerte, él ha sido más listo y más rápido que yo, y se ha alejado renqueando con su bicicleta estropeada calle arriba, contra dirección, por la acera.

Y yo me he quedado allí, en medio de la nada, con el puño apretado.

Quizá necesito ser menos visceral. Quizá he debido hablar con él, hacerle entender que las calles no son un circuito de trial. Pero no soy su padre, ni su profesor. Simplemente, era el atropellado.

Sé que él es culpable de ese accidente, pero no he debido reaccionar tan agresivamente. También debo aprender a caminar por la calle sin los walkmans, pensando que no sólo hay tráfico a motor en la ciudad. En cualquier caso, me he quedado sin café soluble para mañana. Ese es mi castigo.

Tengo la cubitera en el congelador para fabricar hielo que rebaje mi chichón. Me duelen el tobillo derecho y el muslo izquierdo, así que este fin de semana no caminaré. Además, noto cargados los brazos después de subir bañeras y armarios y camas de invitados de la mujer de los mares del sur. Estoy hecho un trapo.

Igual ese chico del Bicing se siente como yo, con ganas de sofá y descanso con mantita mientras mira una película en la tele. Espero que no se haya hecho mucho daño y que haya aprendido alguna cosa. También deseo que mañana no tenga café soluble en su casa. Ese será su castigo.

Violoncelo



Durante años, contemplé por la ventana de mi cuarto de baño a los dos cowboys solitarios de enfrente. Eran dos personas agradables con las que coincidía en abrir y cerrar las ventanas de manera alternativa para ventilar nuestros pisos sin la necesidad de espiarnos. Luego, ese apartamento quedó vacío un largo tiempo. Así que podía tener la ventana abierta, sobre el patio de luces, las horas que me diera la gana.

Este verano ha aterrizado allí una chica interesante. Es menuda, con gafas, rubia. Diría que bonita. Recuerdo que el día de su mudanza me crucé con ella y otra mujer, que parecía su madre, en el rellano. Arrastraban un carrito con la funda negra de un violoncelo. Me sonrieron las dos y me dijeron un "bon día" que les devolví.

Desde ese mes de junio me la encuentro a menudo cuando salgo de mi apartamento. Todavía no conoce mi costumbre de bajar a pie por las escaleras y me ofrece la puerta del ascensor para viajar juntos en esa caja claustrofóbica. Lo dejamos en un "bon dia" formal, mientras ella pulsa el botón de la planta 0 y yo comienzo a bajar los escalones despacio. Me entretengo contando baldosas en los pisos intermedios para no volver a cruzarnos en la salida del edificio. Sería incómodo.

Todavía no tenemos pactado el tema de abrir y cerrar las ventanas de nuestros cuartos de baño. Ella la mantiene siempre abierta. Encima es tan noctámbula como yo y nos tendríamos siempre a la vista si los dos fuéramos exhibicionistas. Provisionalmente, he resuelto ese problema de intimidad poniendo el palo de la escoba entre el marco y las baldosas para que corra un mínimo de aire. Apenas dos dedos de abertura.

Con el tiempo, todo se arreglará. De momento, cuando subo cargado con la compra del supermercado, me detengo un instante ante su puerta para escuchar cómo practica con su violoncelo. Ignoro si sus acordes son profesionales o de aprendiz, pero le da glamour al edificio. La sigo oyendo cuando le pego un golpe de cadera a la puerta de mi segundo cuarta para entrar en él cargado con mis bolsas del Mercadona y la factura de Endesa entre mis labios que dibujan una sonrisa de Jack Lemmon, recordando que es la primera vez en mi vida que tengo de vecina de cuarto de baño a una mujer. No estoy acostumbrado.

Carta



Bajo a la playa en el ómnibus 39 que he detenido en la esquina de la calle Biada con la T-10 entre los labios, estirando el brazo. A pesar de que va lleno de gente, sólo tengo ojos para una chica con shorts cortos y piernas largas. Dos paradas más abajo, se levanta y viene hacia mí. Le regalo mi sonrisa más seductora, pero se limita a ofrecerme su asiento por si estoy cansado. Debería ofenderme, aunque no lo hago. Así que me siento y pongo cara de anciano.

Por la ventanilla se repiten las fachadas de tantos viajes al mar. Este verano he bajado poco allí; quizá por pereza, quizá por falta de tiempo, quizá porque me he acostumbrado a la vida en el norte de la ciudad.

Me apeo más tarde de lo que acostumbraba a hacerlo, en un lugar con pocos bañistas junto al Hotel Vela que me descubrió Ilse hace apenas un mes. Me acerco allí, caminando a la sombra de las fachadas de las naves industriales de reparación de embarcaciones, con una manzana en la mochila, una botella de agua, una hoja en blanco y un bolígrafo para escribirle una carta que le enviaré por email. Echo de menos a Ilse (siempre me pasa con ella).

Busco un sitio tranquilo en la arena y me quito la camiseta y los pantalones para recibir la caricia del último sol del verano. Comienzo a redactar. Le cuento que estoy en ese mismo sitio donde le hice la broma que por su culpa no se acercaban las chicas para pedirme fuego o la hora, como me sucedía antes cada dos por tres. Le explico que ya tengo los caramelos del Real Madrid repartidos entre mis sobrinos que son del Barça. Que todavía tengo que devolverle las llaves de ese piso de la calle Guilleries a su dueña. Que he retornado a la tienda el traje que me hizo alquilar para asistir a un concierto de los Manel en el auditorio del Hotel Melià de Sitges tras pasear por sus calles estrechas, como si buscáramos el lugar de una boda (los dos tan elegantes). Que añoro que liara mis cigarrillos mientras arreglábamos el mundo en el comedor de la calle Guilleries contando los gatos en los patios traseros. (Se ha convertido en una fabricadora cubana de puros habanos para pobres. Le explico en la carta que le mandaré a Madrid un paquete de tabaco, de papel y de boquillas para que me devuelva los cigarrillos manufacturados por correo.)

El ruido de un tractor que se acerca me hace levantar la vista de la hoja manuscrita. Arrastra un catamarán del Club Natació Barcelona al mar. Un hombre con cara de Borbón camina con pasos seguros tras la nave. Les habla en voz alta a un niño y a un anciano que siguen con dificultades las huellas profundas que deja en la arena. Parece seguro de sí mismo, como es natural en la gente que puede contratar un tractor para llevar una embarcación hasta el agua.

Ayuda al pequeño a enfundarse su traje de neopreno, mientras lo levanta por las solapas dos palmos de la arena para acabar de encajarle la prenda. El señor tiene una barriga considerable, pero me parece atractivo y campechano como un Borbón. Me entretengo en estudiar cómo iza la vela. No parece tan difícil. Los tres tipos de tres generaciones diferentes se enfundan las armillas de seguridad (saben lo que se hacen) y se montan en la nave para romper las primeras olas con los dos cascos de la embarcación con el viento en ceñida. El mar está tranquilo y hay un enjambre de gaviotas sobre ellos. Los miro hasta que se pierden lentamente en el horizonte.

Decido que el próximo año seré rico y tendré un catamarán y una barriga como él. Invitaré al tenista a navegar conmigo, tras levantar por las solapas de sus trajes de neopreno al pequeño Hayden y al pequeño faraón Nil. Y contrataré un tractor que haga levantar las miradas de sus cartas a otras Ilses a los veraneantes de la arena.

Le cuento la escena a la madrileña en la hoja que luego transcribiré en el ordenador. A medio relato, un grupo de rubias de edad avanzada tienden sus toallas cerca de la mía. Parecen un equipo de remo de la antigua Checoslovaquia en los juegos de Moscú 1980. Con sus tremendos bíceps arrugados podrían mantearme hasta hacerme alcanzar una altura considerable, pero se limitan a hablar entre ellas en una lengua indescifrable. Ni siquiera esas señoras me preguntan la hora, ni me piden fuego. Creo que a partir del próximo año deberé bajar a la playa sólo para nadar y tomar el sol. Mi etapa de José Luis López Vázquez ha caducado.

Alrededor de las cuatro, el cielo se pone feo, como esa tarde de julio en que quedé con la mujer de los mares del sur en el paseo de Gràcia a esa misma hora. Ella llegó con retraso, mientras el diluvio universal perseguía sus pasos a escasos doscientos metros de distancia sin alcanzarla (por suerte para sus sandalias impensables para un día de tormenta). Nos dio tiempo a refugiamos, entre risas, en la tienda Santa Eulàlia. Para disimular, ella compró veinte metros de tela (ignoro qué habrá hecho con ella) y luego nos ofrecieron dos sillones con vistas (tras la luna del escaparate) a los estragos que causaba la tormenta en los árboles, en los transeúntes, en los omnibuses turísticos que circulaban extrañamente descapotados, en un grupo de boy scouts portugueses que se quedaron bajo la marquesina del establecimiento mientras las puertas automáticas no paraban de abrirse y cerrarse por culpa de sus cuerpecitos calados.

Mi verano fue ese momento y la semana con Ilse de vacaciones en Barcelona. Y las noches corrigiendo el libro de Francesc. Y los mil canguros con mis sobrinos sin colegio.

Y ahora se acaba, con ese cielo que se ha puesto feo, en esta playa (entre tractores, mujeres checas del equipo olímpico de 1980, gaviotas y borbones pendientes de regresar a la orilla). Esta temporada la he visitado poco; quizá por pereza, quizá por falta de tiempo, quizá porque me he acostumbrado a la vida en el norte de la ciudad. Pero sigue siendo mi amante vieja, con esos rizos de espuma marinos que se despeinan sobre ella.

Recojo mis cosas. Muerdo la manzana y tomo un sorbo de agua, mientras guardo la hoja manuscrita y el bolígrafo en la mochila. También pongo allí mi toalla de cocodrilos. Busco la parada del ómnibus 39, entre las naves industriales de reparación de embarcaciones. Lo detengo con mi T-10 entre los labios, estirando el brazo. Va lleno de gente. Hay una chica con las piernas largas y los shorts cortos entre el pasaje. Pero no la miro, por si acaso me ofrece un asiento junto a una ventanilla con vistas al ocaso.

PD: Potser ho hauria d'explicar ella, però el pare de l'Emily es troba millor. L'han baixat a planta i li ha explicat al metge que té pàgina a la wikipèdia. Els vells futbolistes no moren mai.

Joaquim

L'any passat vaig escriure una pàgina a la wikipedia per al pare d'una bona amiga (d'aquelles que queden per sempre): l'Emily. Va ser jugador del Barça als anys seixanta i no tenia gairebé entrades a internet. Ara té una web xula. Avui l'han operat d'un ronyó i la cosa s'ha complicat. Té la seva edat; s'acosta als vuitanta. Ara és a l'UCI. L'Emily m'ha enviat un sms per demanar-me que pensi en ell, per veure si entre tots li podem donar força amb el pensament per sortir-se'n. Jo ja ho faig. Ara us demano si li podeu regalar un petit desig d'ànim. Ell i la seva filla ho agrairan.

El futbolista ho superarà. N'estic segur.

PD: No em poseu comentaris, siusplau. Només penseu un momentet en ell. No cal res més. O, si voleu, li dieu alguna cosa a l'Emily. Ella ho agrairà moltíssim. Gràcies.

Pasajeros



En verano varía completamente el pasaje en el tren de la tierra de la niebla. Desaparecen los estudiantes con portátiles Acer, maletas tipo trolley y las miradas puestas en los raíles, con las cabezas apoyadas en las ventanillas, esperando las próximas estaciones antes de llegar a destino. Con el buen tiempo, dejan sus asientos en el convoy a parejas de edad avanzada con magazines, bolsas de mano anticuadas y las cabezas apoyadas en las ventanillas, recordando las estaciones que han dejado atrás. Desconozco por qué se dirigen a la metrópolis a mediados de agosto, pero contemplan los mismos paisajes que yo, con sus ojos cansados.

A cámara rápida, en la primera hora de viaje se suceden los altiplanos secos, con los campos de trigo que acaban de segar para convertirlos en la cabeza rapada de un marine americano. En la segunda hora, el terreno se eleva y se puebla de bosques de árboles de hoja perenne, de masías con caballos libres, de hombres viejos en bicicletas grandes mirándonos pasar mientras nosotros los contemplamos esperar en el paso a nivel. La tercera hora transcurre por ciudades pegadas las unas a las otras.

Es entonces cuando salgo a fumar en el breve espacio que hay entre un vagón y el contiguo, en ese pequeño acordeón de hierro y goma negra con plataformas como cocodrilos que quieren pillarte los pies. Lo hago aunque esté prohibido, aunque las parejas de edad avanzada levanten sus cejas con desaprobación cuando me ven pasar con mi cigarrillo apagado entre los dedos a ese cubículo de vicios confesables. Puedo aguantar dos horas de viaje sin fumar. Después, me cuesta más.

Hoy prendo el pitillo, aspiro con fuerza, miro los frames del paisaje que se cuelan por el acordeón de goma negra. Entonces se abre la puerta, de repente. Me da un susto. En esa parte del viaje no pasa el revisor (lo tengo estudiado), así que no puede ser él. Es una chica que parece frágil, de cabello rubio y ojos marrones. Es bajita. Debe rondar los veinte años, a duras penas.

-Disculpe, ¿se puede fumar aquí?
-No se puede.
-Perdone -dice educadamente antes de cerrar la puerta tras de sí, que detengo.
-No se puede, pero yo lo hago. Si vigilas con los pies, no hay peligro. El revisor ya no volverá a pasar.

Se queda pensativa -un poco precavida- y se atreve a entrar en el cubículo oscuro conmigo. Enciende un Ducados. Fumamos un minuto en silencio.

-El vicio -me atrevo a decirle.
-El vicio -responde ella.

Fumamos otro minuto en silencio, hasta que le cuento los secretos para fumadores en esa ruta de tren que ella desconoce y que hará a menudo a partir de ahora.

-Puedes fumar tranquila de Cervera a Calaf, y luego a partir de Manresa hasta Barcelona. Son los momentos en que el revisor se queda en la cabina. ¿Es tu primer viaje en este tren?
-El segundo -responde robándole una gran calada a su Ducados, directamente a sus pulmones jóvenes.
-¿Vas a matricularte en la universidad?
-Ya estoy matriculada. Voy a ver un piso.

Fumamos otro minuto en silencio. Se me ocurren mil preguntas, pero no me atrevo a hacerlas. La chica no está allí para responderme. Sólo quiere tragar nicotina. Como yo. Ella apaga su colilla con la punta de sus sandalias, con cuidado para no provocar incendios de verano. Sale al pasillo y me dice adiós. Camina hasta su asiento que no queda a la vista del mío. La sigo hasta quedarme en mi sitio. Se adivinan las primeras calles de Terrassa. Abro por la página treinta y tres el libro que he comenzado en mi estación de origen: Cuando ella era buena, de Philip Roth. La pareja mayor a mi izquierda eleva su mirada del magazine y observa los carteles de "en venta" en los edificios junto a las vías.

Pienso en cuando tenía la edad de esa chica. En mi primer viaje en tren a la universidad. En mi primera clase, cuando estaba arrapadito a la pared, asustado antes de entrar, y pasó una chica de la tierra de la niebla que cursaba segundo y me dio ánimos. En el primer piso que alquilé con los pirulos. En como pasamos de los macarrones con salsa de tomate a la paella. En como pasamos de la paella a los macarrones con salsa de tomate porque comenzamos a jugar a esas tragaperras a las que estuvimos atrapados un par de años. En cuando Romà Gubern o Mar Fontcuberta me dejaban con ganas de pensar tras sus clases.

Todo eso lo vivirá la chica que fuma Ducados y que se ha perdido entre los asientos del convoy.

No puedo verla. Sólo puedo contemplar parejas de edad avanzada con magazines, bolsas de mano y las cabezas apoyadas en las ventanillas, recordando las estaciones que han dejado atrás. Desconozco por qué se dirigen a la metrópolis a mediados de agosto, pero miran los mismos paisajes que yo: los altiplanos secos, los bosques de árboles de hoja perenne con caballos libres y hombres viejos en bicicletas grandes, las ciudades pegadas las unas a las otras.

He cambiado desde la primera vez que hice ese trayecto en tren. Pero el decorado es el mismo de entonces. De cuando tenía la edad de esa chica que fuma Ducados. De cuando todo estaba a mi alcance.

Ahora está a su alcance.

Tallas



Mi hermana sigue pensando que tengo aquel cuerpecito de niño de cuando nuestras vacaciones se resumian en un fin de semana de agosto en la playa de Altafulla, con nuestros padres. Por eso me regaló, hace quince días, un bañador chulo (negro con una franja verde y otra blanca) pero de la talla M, con el que desfilaba como un autómata por las apreturas.

Me entregó el tiquet de compra para que lo cambiara.

Ayer por la tarde salí de casa con la intención de hacerlo. Caminaba resuelto, con las manos en los bolsillos, silbando flojito como un carpintero que acaba de ajustar una tabla complicada. Pero dos calles más allá debí regresar en busca del paraguas de la tienda de chinos que tengo colgado en el cuarto de baño. El cielo seguía amenazadoramente otoñal después de tantos días.

Caminé por mi vieja calle Madrazo, contando los balcones por si faltaba alguno, hasta alcanzar el Turó Parc. Quería sentarme a fumar allí, pero todos los autocares del mundo habían descargado ancianos de mil países distintos para que ocuparan mis bancos tatuados con expresiones de amor exhibicionista. Así que busqué la salida, sacando una mano del bolsillo para acariciar las hojas de los arbustos, silbando flojito como un carpintero que acaba de ajustar una tabla complicada. El cielo seguía sin teñirse de verano.

Me gusta caminar por la avenida Diagonal. Ayer, como siempre, había corredores con el pecho y la espalda de la camiseta jodidos de sudor. Había patinadoras estirando sus piernas gráciles, como gacelas. Había ciclistas con casco y malla, y ciclistas en traje y corbata. Había paseantes que se cruzaban conmigo silbando flojito como si acabaran de ajustar una tabla complicada. Parecían carpinteros.

Caminar por la avenida Diagonal es como detener el tiempo, como pausar la vida, como si nada tuviera importancia.

Alcancé el edificio derrumbado de la Illa. Palpé en mi mochila la bolsa con el bañador de la talla M, como cuando mis vacaciones se resumían en un fin de semana de agosto en la playa de Altafulla con mis padres y mi hermana. Entré decidido para cambiarlo por uno de mi cintura de adulto.

Los Hayden son inconfundibles. Espigados, altos. Ella rubia y él pelirrojo. Tampoco hay error posible con los niños. El pequeño Hayden es prácticamente albino y el pequeño faraón Nil parece un bombón de chocolate: redondo y negro. Los vi rápidamente. Estaban en la salida del Decathlon al que yo iba a entrar. No es raro que me los encuentre en los sitios más inverosímiles de Barcelona (jamás me he cruzado con Ariadna Oltra -también es mala suerte), pero siempre me parece que es como toparme con el doctor Livingstone (supongo) y no puedo evitar ruborizarme ligeramente.

Hablamos un rato, mientras los críos (vestidos del Barça) no paraban de molestar a los compradores de esa gran superficie comercial con su pelota de plástico. Planeaban las vacaciones en la Costa Brava y Francia, y habían acudido allí en busca de la ropa necesaria para sortear los ríos de la Borgoña. Me pidieron que fuera a recoger el correo en su ausencia y a echar un vistazo a su ático, al que hay que subir a pie porque es un edificio sin ascensor. A cambio les pedí sus bicicletas porque este agosto viene Ilse a Barcelona, una semana, y quiero llevarla a pasear al Palau Reial, al Monestir de Pedralbes, a Collserola...

Mi hermana me miró fijamente, hasta que le dije que Ilse tiene novio formal, que sólo somos amigos. Ella sigue viéndome como ese niño de la playa de Altafulla, que llevaba bañadores de la talla M. Sin pretenderlo, siempre me hace una auditoría vital con sus ojos grises. Nos despedimos hasta la próxima semana, para entregarme las llaves del buzón y de los de candados de las bicicletas.

Entré en el Decathlon para cambiar la prenda. Estaba en el pasillo de ropa de baño, cuando apareció el pequeño faraón Nil corriendo por una esquina con su camiseta de Leo Messi. Se había escapado de sus padres y quería quedarse conmigo. Así que, entre trajes de submarinista de neopreno y toallas de playa, le dije que no podía ser. Le engañé para devolverlo a la puerta de salida, con los Hayden.

Encontré un bañador de la talla L igualito al que me regaló mi hermana. Hice el cambio en la caja. Salí a la avenida Diagonal. Caminar por ella es como detener el tiempo, como pausar la vida, como si nada tuviera importancia. Marchaba resuelto, con las manos en los bolsillos, silbando flojito como un carpintero que acaba de ajustar una tabla complicada. Entonces me entró la duda.

En un semáforo en rojo, cogí el móvil y le mandé un mensaje a Ilse: "¿Sabes montar en bici sin ruedecitas de apoyo?". Antes de que se pusiera en verde, ya tenía la respuesta: "Depende de si hay tráfico alrededor y de que pueda poner los pies en el suelo sin bajar del sillín".

No le conté que los Hayden son altos y que los asientos de sus bicicletas producen vértigo. Va a ser divertido pedalear con esa madrileña por la avenida Diagonal. Llevaré una llave inglesa en el bolsillo de mi nuevo bañador, por si acaso debo acondicionar su asiento.

Preparación de una llamada telefónica



Jamás madrugo, a no ser que sea necesario para ver una copa intercontinental jugada por el Barça en Japón.

Hoy lo he hecho. Me he afeitado, me he puesto crema hidratante protectora 9.60 y la he dejado actuar durante una hora sobre mis patas de gallo. He aprovechado a que hiciera su efecto para desayunar un zumo de naranja, un bistec con patatas, un café con leche y un café americano.

He escuchado la pequeña remodelación del gobierno español en la radio. He lanzado los dados de la suerte sobre la cama. A la cuarta tirada han salido los tres ases.

Luego me he lavado la cabeza. La espuma del H&S citrus fresh para cabello graso (tengo caspa si no vigilo) y el aclarado siguiente han retirado de mi cara los restos de la barba afeitada una hora antes y del hidratante 9.60. Me he secado el cabello con una toalla con los colores de la Juventus y me he duchado. Nunca me limpio el pelo y el cuerpo al mismo tiempo. Excentricidades mías.

He tendido la toalla de la Juve en el balcón. Por la acera de enfrente pasaba un anciano con un perro viejo y me he acordado de Jesús Moncada, cuando transitaba por ese mismo lugar, hace tanto tiempo.

Me he puesto unos calzoncillos negros. Luego unos tejanos negros. Unos calcetines negros. Me he calzado unos zapatos negros. Me he quitado las viejas gafas de pasta negras que sólo llevo en casa porque son cómodas y me he enfundado una camiseta negra. He cogido del cajón superior de la cómoda el D.N.I., que he puesto en el bolsillo izquierdo de mis pantalones; un billete de cinco euros, que he puesto en el bolsillo derecho de mis tejanos y las gafas de salir a la calle.

He abierto la nueva puerta del edificio (la anterior la cambiaron por un robo reciente en el principal segunda) para encender mi tercer cigarrillo del día frente a la tienda de productos de Nepal, con un sol que me deslumbraba mientras hacía rodar la ruedecita de mi encendedor.

He caminado en dirección a la plaza Joanic, pasando por la acera de sombra. Había humedad en el ambiente y me cruzaba con personas sofocadas por el bochorno. Tres chicas fumaban en la puerta de su oficina, hablando en voz alta de sus vacaciones, con sus melenas oxigenadas. Un matrimonio anciano arrastraba un cochecito con un bebé, mientras ella le decía que le dolían los pies. Una chica con top negro y perro negro ha salido de un portal atropellándome. No llevaba tattoos a la vista. Y me ha mirado.

Al final de la calle Sant Lluis, ya era yo, que no soy madrugador. Era como soy siempre a media tarde. Necesitaba sentirme bien, limpio, seguro. Así que he regresado a casa y le he llamado. Estaba preparado para que descolgara el teléfono su secretaria. Me lo ha pasado. Yo tenía la voz clara y el diálogo suficientemente brillante. Me vendía bien, tras los primeros contactos en la pasada primavera. Y él me escuchaba con simpatía. Parecía alegre, como si se hubiera lavado el cabello con H&S citrus fresh y se hubiera comido un bistec con patatas para desayunar. Y luego hubiera salido a caminar hasta la plaza Joanic.

Hemos quedado para dentro de siete días en su despacho de esa calle que se asoma prácticamente al corazón de la ciudad. Si no pasa nada extraño, será nuestro primer editor. Aunque sólo sea de un cuento para niños, escrito con la mujer de los mares del sur.

Tour



Es la tarde de Sant Joan. Apenas hay nadie en la ciudad sofocada por ese sol con el termostato a tope. Camino por las aceras sin necesidad de esquivar a personas que en los días laborables van a la deriva, más pendientes del teléfono móvil que de mantenerse en su carril de la derecha, el de vehículos lentos. Cruzo la calzada por zonas prohibidas sin preocuparme de los todoterrenos; de las motos con el tubo de escape trucado; de los taxistas en busca de clientes, como si fueran cortesanas.

En mi trayecto al Turó Parc, apenas me cruzo con cuatro raros que se han quedado en Barcelona, como yo. Tampoco allí parece que vaya a celebrarse la final de la Liga de Campeones. Está prácticamente desierto. A pesar de todo, busco un banco apartado en un camino lateral. Es un sitio fresco bajo unos árboles floridos. Me descalzo y una tórtola baja a visitarme desde una rama. Se mantiene a distancia de mis zapatos negros de verano. No se atreve a acercarse más allá de unos cinco metros (yo no meriendo tórtolas, ni mi calzado huele tan mal -creo).

Abro la primera página de mi nuevo libro, robado en el sitio menos vigilado de esa librería: En lloança de les dones madures, de Stephen Vizinczey.

"Vaig néixer al si d'una devota família catòlica romana, i vaig passar gran part dels meus primers deu anys amb uns bondadosos monjos franciscans".

Entonces escucho un ruido sordo, repetitivo. Son unos pedales que hacen girar una cadena. Una niña, con cara de velocidad, derrapa su bicicleta en la curva de entrada a mi camino remoto del parque donde me he refugiado. Viene a toda pastilla hacia mí. Tengo el tiempo justo de apartar los zapatos del camino y evitar que queden tatuados por una rodada. Y la tórtola dispone de un segundo escaso para levantar el vuelo y no ser atropellada por ese pequeño demonio que esprinta como si fuera a romper la cinta de un final de etapa del Tour de France. Asoma la puntita de la lengua entre sus labios al pasar frente a mí y me mira de reojo con una media sonrisa. Se la devuelvo.

Regresa el silencio a esa zona del parque. Reabro el libro tumbado boca abajo en el banco:

"Vaig néixer al si d'una devota família catòlica romana, i vaig passar gran part dels meus primers deu anys amb uns bondadosos monjos franciscans. El meu pare era director d'una escola catòlica i un excel.lent organista; un jove actiu i dotat que tenia també l'energia d'organitzar la guàrdia del districte i participar en política".

Oigo de nuevo una bicicleta tras unos arbustos. Creo saber quién es su dueña. Da pedales como si escapara de una guerra invisible mientras se acerca a mi sitio silencioso y apartado del parque. La observo. Debe tener unos cinco o seis años. Va peinada con dos coletas que parecen amortiguadores de un automóvil (arriba y abajo, arriba y abajo) y la ha vestido alguien que no puede ser ninguno de sus padres: pantalón corto y camiseta, ambas prendas del mismo color marrón tristeza. Me mira de reojo y se vuelve a reír, acelerando frente a mi banco. Le devuelvo una sonrisa.

Regresa el silencio. Reabro el libro:

"Vaig néixer al si d'una devota família catòlica romana, i vaig passar gran part dels meus primers deu anys amb uns bondadosos monjos franciscans. El meu pare era director d'una escola catòlica i un excel.lent organista; un jove actiu i dotat que tenia també l'energia d'organitzar la guàrdia del districte i participar en política. Donava suport al règim autoritari i pro-clerical de l'almirall Horthy, i era la mena de conservador que també era antifeixista i que, alarmat per la pujada de Hitler al poder a Alemanya, utilitzà la seva influència i autoritat perquè es prohibissin les reuninos del Partit Nazi Hongarès. El 1935, quan jo tenia dos anys, un adolescent nazi, triat per a la tasca perquè encara no havia fet els divuit i no podia ser executat per assassinat, el va apunyalar mortalment".

Retorna el ruido de la cadena de la bicicleta. Sordo, repetitivo. Sé que es ella -¿quién si no?-, en su particular tour 2011 al Turó Parc. Toma la curva del camino y avanza, esta vez sin tórtolas a la vista, ni zapatos que pisar. En esa ocasión, no aparto la vista de la novela. Hago ver que la ignoro para comprobar su reacción. Se me escapa la risa por debajo de la nariz en ese juego improvisado. Cuando ya me ha sobrepasado, la miro a lo lejos. Tiene su cabecita girada hacia mí, con extrañeza, sobre su espalda, y entonces vuelve a sonreír cuando su único espectador de esa tarde está pendiente de nuevo de ella, de lo bien que monta en bicicleta, mientras se aguanta sobre ella sin caerse, esa tarde de Sant Joan.

La ciudad está vacía. En el parque hay cuatro gatos, una niña, una tórtola y un lector que no puede leer. Ella seguramente acaba de aprender a conducir sobre dos ruedas y necesita público. Le gusta que alguien la observe mientras se hace la chula. Y a mí me hace recordar que, una vez, me hubiera gustado ser padre de una niña como esa.

Fue a mediados de los noventa. Soñaba con tenerla y pasearla en un cochecito por un parque recordando en ella los ojos claros de su madre, el cabello lacio de su madre, el esqueleto de animal grande de su madre. Pero eso fue una vez. A mediados de los noventa. Han pasado casi veinte años y el manual de instrucciones para procrear debe andar desamparado en una caja del altillo, junto al folleto de cómo hacer funcionar la nevera Indesit.

La niña en bicicleta no vuelve a aparecer, tras su quinta vuelta al Turó Parc. Supongo que sus padres le han dicho: "Game over". Espero que ella haya mirado entre los árboles de mi rincón para buscar la sombra de ese hombre descalzo con un libro sobre las piernas que fue su fan número uno durante un ratito. No tengo ganas de coger de nuevo la novela. Me había acostumbrado a verla aparecer por la curva de la esquina con su sonrisa de princesita.

Regreso a casa. Apenas hay nadie en la ciudad sofocada por ese sol con el termostato a tope. Camino por las aceras sin necesidad de esquivar a personas que en los días laborables van a la deriva, más pendientes del teléfono móvil que de mantenerse en su carril de la derecha, el de vehículos lentos. Cruzo la calzada por zonas prohibidas sin preocuparme de los todoterrenos; de las motos con el tubo de escape trucado; de los taxistas en busca de clientes, como si fueran cortesanas.

Es la tarde de Sant Joan.

PD: He descobert els The miserable rich (el grup del clip) a ca la Vida. Gràcies.

Noches



La llave en la cerradura de la granja de los caballos va algo dura. Cuesta darle la vuelta y dejar protegidos a mis padres allí dentro cuando salgo de noche. A ellos y al pato Tossut que no para de devorar todo lo que encuentra en el patio, mientras dice pío, pío (todavía es un pollo, como lo llama la vecina envidiada). A ellos y al hámster Pepito que, ese sábado, está sobre las piernas del tenista en el comedor, mientras él mira la tele acariciando la cabeza del roedor que ha cumplido su ciclo vital y ahora agoniza. Le ha dado buenos momentos a mi padre desde que se lo regaló el pequeño Hayden. A sus setenta y ocho años, ha tenido la primera mascota de su vida. Por eso no va a dejarlo solo en la jaula mientras se acaban sus días.

Me cuesta un poco girar la llave en la cerradura para dejar protegidos a mis padres, a un hámster y a un pato, en una vivienda de una calle mal iluminada de un pueblo perdido en la tierra de la niebla.

Luego salgo a caminar. Siempre sigo la misma ruta. Me dirijo por las calles traseras de la comisaría de los mossos d'esquadra hasta alcanzar el campo en cinco minutos. No me da miedo entrar allí a oscuras, mientras escucho en los auriculares el programa nocturno deportivo de Rac1. Conozco de memoria el sendero junto al canal, apenas iluminado por la luna, cuando la hay. Y en el cielo observo las estrellas que dibujan escenarios mejores que en cualquier gran sala de teatro de Barcelona. Voy hasta la primera granja alejada del núcleo urbano. Allí vive un perro guardián. Sé cuando intuye mi presencia (la cadena que lo tiene esclavizado comienza a sonar desplazándose por el candado y él tiene ganas de ladrar. Pero se mantiene callado y me da una segunda oportunidad). Me marcho antes de que estalle el ruido y la furia. No quiero despertar a nadie.

Luego miro en la lejanía el campanario del pueblo vecino. Si camino antes de las doce de la noche está iluminado. Después lo apagan. Me gusta pedir cosas cuando lo veo estando bajo los plataneros, junto al canal, en la penumbra de la noche. Enciendo un cigarrillo, mientras pido dejar de fumar. Pienso en una persona enferma y solicito que se ponga sana. Me acuerdo de un proyecto que está a punto de nacer e imploro un poquito de suerte. Recuerdo a los que ya no están más allá de mis recuerdos y pido calma para ellos, mirando al campanario iluminado. Todos tenemos nuestras excentricidades. Allí, sentado sobre el muro de un pozo, en esa oscuridad del campo en plena noche, me siento a gusto. Tranquilo.

Luego regreso a casa, por las calles traseras de la comisaría de los mossos d'esquadra. Me cuesta pasar la llave en la cerradura. Dentro todo es silencio, aunque el pato se despierta tras encender la luz del patio. Y dice pío, pío, exigiendo una dosis extra de lechuga (todavía es un pollo, como lo llama la vecina envidiada). El hámster Pepito sigue con esa puntita de vida que se le escapa, y compartimos una cereza que le cuesta tragar, mientras le acaricio la cabecita y le digo: "Gràcies per tot, guapo, fins aviat".

En el segundo piso duermen mis padres. Procuro no despertarlos mentras subo a mi habitación en la tercera planta con una mandarina, una botella de agua y un libro a medio leer. Paso páginas un ratito, con la cabeza en los pies de la cama y los pies en la cabeza de la cama (es para aprovechar mejor la luz de la lámpara del techo). La ventana está abierta y deja entrar el silencio en mi dormitorio.

Cierro el libro cuando ya no son horas. Salgo a fumar el último cigarrillo del día en la terraza. En el cielo miro estrellas que dibujan escenarios mejores que en cualquier gran sala de teatro de Barcelona.

Entro. Me tiendo en el lecho. Apago la luz. Me duermo. Sueño.

PD: Per a l'Emily, que em fa escriure. Ella no escriu. Em deu un post.

326 setmanes



Quan ve a Barcelona he d'anar net, no puc estar trist i hem de parlar en català al menys una estoneta, tot i que ella sigui madrilenya (li agrada aprendre els nostres sons que s'assemblen tant als seus -per això estudia a la UOC i mira TV3 per internet). Són les úniques coses que em demana. Això i que faci uns entrepans de pernil -¿les pondrás tomate, catalino?- perquè el seu avió està embussat a Barajas i no es vol convertir en ocell. No aterrarà abans de les onze de la nit a la nostra ciutat, i no podrem anar a fer una pizza a la Rambla mentre caminem entre mariners marejats a terra ferma, dones amb preu i noies angleses massa joves que s'acomiaden de la seva llibertat abans de casar-se al cap d'uns dies amb un Wayne Rooney.

M'espero a la parada de l'Aerobus de plaça Catalunya, mentre miro el rellotge de l'entitat bancària a l'altra banda del campament dels indignats, poblat de pancartes i il.lusions. Ella arriba en el quart vehicle blau procedent de l'aeroport -després de quatre burilles trepitjades per la meva sabata dreta-, a l'hora que les carrosses es converteixen en carabasses, amb el seu maletot de sempre que pesa molt, els seus ulls blaus de sempre darrere unes ulleres noves de pasta fosca i el somriure d'amiga de sempre quan em veu allí aturat, a la vorera.

Només veig l'Ilse una vegada cada quatre estacions, quan ve pel Primavera Sound. Això no treu que faci sis anys i tres mesos que me l'estimi. Potser ella també a mi. En tot aquest temps només ens hem barallat una vegada. Això vol dir un disgust cada 324 setmanes. Una derrota cada 324 setmanes. Semblen les xifres positives del Barça. I això que si li toques el tema del Real Madrid es transforma en una Mourinha.

Deixem el seu equipatge a la pensió del carrer Tallers i anem a fer un picnic en una placeta al costat de la catedral. No passa ningú pel carrer, tret d'un noi en bicicleta, d'un home que passeja el gos i d'una furgoneta de BCNeta. Aquell silenci, enmig de la ciutat, encongeix el cor. Però no ens fa por estar allí, sols i desamparats. Ben al contrari, ho agraïm. Són més de les dotze de la nit. Trec quatre entrepanets, dues ampolles d'aigua, refrescades amb prou feines al congelador del pis, i un parell de pomes rentades i embolicades en plàstic. És un dimecres, entre setmana.

Ens ho mengem mentre recuperem l'any que no ens hem vist, explicant-nos la vida en aquell silenci que només trenquen les campanes de la catedral, cada quart d'hora. Llavors ella mira amunt, potser buscant el vell miner que ja no hi és. Estem asseguts en un banc de pedra de l'edat mitjana, fent la nostra història particular. Mentre parlem ara en castellà, ara en català. Ella no ho fa pas malament, amb accent de Barcelona. I jo em defenso en castellà amb accent de ves a saber on.

Després anem a caminar entre els indignats de la plaça Catalunya, retratant amb la memòria (perquè a ella li fa cosa treure la càmera i robar moments íntims) el que potser serà història futura. Són joves. Juguen a cartes, toquen la guitarra, escriuen en un cartró el lema de demà, es miren sense saber què veuen. Llavors l'Ilse badalla, i penso que és hora d'acompanyar-la a la seva pensió del carrer Tallers perquè pugui dormir.

Tot això ho escric en present, però va passar el vint-i-cinc de maig. Ho volia reviure com si fos avui, perquè aquella nit va ser bonica (ella té el poder màgic de convertir la gent avorrida en alegre).

Les jornades següents vam fer passejades per Barcelona (Barceloneta, Born, Gòtic, Gràcia...) entre concert i concert del Primavera Sound. Només la veig una vegada l'any i ho he d'aprofitar.

La darrera nit vam quedar a la plaça Joanic. El Barça feia poc més d'una hora que havia guanyat la Champions, i ella no s'atrevia a baixar del metro al centre de la ciutat amb la seva samarreta de Cristiano Ronaldo. Així que li vaig proposar de pujar al meu barri i trobar-nos allí.

Estava cansada de mil concerts i li feien por les bengales enceses en mans de gent que no semblava massa equilibrada en aquella eufòria barcelonista. Així que la vaig portar a un local anomenat Heliogàbal per prendre un gin-tònic, mentre al carrer esclataven els petards de cel.lebració. Em va semblar que era el refugi perfecte per a una madridista: un lloc on només hi entra gent que li agrada la música. Allí vam xerrar de coses de les que no havíem parlat mai en sis anys i tres mesos. Com si ens acabéssim de conèixer. Va estar bé. A l'hora de pagar, vaig anar al lavabo perquè el Tanqueray era car.

Vam baixar caminant cap al centre, fins arribar a plaça Catalunya. Ens va colpir el mur humà dels indignats perquè no entressin els barcelonistes que anaven passats de voltes i llençaven ampolles als antidisturbis.

Va fer fotos de Canaletes sense parar, fins que en va tenir prou d'aquella hemorràgia blaugrana. Semblava esgotada. Volia anar a dormir perquè matinava. Al carrer Pelai, una cinquantena de metres separaven els antidisturbis dels provocadors. Volaven objectes de vidre i altres materials prou contundents. Però ella va pensar que era el camí més curt per apropar-nos a la seva pensió i que tot plegat caminàvem cap a les forces del bé.

Així que vam passar pel lloc per on no havíem d'haver passat. Ara riem recordant aquella carrera davant unes porres que intuíem properes a les nostres esquenes, que no distingien el bé del mal. "Eso parecía: 'El año que vivimos peligrosamente', Juanito". Però aquella nit vam tenir por al carrer Pelai. Després, uns agents de la Guàrdia Urbana ens van deixar superar aquella tanca del carrer estret per arribar a la porta del seu hostal. Em va demanar una trucada perduda per saber que estava fora de la zona de conflicte, després de dir-li adéu fins el mes de maig següent. I vaig pujar pel carrer ple de policies mentre l'Ilse creuava la porta del seu refugi. Em vaig girar a mirar-la, perquè només la veig una vegada cada quatre estacions.

Ara que ho penso, ja fa 326 setmanes que som amics.

Un petit favor



Fa anys que tinc una bona amiga brasilera. Sis, concretament. N'he parlat alguna vegada al blog. Es diu Thaís i és un encant de persona que viu en un lloc anomenat Bauru.

És simpàtica, però científica. És seriosa, pero vitalista. I sap com cuidar la gent.

Ara prepara el seu projecte final de carrera per convertir-se en una llicenciada en Biologia. Necessita extreure dades a partir d'un seguit d'enquestes. Encara en té poquetes i n'hi falten unes quantes. Se li acaba el termini per presentar el seu treball final. L'ajudem? Què voleu fer millor un diumenge assolellat? Anar a la platja amb els nens cridaners? Netejar el pis? Prendre drogues? Fer sexe?

Tots hem tingut la seva edat, i ningú que ens donés un cop de mà. És molt millor respondre unes preguntes fàcils i curtes. No hi esteu pas obligats (tret del Veí de Dalt).

ENCUESTA

Estimado señor/señora

Estoy desarrollando una investigación sobre “Fisiologia humana y altitud” en pasajeros de vuelos nacionales e internacionales. En este sentido, agradezco su participación respondiendo a este cuestionario.

Thais Ruiz
Estudiante de Biología.
USC

1 Características del pasajero:

Iniciales (Nombre y Apellido)
Sexo
Edad

2 Preguntas específicas:

¿Acostumbra a viajar en avión?
Siempre
A veces
Excepcionalmente

¿Esos vuelos son, normalmente?:
Nacionales
Internacionales

¿En qué clase acostumbra a viajar?
Primera clase
Clase de negocios
Clase de turista

¿Tiene miedo a viajar en avión?
Si
¿Por qué?
No

¿Qué siente durante el vuelo?
Dolor. Especifique el por qué
Náusea
Hinchazón. Especifique el por qué
Otro. Cuéntemelo

¿Qué siente después del vuelo?
Cansancio
Dolor. Especifique el por qué
Insomnio
Otro. Cuéntemelo

¿Qué le molesta más durante el vuelo?
Respuesta:

Qui sap si aquesta científica novell brasilera ens ajudarà un dia amb les seves investigacions. Si algú té un momentet i vol omplir el qüestionari, em pot enviar les respostes a turo_parc@yahoo.es. Les faré arribar a aquesta persona inquieta que estudia català i té un noviet gironí.

Gràcies.

Barça-Lleida-Freiburg



Avui tocaria parlar del Barça, però prefereixo fer-ho dels meus altres dos clubs. Són d'aquells que els he de seguir mitjançant el teletext o per internet. Semblen petitets i no remenen grans fortunes, ni criden massa l'atenció perquè no són mediàtics.

El meu segon equip és la Unió Esportiva Lleida. Jugava (i encara juga, de moment) en aquell estadi que quan era petit em semblava immens en la llunyania, allà a baix, a la ciutat. Amb aquells murs de ciment i el fragor que sorgia de dins quan hi havia partit, mentre ajudava a netejar l'escopeta de caça del meu tiet, un diumenge a la tarda, amb la ràdio posada al costat del tancat de la gossa setter que es deia Xispa. Ell em tenia a l'aguait de la classificació, dels golejadors, de les perspectives d'aquell equip de perdedors. Ara aquest club es troba en procés de dissolució i potser desapareixerà. Com han desaparegut aquelles tardes de netejar escopetes, mentre bordava la gossa a la nostra esquena i cridaven els seguidors dins l'estadi allà a baix.

El meu tercer equip és l'Sport Club Freiburg, de la Bundesliga. Negre i vermell, com llegir Stendhal. És un equip d'aquells que pugen i baixen. Aquest any, però, ha anat prou bé. El seu va ser el primer estadi d'una lliga europea important que vaig trepitjar. I després, cada vegada que passava en bicicleta pel camí del darrera de les intal.lacions esportives, el que les separa del riu Brisgau, em quedava una estoneta escoltant aquell fragor que sortia de les instal.lacions els diumenges de partit, mentre ella collia móres.

Tenir més d'un club és pràctic. Com tenir més d'un fill, més d'un amic, més d'un llibre per llegir, més d'un pensament per pensar, més d'un llit on caure mort, més d'un blog que comentar. Sempre n'hi ha algun que et surt bé.

El Barça ens alegrarà la nit (espero celebrar la victòria a Canaletes). El Freiburg ha fet una bona campanya. I el Lleida em farà patir. Ens farà patir.

PD: Gràcies per la cançó, Ilse.

Cortometraje mudo con pato



Escena 1 (en blanco y negro): La señora Sofía va a comprar a un mercado al aire libre de la capital de la tierra de la niebla. El tenista ha conducido veintitrés kilómetros para contentarla, a sus setenta y ocho años. Le cuesta aparcar junto al río. Caminan deprisa, a dieciséis frames por segundo. Llegan al lugar, y entre los puestos de verduras y calzoncillos, ella descubre un tenderete con animales (asegura que no le gustan los bichos, pero siempre he sabido que es una pose. En el fondo, los ama). Allí hay una caja con una decena de pollos de pato amarillos. Toma uno entre sus manos.

Salen los diálogos, en la pizarra en blanco y negro.

-Oh! -exclama ella-. Al faraón Nil le gustaría un pollito de estos.
-Ya tiene una Nintendo -responde el marido.
-Creo que le iría bien algo real, que cague. Servirá para su formación.

El tenista sucumbe. Arrastra la cría de pato en una caja de cartón hasta su Ford-T aparcado junto al curso fluvial, a dieciséis frames por segundo.

Escena 2 (en blanco y negro): Los pequeños Hayden entran en la granja de los caballos dando brincos, después de un largo viaje desde Barcelona. Su padre ha ido a aparcar su viejo Golf-T sin entrar en casa. Los niños descubren el pato pequeño y vuelven a saltar de alegría, a dieciséis frames por segundo. Le piden a los abuelos si se lo podrán llevar a la metrópolis. Si se lo pueden quedar.

Salen los diálogos, en la pizarra en blanco y negro.

-Lo cuidaremos muy bien, le enseñaremos a volar. Y le daremos cereales en el desayuno.

Los abuelos consienten. El sargento Hayden regresa a la granja tras lograr un hueco para su automóvil. Da un paso atrás cuando ve esa ave patizamba en brazos del pequeño faraón Nil. Y tira de sus cabellos cuando le preguntan si van a poder quedárselo una temporada en el piso del Eixample.

Escena 3 (en blanco y negro): Los Hayden se marchan de fin de semana al Gironès, por una acampada de los niños de P4 (que es la clase del pequeño faraón Nil). Me piden si puedo pasarme por su piso para ver si el pato está bien (ya lleva una semana allí). A partir de ahora, pondré en mi curriculum que he hecho de canguro de un ave. Abro la puerta de la vivienda. Prendo las luces. En la ventana hay unos ojos redondos y negros tras un pico que me piden compañía. Llueve en la terraza, como en el resto de la ciudad. Sobre la caja de madera de la mascota con plumas me encuentro un gran paraguas abierto. Previsor. Pero el animal -que ha crecido- camina entre las macetas, mojándose, meneando la cola. Yo le persigo con mi paraguas de la tienda del todo a cien, roto, a dieciséis frames por segundo. Sin alcanzarlo. Limpio mis gafas, antes de continuar la persecución.

Salen los diálogos, en la pizarra en blanco y negro.

-Ven tonto. Te prometo que sólo sé cocinar pollos. Jamás he puesto un pato en la cazuela.

Pero él se escapa bajo la precipitación.

Escena 4 (en blanco y negro): Este último fin de semana, regreso a la tierra de la niebla en el coche de los Hayden. En el maletero está el pato que ha evolucionado hasta casi convertirse en adulto. Ha multiplicado por dos su tamaño este mes que ha permanecido de invitado en Barcelona. Lo devuelven a los abuelos. De vez en cuando, se le escucha piar, allá atrás, mientras nos cruzamos con vehículos acelerados o lentos, cada uno con sus vidas y sus patos a bordo. El pequeño faraón Nil canta y baila (a pesar del cinturón de seguridad) el waka-waka por enésima vez a dieciséis frames por segundo. Luego, de repente, se duerme sobre mi hombro, como si llevara cansancio acumulado.

Lo miro.

Entretanto, el pequeño Hayden permanece despierto en el coche. Me invita a contarle historias fantásticas. La última es de una casa abandonada junto a un lago al que fuimos a ver patos salvajes este sábado. Tiene sus muros tapiados, y una bandera catalana roída se mece en su tejado. Le explico historias de guerras y de pérdidas que sucedieron allí. Luego quiere entretenerse en el coche con un juego de signos. A dieciséis frames por segundo, debo protegerme, debo recargar balas en mi mente, debo dispararle, mientras él hace lo mismo. Es divertido y me deja ganar, porque voy muy perdido con ese nuevo lenguaje corporal de los niños de ahora. Por la ventanas surgen paisajes verdes o amarillos, según la comarca.

Salen los diálogos, en la pizarra en blanco y negro.

-¿Te gustan esos paisajes?
-Sí, pero hacemos otra partida, tío.

Su padre nos observa por el espejo interior del Golf-T (a mi hermana hace rato que le cuelga el torso retenido por el cinturón de seguridad, mientras hace la siesta en el asiento de copiloto). El sargento Hayden me regala una sonrisa franca por la paciencia de recargar de nuevo mi mente con balas, en ese juego insistente de su hijo mayor.

El pequeño faraón Nil sigue durmiendo, soñando con su abuela. O con su pato que a partir de ahora va a tener una jaula de dos metros cuadrados en la granja de los caballos, de la que le dejarán salir a pasear cada mediodía. Va a ser feliz en ese patio de la tierra de la niebla, entre macetas de menta, geranios y hortensias que podrá picotear, mientras mi madre se lleva las manos a la cabeza a dieciséis frames por segundo. Luego lo encerrarán de nuevo. Y el tenista le ofrecerá por las rendijas del alambre hojas de ensalada, restos de tomates, pieles de patatas asadas. Granos de maíz robados en los caminos comarcales. A dieciséis frames por segundo, el pato caminará esperando una nueva visita de esos pequeños a los que ya había aprendido a seguir como un perro en la gran ciudad. Quizá soñará con ellos.

PD: Se llama Tossut.

Gràcies



Hace una semana acompañé a una buena amiga a hacer shopping por el centro de la ciudad muy a mi pesar, porque no me gusta ir de compras. Por eso me quedaba fumando en la calle, mientras ella tardaba sólo un par de horas en salir cargada con bolsas de cada establecimiento. Entretanto, me entretenía en verla aparecer y desaparecer por los pasillos de las boutiques tras el escaparate.

La última parada fue en una tienda de ropa japonesa en ese laberinto de calles alrededor de la Catedral de Barcelona. Ella entró y yo me quedé a mirar cómo transitaban los turistas por la calzada, escuchando sus palabras en italiano, francés o escandinavo. Al otro lado de la calle había una tiendecita de bisutería de paredes blancas, con el chihuahua de la dueña que entraba y salía sin pedir permiso. Descarado. Le chasqueaba los dedos para que elevara sus orejas ya erguidas y me ladrara. Era un juego.

Me giré para ver si mi amiga acababa de decidirse por una tela japonesa de una vez. Hablaba con el dueño: un inglés de dos metros de altura (ella es de estatura mediterránea). Los dos se reían con ganas (ella con el mentón elevado y él con la mandíbula bajada, para aproximar su alegría tras alguna frase ocurrente por parte de cualquiera de los dos). Nunca había visto a esa mujer tan guapa como en ese momento, tras el humo de mi cigarrillo, tras el cristal del negocio.

Le conté en la calle que estaba espléndida esa tarde, mejor que el resto de tardes de su vida en que la había visto. Pero eso no me evitó cargar con sus bolsas tras el shopping.

Eso sucedió hace una semana. Treinta años atrás no tenía a nadie a quien ayudar a arrastrar ni la mochila de la clase de gimnasia. Fui un adolescente solitario que esperaba como un regalo una invitación para ir al cine, o a jugar al futbolín en el bar de la señora Rosa o a ir a disparar con las carabinas de aire comprimido a la sierra de la tierra de la niebla con Quim o con Enric. Sé que era el empollón, el gafitas, el tímido, pero sólo quería formar parte de la tribu. Luego tuve un año bueno. Fui el primero en sacarme el carnet de conducir y me llovieron ofertas para ir con amigos a la discoteca. Claro que, una vez dentro, desaparecían. Y debía esperar para recogerlos a la salida, con restos de pasión en la piel de sus cuellos.

Ellos fueron desapareciendo a medida que aprobaban en la autoescuela. Así que me pasé toda la juventud saliendo de fiesta en solitario (ir de festa en solitario cuando tienes dieciocho o diecinueve años te marca, os lo aseguro). Renegué de mi autoestima haciéndome el encontradizo en los bares, intentando ser simpático. El primer minuto con los amigos era de complicidad, hasta que me largaban eso de: "Perdona, pero me esperan".

Ahora hay una excelente serie (para mi gusto) en el canal 3XL: The inbetweeners, los jueves a las diez de la noche. Me siento reflejado en ella. Al menos ese grupito de jóvenes perdedores se tienen entre ellos. Yo no tuve ni eso. Mi adolescencia forjó mi carácter solitario. Desde entonces, decidí pasar de puntillas por la vida, hacerme invisible, ser discreto. No esperar nada de nadie, ni tampoco ofrecer nada a nadie.

Y ahora me encuentro con todos vosotros que os asociáis para darme un homenaje, que me cuidáis cada día, que me tratáis como si fuera vuestro amigo. La gran pregunta es: "¿Qué hago con vosotros, si no tengo experiencia en esto de la amistad?". Me habéis llegado a destiempo. Sigo siendo el empollón, el gafitas, el tímido. Y, desde hace años, el solitario convencido, aunque pueda parecer que me hago el interesante, que quiera llamar vuestra atención, que no quiera acudir a la cita para hacer un papel de personaje misterioso. Es todo lo contrario. Es que soy incapaz, y ya no voy a cambiar en esta vida. Quizá en la próxima.

Gracias a la Rateta Miquey, a Amber, al Veí de dalt, a Filadora, a Joana, a Be Wild, a Commuter, a Violette. A toda la gente que habéis participado en esta pequeña fiesta de los óscars como ganadores, como candidatos, como espectadores. Me habéis dado lo que no tuve treinta años atrás: pertenecer a un grupo.

¿Por qué no mantenéis el equipo el próximo año y dais vosotros los premios? Sería chulo. No comporta tanto trabajo. Si yo, que soy justito, lo he podido hacer en solitario, ¿qué no haréis vosotros?

PD: Me he enterado que ha sido idea de la Rateta Miquey ponerme de caganer en la foto de los óscars. Sé en qué barrio vives. Mañana comenzaré a mostrar tu foto en los comercios. Daré con tu vivienda y entonces...



O eso, o te mato a besos (con permiso de Tohu). Lo consultaré con la almohada o con el abogado :-)

PD2: A partir de ahora inhabilito los comentarios. Me he convertido en un pavo real macho con vuestras continuas palabras elogiosas. Tampoco se trata de eso. Sólo quiero contar pequeñas historias. Y ya está. Me quedo en Blogville. En plan discreto. De puntillas. Siendo más invisible. Lo prefiero, antes que cerrar. Me retiro un poco y dejo el protagonismo para otros. Pero seguiré colgando tonterías. Gràcies per tot.

Post efímer

Veig que hi ha una bona moguda amb el tema dels óscars a Blogville. Porto un parell d'hores intentant llegir i comentar els vostres posts i, fins ara, només he aconseguit fer-ho a casa del Veí de Dalt i de l'Òscar. M'he trobat el primer parlant bé de mi i el segon vestit del Real Madrid. Què ens està passant? Un virus?

Blogger va fatal aquesta nit (la llei de Murphy). Em fot ràbia perquè tenia curiositat per entrar a llegir-vos. Ho faré demà.

Moltes gràcies per aquest detallàs i prometo trobar els culpables. Seran castigats amb penes exemplars :-) Tots plegats sou una gent magnífica (i lletjos, molt lletjos. Us heu mirat bé en aquella fotografia?).

Óscars 2010 a los mejores blogs (y 9). Mejor blog.















Los focos iluminan el escenario por última vez este año. MK aparece con un vestido gris de Prada (estilo años 50), ceñido a la cintura y con detalles desgastados (tye-dye) en el cuello y en la falda. El Veí de Dalt sale elegante por primera ocasión, con un traje de Antonio Miró en tono beige, camisa marfil y cinturón delgado naranja (parece que venga de safari). Tienen aspecto cansado.

MK se dirige al micrófono.

-Cuando el Paseante nos enredó para esta gala de los Óscars, nos contó que serían un par de noches, que nos podríamos quedar en propiedad con los vestidos y que saldríamos en la tele. El resultado es que la cosa se ha alargado, que los trajes eran de alquiler y había que devolverlos y que no hemos aparecido ni en la radio. Encima, nos hemos pasado más de dos meses durmiendo en el camerino.
-Cada uno en el suyo, ahora no me metas en líos, que estoy felizmente casado -la interrumpe el Veí de Dalt.
-Cada uno en el suyo, por supuesto. Pero le conté a Matthew que regresaría a casa a mediados de febrero. Y sigo en este teatro.
-¿Matthew McConaughey?
-¿Y a ti qué te importa?
-¿A mí? Nada. En cualquier caso, estamos aquí para entregar el Óscar al mejor blog de 2010. Y lo quiero otorgar yo. Llevo tiempo escribiendo el mío, y sé de qué va esto. Al principio escribes un texto y no sabes por qué lo has hecho. Nadie te lee, pero sigues tecleando. Hasta que un día aparece una cabecita que asoma en los comentarios y te dice algo. Más tarde son dos cabecitas que te animan a seguir adelante. Y, al final, tienes a un montón de gente que te cuida, que ya forman parte de tu panorama vital. Por eso quiero presentar las candidatas al mejor blog. Una vez escribieron su primer texto, aisladas, sin saber por qué lo hacían. Ese día que ni siquiera se imaginaban que hoy estarían aquí esperando un premio. ¿Las anuncias, por favor?
-Por supuesto. A ver qué me ha puesto el Paseante en esta notita... Me coloco las gafas de leer. Ya lo veo y digo lo que hay escrito: la Rateta Miquey que es un petit four, un blog que apetece cuando necesitas alegrarte el día. Como si te dieras un capricho. Emily que es una paella de pescado recién sacado del mar, que se toma con el sol en la cara mientras ladra un perro en el jardín y los niños chillan corriendo alrededor de la mesa. Joana que es una verdura natural poco hecha al vapor, poco complicada, sana, cultivada en el huerto de su padre. Vida, que es una caldereta de marisco, siempre en su punto de cocción, siempre en su punto de sal. Y País Secret que es una fruta fresca, para los que no comemos dulces. Una manzana para tomar a media tarde en lo alto de un faro.

Aparecen en pantalla los primeros posts que escribieron las candidatas al Óscar al mejor blog, mientras la voz en off las narra.

TRAVELANT AMB ROSES

Vida por Travelant amb roses.

4 de mayo de 2010

Travelant amb roses

Caminava per un penya-segat esquerp, sense quasi vegetació, sols roques selèniques i breus extensions de càrritx, cremat per les ventades i la sequera. Anava amb compte, amb por de travelar, equilibrista sense corda ni públic. Si es precipitava al buit onat, sols les gavines sentirien el sotrac. Ningú miraria per doldre's o emocionar-se. Un cop. Un crit. I un silenci. No necessariament en aquest ordre, aqueix seria el pagament. Així que decidí estimar-se molt per no ensopegar gratuïtament.
De sobte, un ull fix en la ferotge mar i l'altre en el terra pedregós, sentí un aleteig en les galtes: un esbart de roses roges volaven des de no sabia on i xocaven contra la seva cara. No hi comptava amb un ensurt així i, vist i no vist, travelà amb les roses i es precipità muntanya avall.
La caiguda no va ser lenta, com en els somnis, sinó punyent i intensa, gairebé com la picada d'una abella. Sentia coïssor per tot el cos, però el cop no arribava mai. Va veure com les roses també havien perdut els pètals, que volaven amb més velocitat que ella mateixa, i formaven una xarxa sobre l'escuma, just als seus peus. Hi havia lletres enlloc d'espines i els signes de puntuació es nuaven entre si, tot plegat -semblava- per amortiguar la caiguda. I així va ser. L'accident fou favorable: és llarg de contar ara, però va descobrir un món interessant i s'alegrà de poder travelar amb les roses sempre que fos necessari, fins i tot quan no s'ho esperava.

EMILY HABLA DE CÓMO ES EL MUNDO

Emily por Emily habla cómo es el mundo.

31 de enero de 2007.

Bernardo y yo

Me gustaría tener un secreto muy gordo, uno de esos que no se pueden contar pero que se notan.
Y que la gente dijera: No, Emily no es lo que parece, guapa, inteligente etcétera, sino que tiene un secreto muy gordo, O sea, que es misteriosa.
Hoy empiezo con algo que me da miedo, quizás por un excesivo sentido del pudor, o quizás por una excesiva timidez, que con el tiempo he ido superando. Las primeras frases no son mías, son de un poema de Bernardo Atxaga, solo he cambiado el nombre, donde pone Emily en el original es Shola, una perra (esto de perra suena mal, lo sé).
De momento he hecho el primer paso, tal vez vuelva a escribir.

LA RATETA MIQUEY I ELS SEUS PENSAMENTS

La Rateta Miquey por La rateta Miquey i els seus pensaments.

29 de junio de 2008.

El primer dia la raTeta pensa:

No tinc molt clar si he d'estar contenta perquè Espanya ha guanyat la Copa d'Europa (la raTeta Miquey té això, a vegades l'envaeix una onada d'inseguretat). El problema és que em deixo portar per la llagrimeta i clar, m'emociona veure la gent feliç.
De totes maneres el que em supera és escoltar, als meus gairebé 40 anys, el "y que vivaaaa epañaaaaa" (la foto adjunta és la de la selecció russa al 1960, més o menys quan en Manolu Escobar va fer famosa la tonada). I pensant en el "y que vivaaaa epañaaaaa" m'ha vingut a la memòria els arribaespaña: recordeu els serrells enclanxinats cap amunt remullats en aigua de colònia lavandapuig? mireu, mireu (la segona foto, la del marineret)
Y QUE VIVA!!!

LLUM DE DONA

Joana por Llum de dona.

20 de mayo de 2006.

L'inici

A trenc d'alba i vorejant l'impossible és quan neixen petites realitats. El començament de qualsevol projecte és ple d'il.lusions. Començo aquest bloc amb il.lusió!
L'esbós que tinc al cap és farcit de paraules i d'imatges, de textures i de sabors.
Col.laborarà amb mi "la jove artista" de la casa (així tot quedarà en família).
Ella il.lustrant els meus continguts i jo interpretant les seves imatges.
Vull pensar que aquesta simbiosi no serà flor de dos dies, sinó un inci de nous diàlegs; diàlegs que sovint estan guardats als cellers foscos de la memòria.
M'agradaria teixir i trenar un nou espai i amb el temps anar-lo matisant amb pinzellades de llum.


PAÍS SECRET

País Secret por País Secret.

4 de febrero de 2009.

El País Secret

Tota dona de natura reial
té un país secret que li és més ver
que aquest pàl·lid món extern:
-A mitjanit quan el silenci l'envolta
deixa de banda agulla o llibre
i el visita d'amagat
-Aclucant els ulls, ella improvisa
una tanca amb cinc barres entre bedolls,
salta per sobre, pren possessió.
-Llavors corre, vola o bé cavalca
(un cavall al trot ve a saludar-la)
i viatja allà on vol;
-Fa créixer l'herba, fa obrir-se els lliris
de botó a flor mentre guaita,
i els peixos mengen de la seva mà.
-Ha fundat pobles, ha plantat arbredes,
ha buidat valls per rierols que corren
frescs a una badia tancada.
-Mai he gosat interrogar el meu amor
sobre el governament del seu reialme,
sobre la seva geografia.
Ni l'he seguit entre aquells bedolls
encamellant-me sobre la tanca
i espiant entre la boira.
-M'ha promès, però, quan mori,
un lloc sota el seu palau privat
a una clariana del bosc,
on creixen gencianes i violes
on de vegades ens trobàrem.

Adaptació de Lucía Graves per a "Terra Secreta" de Maria del Mar Bonet.
Poema original extret de "Robert Graves Collected-Poems".

El Vei de Dalt se prepara para abrir el sobre.

-And the oscar goes to... Joana por Llum de dona.

Suenan los aplausos.

Joana besa a Robertinhos en su butaca contigua (un tipo respetuoso, educado, bromista e inteligente, al que le gusta la buena mesa. Es curioso y guapo, según me apuntan). Se levanta decidida con su vestido vintage de Valentino. El modelo es sencillamente elegante, con esa cola de tul por detrás y el finísimo detalle de la línea blanca. Lleva los labios pintados de rojo fuego y unos pendientes discretos de plata.

Joana es de ese tipo de personas que no se creen nunca a sí mismas. Que miran con curiosidad todo lo que les está pasando. Que toman con pachorra el micro y piensan: "¿Qué hago yo aquí?". Pero el suyo es el mejor blog de 2010. Nos mira, y sonríe, tranquila.

"Des que anava a primària m’ha agradat xerrar pels descosits. Això sí sempre en petit comitè. Fins i tot se’m va ocórrer dedicar-me al teatre. No sé si me n’hagués sortit.
El fet és que m’horroritzava parlar en públic. Els exàmens orals i les exposicions a classe eren un calvari... Tenia mal de panxa el dia abans, les hores abans, els minuts que ho precedien, etc, etc.
Em posava vermella i em tremolava la veu. El cor semblava que no em cabia al pit. Amb els anys he aconseguit almenys apaivagar tan de neguit i mantenir una certa coherència amb els gestos i les paraules.
No ha canviat el fet d’emocionar-me quan he hagut de fer un discurs per petit que fora.
M’emociona pensar que les persones que m’escolten esperen alguna cosa de mi i jo he de procurar que es compleixen les espectatives malgrat els entrebancs personals.
Menudeses a part avui és un dia especial. Estic envoltada dels millors: bons escriptors i escriptores, bons lectors, bons blogs, blocaires guapíssims i homes i dones brillants i intel.ligents.
Em fa pensar en una funció de teatre. Cadascú té el seu paper. El Paseante ens honora com a director de l’obra i tots nosaltres en som els actors. Ni més ni menys bons. Som com som i en aquesta varietat hi ha la sal de la vida… Com aquest espai virtual ple de sorpreses.
Estic emocionada d’estar aquí a dalt i rebre aquest òscar el qual dedico a tothom amb qui d’una manera o altre hem establert contacte a través dels blogs.
Sense vosaltres el Llum de Dona s’hauria apagat i la Joana difuminat enmig de les paraules.
Crec en el poder de les paraules. Escrites, llegides, parlades i somiades.
Exercint la meva professió he comprovat que les paraules són un bàlsam guaridor. Tan de bo tothom ho entengués així i el diàleg servís per resoldre els conflictes a qualsevol nivell.
Gràcies i fins sempre".

Aplausos, hasta que se funden los focos. Queda sólo uno abierto. Aparezco barriendo el escenario, con un micro inalámbrico en mi camiseta del Barça con el nombre de Puyol en la espalda. Me dirijo al poco público que permanece sentado en las butacas, mientras sigo pasando la escoba:

"Me hubiera gustado dar algunos óscars más, pero sé que se ha hecho largo (para vosotros y para mí). Quería dar el de mejor comentarista, que lo ganaba MK (de largo). También el de mejor trayectoria. Aquí ganaba el Veí de Dalt (de largo). El de mejor blog revelación. El premio era para Mari-Pi-R (de largo).

También me he dejado en el tintero blogs espléndidos de los que no he dicho nada. Algunos llevan años escribiendo. Otros han cerrado. Hablo de Khalina, de Arare, de Gemma, de Katrin, de Ilse, de Albanta...

Finalmente, quiero pedirles disculpas especialmente a dos blogs que he nominado a menudo y nunca han ganado: Vida i el Veí de Dalt. Siempre han quedado entre mis finalistas a los premios. El primero es un blog excepcional. El segundo es un blog entrañable.

No sé si estos óscars han sido una buena o una mala idea. Se trataba un poco de reconocer el trabajo que hacemos todos nosotros: los premiados, los candidatos y el resto de personas que escribimos un blog. También de presentar a gente nueva. Quizá con algunos arreglos, esta gala hubiera sido más ligera, más dinámica. No lo he sabido hacer mejor.

Me gustaría que esta iniciativa siguiera el próximo año. No lo haré yo. Quiero ser candidato a algún premio :-). Si a alguien le apetece otorgar los óscars en su blog en 2012 puede ponerse en contacto conmigo: turo_parc@yahoo.es.

Me imagino, por ejemplo, un equipo formado por La Rateta Miquey y el Veí de Dalt (la bella y la bestia). Os puedo asesorar (así seremos una bella y dos bestias).

Gracias por vuestra paciencia. Hago una sincera inclinación ante vosotros y voy a apagar el último foco del escenario (que la factura de Fecsa me saldrá por un ojo de la cara)".

PD: El discurs de la Joana és seu. Moltes gràcies bonica. I també agraeixo la resta de discursos. Han estat el millor d'aquesta cerimònia.