El usurpador

Ayer por la noche el globo de la luna llena rebotaba olvidado contra el cielo de una fiesta infantil, cerca de la torre del grupo Godó de comunicación. El astro esperaba junto a los ventanales de la planta catorce a que comenzara el programa de radio Versió Rac 1, que este verano es propiedad de Montse Llussà. Y le sale bien. ¿Verdad Emily?

Hubiera permanecido más tiempo observando la luna que frotaba su mejilla en el edificio de cristal oscuro, como un gato amarillo, como el gato amarillo de Thaís que se ha perdido, pero el señor Gris no estaba interesado en las postales oníricas y me arrastró al interior del Turó Parc. Con nuestras sombras proyectadas en los senderos de tierra, vimos murciélagos revolotear en la entrada, caracoles despertar de su ensueño, escuchamos croar a las ranas en la charca (jamás hemos logrado contemplarlas), nos miró un pez tremendo en el estanque para desearnos suerte en este mundo terrestre y le sonreímos para esperar lo mismo para él en su mundo subacuático.

Estábamos a punto de abandonar el recinto cuando descubrimos a un hombre escribiendo en un cuaderno, sentado en un banco, como hago yo a veces. Nos parecíamos físicamente: cabello rapado, cuerpo enjuto, gafas, mirada triste... Por eso quiero hacer pública esta nota y evitar confusiones.

1. Jamás llevo pantalón corto lejos de la tierra de la niebla
2. No ando en chancletas. Siempre uso zapatos cerrados y, normalmente, con calcetines.
3. No pongo las piernas debajo de los glúteos, como los Budas.
4. No utilizo cuardernos en blanco para escribir, sino sobres viejos de La Caixa.
5. No suelo chupar el tapón del boli, como si fuera un huérfano.
6. No acostumbro a sentarme en la parte sur del parque; lo hago en la del norte.
7. No soy tan joven como ese usurpador, ni aparento trascendencia acariciándome las sienes mientras tomo notas. Simplemente asomo la puntita de la lengua entre mis labios y muestro cara de alumno aplicado.

Ese que escribía ayer por la noche en el Turó Parc no era yo.

Firmado en Barcelona a treinta de julio de dos mil siete.

PD: Si lees esto usurpador, dinos qué redactabas con tanta dedicación.

High Noon



Con una punta de cigarrillo en los labios avancé entre los semáforos apagados. Extrañamente, los coches se detenían en los pasos de peatones, más que cuando reina la normalidad. La gente parecía concienzada con el apagón de Barcelona, que va a pasar a la historia en los manuales técnicos de electricidad.

Los Hayden estaban de vacaciones, despreocupados de esa ciudad sin luz desde hacía un día y medio. Un rato antes, me llamó el tenista alarmado por las noticias que aparecían en su televisor de la tierra de la niebla. "Per què no vas a mirar si el seu pis està a les fosques?".

La verdad es que no me apetecía. Estaba cansado. En mi apartamento disponía de fluido eléctrico pero la calle estaba a oscuras. Con todo, me vestí de nuevo, puse los walkmans en mis oídos y salí a caminar en la penumbra. Alex Gorina me regaló en su programa El Club de la finestra indiscreta la música de Dimitri Tiomkin compuesta para Sólo ante el peligro. Hace mucho tiempo, cuando no había vídeos en los domicilios, grabé el sonido de esa película en la tele con un antiguo magnetófono que me regaló el tenista en un cumpleaños adolescente. No tenía imágenes, pero asociaba cada frase que reproducía ese aparato con cada plano rodado por Fred Zinnemann. Recuerdo que me sentaba en mi cama y escuchaba la película hasta dormirme y mitificarla en sueños.

Adoraba esa grabación, más que el propio filme (y debo conservarla en alguna caja de cartón). Esa noche, mientras avanzaba a oscuras para descubrir lo que ya sabía (el domicilio Hayden llevaba casi cuarenta horas sin luz), recuperé el viejo recuerdo para sentirme como Gary Cooper solo ante el peligro. En esas tinieblas.

Borrar y volver a escribir

Giuly deja Barcelona para irse a Roma. Ignoro si sale ganando en decorados porque nunca he visitado esa ciudad italiana, pero me duele porque era mi jugador de fútbol preferido, junto con Deco. Me acordaré siempre de él. Ahora llega Henry, otro galo con su poción mágica, y toca borrar el pasado y volver a escribir. Así son las cosas y hay que amoldarse a los cambios.

Paseé hace unos días por el parque zoológico con mis sobrinos. Quería ver osos y canguros. Pero ellos prefirieron pasar la tarde ofreciendo hierba seca a las cabras de la zona infantil y saborear helados. Conseguí, al menos, arrastrales a un espectáculo de delfines que mojaron con sus aletas traviesas a los niños, entre sus carcajadas inocentes. No permanecían en el recinto los íconos de antes: Copìto de Nieve y la orca Ulises. A cambio me proponían un nuevo habitat para lemures. No era lo mismo, pero lo acepté con resignación. Tocaba borrar y volver a escribir.

El viernes pasado corría hacia el tren a la tierra de la niebla, cuando un amplio dispositivo policial detuvo mis pasos cerca del edificio de la Pedrera. Woody Allen rodaba su película barcelonesa. Le vi con su gorrita made in New York, poniéndome de puntitas entre la muchedumbre. En primera línea del espectáculo estaba el anciano nudista famoso en la ciudad, con sus calzoncillos tatuados que dejaban al aire su extrema masculinidad y su aspecto de extraviado en la vida. No tenía tiempo para buscar a Scarlett con la mirada. El tren puede llegar con retraso, pero nunca te espera. Frente a ese edificio solía quedar con Hannah, hace mucho tiempo, cuando no había vallas, ni policías, ni nudistas, ni artistas deslumbrantes. Sólo estaba la chica con su mirada azul. Llegaba siempre puntual con su reloj alemán en la muñeca. Ahora habían montado ese circo excesivo, y ella no había acudido esa tarde. Tocaba borrar y volver a escribir.

El fin de semana tuve propuestas para asistir a un concierto de jazz o para pasear en bicicleta por la tierra de la niebla con el pequeño Hayden. El señor Gris me miró con ojos tristes para que le llevara a recorrer caminos. Me llamó un viejo amigo para salir a recordar viejos tiempos. Pero me apetecía estar solo porque cumplía años y me sentía extraño en el mundo. Salí a caminar a media tarde. Me senté entre unos manzanos y dejé que el sol acariciara mi rostro. Pensé que tocaba borrarlo todo y volver a escribir, pero Alfons (el antiguo copiloto de motos), Meritxell, Silvia y Thaís frenaron mi mano con sus felicitaciones por sms o en viva voz. Sonreí mirando correr las aguas por el canal. Pensando que no todo está por escribir de nuevo.

Ilse

Ilse querría ser Ingrid Bergman, pero debe conformarse con ser Amélie Poulain caminando por la vida con su caperuza mientras busca la felicidad de los demás, más que la propia. (Escribiendo esto, ella preparaba las camas de los siete enanitos -Goio, Dani...- que visitaron el pasado fin de semana a Blancanieves con una manzana sin envenenar.) A veces, no sabes cómo, te cruzas con alguien como ella y tu existencia mejora.

Pasea con su bandera roja, ondeándola por las ventanillas de un autobús, por esa ciudad que tanto ama, reclamando sus derechos de ciudadana. Se saca fotos con su madre hermosa, o en el huerto dedicado a las lechugas que cuida el viejo minero. Regresa a su hogar en la soledad del ómnibus y mira esas imágenes expuestas sobre la cama. Lo hace con futura nostalgia, porque un día nada será como ahora, mientras acaricia a su gata Salsa.

Aunque nuestra relación sea secreta, hace poco me sorprendió que gente de mi entorno hablara de ella. Había quedado con una amiga para imprimir el cuento que escribimos conjuntamente para su sobrino y al que ella ha puesto su voz magnífica. Se presentó con un personaje conocido de la televisión (el descubridor de la chica que canta "ponte el cinturón, protege tu vida"). El tipo arrastraba una maleta por la avenida Diagonal, pasadas las diez de la noche, con su peinado extraño y un nuevo tatuaje en su brazo derecho. La sorpresa fue que él conocía este blog, al que había llegado a través de un link, pero no recordaba cuál era.

-Potser és el de la teva amiga moderna de Madrid. Es diu Ilse oi?- preguntó ella.
-Sí, Ilse.
-I és modernilla com el Miqui, no?


A veces Ilse puede parecer una persona triste, pero no es así. Arrincona sus instantáneas fotográficas en una caja de cartón, se pinta con colores de guerra y se lanza a galopar tras los conciertos de Rufus Wainwright y de otros flautistas de Hamelín que la cautivan siempre como si fuera bobita. Entonces es feliz, saltando entre la muchedumbre.

Cuando nota esas sensaciones en su cuerpo, corre y nos las explica. Le gusta vivir y hacer vivir. Nos manda mensajes con su teléfono de última tecnología que dispone de un teclado desplegable necesario para contarnos sus experiencias al detalle; y se detiene en una esquina para recibir una respuesta de retorno (que nunca es la mía, porque mi móvil tiene unas teclas muy chiquitas).

Ilse es y se siente española. Para acabarlo de arreglar, se declara incondicional del Real Madrid (no le he preguntado por los toros, por si acaso). Pero, cuando seamos independientes, le voy a enviar una invitación para que le concedan el visado (como hacen ahora quienes se enamoran de personas rusas por catálogo) y venga a regalarnos su vida encantada con el transiberiano. O a la inversa, y que me convide a entrar en su mundo de fantasía.

Con gente como ella no harían falta celos, ni rencores, ni fronteras, ni equipos de fútbol para saber quién está más dotado. Bastaría con escuchar que, saliendo de uno de sus agotadores programas de televisión, ha tenido ánimos para ir de tiendas y comprarse unas sandalias estupendas que realzan sus pantorrillas, que ha llamado a un zombie para contárselo, que aprovechando el viaje ha visto unas zapatillas ideales para uno de sus sobrinos. Llegando a casa se ha conectado a internet para mirar en Youtube fragmentos del programa Polònia, porque le hacen reír y así aprende catalán. Después ha puesto una lavadora que interrumpe sus charlas con los amigos catalinos. Todo lo cuenta con naturalidad, mientras le entran los bostezos y quieres hacerle un rinconcito en el corazón para que se acune y desconecte por hoy de este mundo que la tiene engatusada.

Es simpática, culta, ingeniosa, guapa. Una tía genial. Así es Ilse. La encantadora Ilse, que lleva siglos aguantando mis bromas sin sentido. Inyectándome su vida, como hace con todos.

Ilse: ahora estoy con una camiseta azul, pero porque me voy a dormir.
El paseante: son horas de pijama niña.
Ilse: nah, en verano me pongo muchas veces camiseta.
El paseante: qué raras sóis en Madrid! en invierno las muchachas catalanas usan pijama, y en verano llevan su camisoncito.
Ilse: es que muchas camisetas se manchan y ya no sirven para ponértelas por la calle.
Ilse: pero sí sirven para dormir, antes de que las uses para trapos.
El paseante: a ver niña, pero y si hay un terremoto en Madrid (Dios no lo quiera) y debes salir a la calle con lo puesto... ¿qué dirá la gente si te ve con una camiseta vieja? En cambio, si llevaras tu camisón reglamentario...
Ilse: jajaaaa
Ilse: tengo un camisón nuevo
Ilse: hasta los pies
El paseante: anda, ahora me gustas
Ilse: pero con escote
El paseante: jajajajaja, qué sería de tu vida si no existieran prendas con escotes?
Ilse: eres más payasín... Pues sería muy aburrida
El paseante: para ti y para los gallinos que miran
Ilse: jajaaaaaaaaaa
Ilse: tú eres gallino?
El paseante: eso debería preguntártelo yo a ti
Ilse: jajaaaaaaa
Ilse: bueno, tú mirarías?
El paseante: disimuladamente, que no soy House
Ilse: jajaaa, llevo tres semanas sin verlo. K mal!
El paseante: House te metería un billete de un dolar y diría: "bonita hucha".
Ilse: jajaaaaaaaaaaaa
El paseante: he visto dos capítulos hoy, pero el tercero lo he dejado
Ilse: me cabe mucho más que un dólar entre las tetas
El paseante: ya, pero él es rácano
Ilse: que me metan un fajo de los de Marbella
El paseante: jajaja, mira qué lista!. Seguro que eso le decía la Pantoja al... Cachuli?
Ilse: sí, Cachuli
Ilse: pero la Pantoja tiene las tetas peor que yo.
El paseante: porque no está operada
Ilse: y yo sí?
El paseante: bueno...
Ilse: sabes? Hoy me ha escrito un mail un chico
El paseante: un gallino?
Ilse: resulta que estaba buscando cosas de rufus en google
Ilse: y dio con mi blog
Ilse: me escribió para decirme que él también sentía que le había cambiado la vida

A mí también me contagió su fiebre por Rufus Wainwright, y ahora escucho Release the stars mientras acabo de escribir este texto y finaliza el día.

Quiero mucho a esa personita de la caperuza, más que nada porque me da conversación cuando me encuentro solo. (Ahora me siento como House, cuando necesita reprimir sus sentimientos buscando excusas.)

Anfitriones

En Madrid está la corte, pero en Barcelona tenemos a la reina.

Desde que Scarlett Johansson llegó a la ciudad, el nivel del agua en los pantanos locales ha menguado un par de palmos porque los varones hemos recuperado la ceremonia diaria de la ducha. En la sección de caballeros de los almacenes Sepu han desaparecido los trajes coloniales de color blanco inmaculado y los sombreros Panamá. La ciudad huele a loción para después del afeitado porque cada uno de nosotros permanece en perfecto estado de revista por si ella se siente perdida en la ciudad y necesita tomar una copa en el bar en penumbra de un hotel con el primer desconocido que se cruce en su camino. Incluso se apunta gente felizmente casada como el locutor radiofónico Toni Clapés.

No es la mejor actriz del mundo, la más atractiva, la más brillante, la más contundente en su anatomía. Pero tiene ese punto de desamparo, de tristeza que conmueve a los creadores para que la conviertan en musa de sus historias. Su aspecto es tan moderno, tan nuevo, tan alejado del patrón patinadora de Venice Beach que parece europea.

Muy pocos la han visto en Barcelona. Un crítico musical asistió la semana pasada al concierto del grupo norteamericano TV On The Radio en la pequeña sala Apolo. Entre tema y tema, parte del público coreaba: "Scarlett, Scarlett". El periodista creyó que era el título de una canción que los asistentes demandaban, y no supo hasta el día siguiente que la actriz bailaba vestida de blanco, sacando fotografías con su teléfono móvil y fumando compulsivamente a escasos metros de él. El Señor da pan a quien no tiene dientes.

Otros dicen haberla descubierto sentada en la barra del Sidecar, con la misma mirada perdida de Lost in translation. No estaba sola: un armario de dos por dos metros guardaba su espalda y convertía en desaconsejable cualquier intento de acercamiento para expresar admiraciones. De todas formas, uno de los rasgos que mejor define a los catalanes es la discreción, y es raro que zarandeemos a los famosos por la calle gritándoles al oído: "¿Cómo estás campeón?". Nos limitamos a sacarles una instantánea con la mirada y seguimos nuestro camino.

El personaje público que más me ha impresionado en el cruce ha sido el pintor mallorquín Miquel Barceló. Era una noche fría de invierno de hace un par de años, y él caminaba por el paseo de Gracia con un jersey fino, unas zapatillas deportivas milenarias y las manos en los bolsillos de unos vaqueros. Su cuerpo desprendía fulgor, como si fuera un santo, como si fuera Scarlett Johansson.

Ignoro si ella permanecerá muchas semanas entre nosotros. Quizás algún medio de comunicación publique sus rutas pendientes por la ciudad. Por eso seguiré duchándome a diario, como harán los demás, lo que hará peligrar el nivel de los embalses. (Roguemos para que Hugh Laurie -el doctor House- no tenga ganas de visitar Barcelona este verano, y las mujeres también decidan asearse.)

Nota: Sé que hay señoras que se sienten atraídas por Scarlett y tipos que sueñan con Hugh, pero ponerlo en el texto lo convertía en farragoso.