Julie Christie
jueves, 21 de mayo de 2015 by el paseante
Cuando era pequeño, en la
tierra de la niebla era imposible cruzarte con un personaje famoso por la calle
(aparte del señor alcalde, que salía de vez en cuando en el periódico provincial). Como
mucho, venía una compañía de variedades por la fiesta mayor con chicas más risueñas
que las que vivían en el pueblo.
Los famosos de verdad quedaban
reservados para el fin de semana, en la pantalla a todo color del cine al lado
de la estación de trenes. Cuando se apagaban las luces, me acomodaba lo mejor
que podía en la butaca incómoda de madera, junto a Sala y Miró, y espera a que
apareciera Johnny Weissmuller, luchando con cocodrilos, o Terence Hill y Bud
Spencer repartiendo mamporros en un salón del oeste. Aquellos héroes, que me
magnetizaban cada domingo por la tarde, vivían a distancias siderales de mi territorio vital.
A la salida del cine, me
apuntaba en una libretita el título de la película, los nombres de los actores
y del director, mientras Sala y Miró me metían prisa para ir a jugar al
futbolín al bar de la señora Flora. A mis amigos les gustaban
las películas de acción, como a mí. Por eso, todos los filmes que tenía
anotados en mi pequeño diario cinematográfico eran del estilo: Noche de
gigantes o Le llamaban Trinidad.
Hasta que una tarde vimos Doctor Zhivago, no recuerdo si por equivocación o porque no había otra cosa,
y aquel primer plano de los ojos de la actriz protagonista inundaron de azul la
tierra de la niebla durante toda la semana. A la salida, anoté su nombre en mi
libretita repleta de héroes y villanos, y en la que todavía no tenía a ninguna
actriz: Julie Christie. Su mirada no existía en las mujeres de la tierra de la
niebla, ni siquiera en las chicas risueñas de la compañía de variedades que nos
visitaban una vez al año, por la fiesta mayor.
Creo que ella fue mi despertar a la primavera (junto a la carnicera de la calle de las
librerías que espiaba a la salida de la escuela, aunque era mucho más
cercana y mediterránea). En mi vida habían aparecido las mujeres y se quedaron
para siempre, a pesar de que no lucharan contra cocodrilos ni se pelearan en un saloon.
Julie Christie
simplemente se paseaba en un carruaje por las calles de Moscú con la música de
Maurice Jarre de fondo. No necesitaba hacer nada más para que te fijaras en
ella. Me pre-enamoré, con esos enamoramientos pre-adolescentes. De eso hace
mucho tiempo.
Hace una semana me afeité
con crema de sales minerales, me puse una mascarilla hidratante 9.60 del
Mercadona, me duché con gel de lima y limón, y me perfumé con unas gotas de
Jasmin noir de Bulgari (de una botellita de promoción que robé en Sephora). Me
vestí con unos tejanos oscuros y una camisa negra, y estrené unos mocasines de
gamuza de color caldera que había comprado el día anterior de rebajas en
Decathlon.
Llegamos al auditorio de
La Pedrera con el tiempo justo. Sólo quedaba libre la última fila de asientos
en el lateral izquierdo. La veríamos con cierta dificultad, pero al menos estaríamos
en el mismo espacio que ella.
Entonces se apagaron las
luces y me acomodé en la silla de madera. A mi lado no estaban ni Sala ni Miró.
En el escenario no esperaba ni a Tarzán ni a dos cowboys. La mujer de los mares
del sur me tocó el brazo para que me girara. Por una puerta a mi espalda, salía
ella acompañada por dos personas. Rozó mi respaldo. Parecía una persona mayor, pero sus ojos seguían inundándolo todo de
azul, en ese frame de penumbra en que apenas se cruzaron nuestras vidas.
Era Julie Christie que se
dirigía al escenario para recitarnos poesía con Marta Pessarrodona, en inglés y
catalán.
Me gustó especialmente el
poema de Dorothy Parker "Threnody":
Lilacs blossom just as
sweet
Now my heart is
shattered.
If I bowled it down the
street,
Who's to say it mattered?
If there's one that rode
away
What would I be missing?
Lips that taste of tears,
they say,
Are the best for kissing.
Eyes that watch the
morning star
Seem a little brighter;
Arms held out to darkness
are
Usually whiter.
Shall I bar the strolling
guest,
Bind my brow with willow,
When, they say, the empty
breast
Is the softer pillow?
That a heart falls
tinkling down,
Never think it ceases.
Every likely lad in town
Gathers up the pieces.
If there's one gone
whistling by
Would I let it grieve me?
Let him wonder if I lie;
Let him half believe me.
Ese poema me pre-enamoró como si fuera un pre-adolescente.
A la salida del acto le pedí a la mujer de los mares
del sur (que es mucho más cercana y mediterránea) si tenía un bolígrafo para
anotar los nombres de aquellas dos personas que nos habían regalado una hora de
vida en mi vieja libreta de gente importante, donde ya no hay lugar para
hombres duros de pelar. Me metió prisa, porque quería ir a jugar al futbolín en un bar del Eixample.