Parc de l'Oreneta (o los pies colgando en un muelle con una sandía entre las piernas).
viernes, 22 de octubre de 2010 by el paseante
Siempre, eternamente, espero el verano. Siempre sonrío con los primeros rayos de sol en el mes de marzo (por San José). Siempre programo todo lo que voy a hacer en esos meses de camiseta y calor. Y luego siempre pasa volando el tiempo, dejando leves pinzeladas de sonrisas en mis recuerdos, cuando yo esperaba carcajadas. Y llega el 30 de junio, y el 31 de julio, y el 31 de agosto. Y luego septiembre. Y los cirros tapan el sol en la playa, y la brisa marina me hace sentir frío en los brazos, mientras busco refugio en las calles estrechas de la ciudad.
Estoy a mediados de octubre y sé que ya no regresará el buen tiempo. No creo en milagros. Es en esta época del año cuando me enamoro del antiguo verano. Añoro esa bisagra que chirriaba cuando salía a fumar a la terraza de la tercera planta en la tierra de la niebla. De madrugada. Mis padres dormían en el piso de abajo, y debía caminar con precaución entre las macetas llenas de hortensias y pensamientos para no tropezar con esas hijas de la señora Sofía (en invierno invernan en el desván -este fin de semana hemos comenzado a subir las plantas más delicadas a los cambios de clima). Y me tumbaba en pantalón corto sobre esas baldosas frescas para hacerle compañía al señor Gris que se convirtió en estrella hace tiempo. En ese cielo negro, que se llenaba de nubes con mis bocanadas de humo.
Es en esta época del año cuando me enamoro del antiguo verano. Me acuerdo de mis paseos por el camino de Duran buscando caracoles o peras blanquillas o moras. Recuerdo haberle hecho compañía a lo poquito que queda del viejo sauce llorón que abatió una tormenta hace casi dos años. Ahora es una estrella en ese cielo negro que se llena de nubes con mis bocanadas de humo.
Me acuerdo de ese uno de junio cuando mis piernas colgaban junto a las de Ilse en el Moll de la Fusta, comiendo una sandía bajo una palmera que nos ofrecía sombra, mientras me atragantaba con sus ocurrencias graciosas (últimamente, mi verano siempre comienza con ella de visita en Barcelona).
Me acuerdo de esa tarde con Pocoyó, trepando en silencio por el Parc de l'Oreneta hacia Collserola. Me hubiera gustado sentarme con ella en ese solar en el que van a edificar un chalet. Y mirar el horizonte mientras nos pegaba el sol en la cara. Los dos tranquilos. Luego hubo conflictos con sables en esa sala de aprendizaje de esgrima en la que éramos unos intrusos. Los dos asomando nuestras cabecitas por el marco de la puerta. Con timidez. Hubo más momentos en esa tarde, pero ya los contará ella dentro de un año, en el nuevo blog que prepara y que será francamente original.
Me acuerdo de esa tarde en las piscinas de la tierra de la niebla, con el pequeño Hayden viniendo junto a mi toalla y haciendo el centrifugado de su cabello rubio sobre mi libro de Martin McDonagh. Luego saltó de nuevo en el agua para jugar con una niña a la que acababa de conocer. También era rubia.
Me acuerdo de Joan (sempre me'n recordaré de tu, Carbo) y de Miquel en pantalones cortos en el patio de La Salle jugando a canicas cuando los tres éramos niños. No quisieron que se acabara este verano, y se largaron con pocos días de diferencia para convertirse en estrella a principios de agosto, con sus hígados destrozados. Me tumbé en pantalón corto sobre esas baldosas frescas de la terraza de la granja de los caballos para hacerles compañía después de que flotaran en el cielo, mientras llenaba de nubes el firmamento. Fumando.
Recuerdo un nuevo espacio que descubrí en la tierra de la niebla. Es una jungla de melocotoneros al final del camino de Duran. Debes entrar con un machete para segar las malas hierbas. Y saltan conejos a cada cuchillada. Las copas son tan espesas que no filtran los rayos de sol. Allí puedes tumbarte en la hierba y leer sin otro ruido que el del viento o el del vuelo de las garzas. Regresaré a ese lugar el próximo mes de marzo (por San José) para programar todo lo que voy a hacer en esos futuros meses de camiseta y calor en 2011, cuando espere carcajadas. Pensaré en cómo evitar sentirme descontento cuando llegue el 30 de junio, o el 31 de julio, o el 30 de agosto, y sólo obtenga sonrisas.
El uno de junio regresará Ilse a Barcelona, para traerme el buen tiempo.
Mientras tanto, viene la dura temporada del otoño y del invierno. Deberé apretar los dientes. Supongo que en el Corte Inglés ya piensan en programar la primavera. Como yo.
PD: Per al senyor Gris. Ara fa tres anys que va morir. I, al camí de Duran, encara em giro de vegades per veure si em segueix. Tranquil.let. Al seu pas.