Primer paseo del año
miércoles, 15 de enero de 2014 by el paseante
Todavía no he aprendido a pasear por mi nuevo barrio cuadriculado. Doblo una esquina y luego doblo la siguiente, y acabo dando vueltas a mi manzana como un burro en la noria. Me suenan las tiendas cuando las veo, pero nunca recuerdo si están en Provença, en Rosselló o en Nàpols cuando busco el negocio del bacaladero, la fotocopistería con el gato gordo en la alfombra de la entrada o la tintorería del argentino que no dispone de hojas de reclamaciones cuando te estropea una chaqueta.
No tengo los puntos de referencia que me hacían de Osa Mayor en mis paseos nocturnos por mi barrio antiguo. Echo de menos aquellas calles que me conocía de memoria y que no eran cuadriculadas. Aquellos negocios en los que entré durante catorce años. Las caras con las que me cruzaba cada anochecer. ¿Qué habrá sido de la chica enamorada de su perro bóxer en Príncep d'Astúries? Siempre los veía pasar alegres, sentado en mi banco mientras fumaba un cigarrillo y el metro temblaba bajo mis pies. ¿Cómo estarán mis vecinas colombianas del tercero cuarto? Supongo que siguen cepillando sus melenas blancas en el balcón, pero ahora no pueden hacerlo sobre mi ropa tendida un poco más abajo. ¿Cómo fue la Nochevieja en mi viejo piso de Torrent de l'Olla? Lo imaginé vacío, con las persianas bajadas y la cisterna del retrete goteando, mientras sonaban las doce campanadas y las tracas en algún lugar alegre que no era allí. También me acordé del Turó Parc con las vallas cerradas, sin nadie que lo rodeara tocando cada hoja que asomaba a la calle para desear un buen año a la gente cercana: cada hoja era siempre un deseo.
Pensé en todo eso la pasada Nochevieja, mientras contemplaba las cuadrículas de mi nuevo barrio desde ese ático espléndido, con vistas a toda la ciudad, al que me habían invitado. Intenté buscar con la mirada los lugares que me sacarán de esa noria rutinaria, donde parezco un burrito, para ir un poco más allá de mi manzana de casas: la biblioteca Sofia Barat (para ir a leer por las tardes), los jardines del rector Oliveres (para pasear con la mujer de los mares del sur y el perro ventilador) y el espacio de Jaume Perich (para cuando quiera estar solo). Poco a poco, los iré colonizando, haciéndolos míos. Pero en la otra punta de la ciudad, siempre me esperará el Turó Parc, porque allí soy yo.
Me asomé por la barandilla de la terraza para intentar adivinar las copas de sus árboles, más allá de la torre del Banc de Sabadell y del edificio del Grupo Godó. Hasta que me reclamaron adentro para seguir con la fiesta. Así que sepulté la colilla en la maceta de un limonero (espero que no la hayan encontrado), me puse el sombrero de paja y la guirnalda roja, y me sumé a esa conga que dibujaban en el comedor seis personas magnificas.
PD: La música és de la Rateta (una recomanació de fa temps). Gràcies Rat.