Agosto
miércoles, 29 de agosto de 2012 by el paseante
El Turó Parc se convierte en mi oasis de agosto cada año por estas fechas. Da gusto llegar a ese recinto con árboles, fresco y solitario, tras recorrer sudando toda la calle Madrazo con mi mochila Adidas en el hombro y tras respetar con paciencia todos los semáforos en rojo, aunque el sol me golpee la cara y no vengan coches de frente por Balmes, Aribau o Muntaner para intentar atropellarme sobre ese asfalto que el sol funde.
Tras las vallas del parque, me refresco la cara en la fuente de la entrada y luego puedo elegir un banco donde sentarme porque la mayoría están vacíos en agosto. No vive nadie en Sant Gervasi cuando son vacaciones. Hoy apenas paseaban por allí una pareja con un cochecito Jané y una sudamericana que arrastraba la silla de ruedas de una anciana de cabellos blancos que ya no mira su agenda. Abrí la botella de cincuenta centilitros de agua de Viladrau que me acababa de comprar en el Caprabo, mientras contemplaba las largas piernas de esa chica rubia que hacía caminar a sus tres Yorkshires a toda marcha ("vinga, vinga, vinga"), difuminada tras el chorro de la cascada.
Entonces se acercó una mujer de unos setenta años, vestida de un blanco elegante, y se sentó en mi banco vecino para hacer crucigramas. Seguía siendo muy atractiva a su edad. Mientras rellenaba casillas en su revista, controlaba a su perro de raza indescifrable y que parecía mucho mayor que ella. Observé cómo husmeaba la hierba y vi que le faltaba un ojo. Le acaricié el lomo cuando vino para olerme los pantalones. Movió la cola y me regaló su media mirada. Contento.
Un padre joven, con gafas de pasta, ayudaba a su crío de pocos meses a no caerse mientras tropezaba por los senderos del parque para acariciar al perro tullido, que volvía a estar sentado entra las piernas de la mujer elegante, hasta que consiguió tocarle la cabeza mientras le decía: "Apo, apo". (imagino que le llamaba "guapo"). La señora se puso sus lentes de leer sobre el cabello corto y blanco y sonrió ante esa escena tierna, como si entendiera del paso del tiempo, de edades, de lo simple o complicada que es la vida.
Luego, volvió a entretenerse con sus crucigramas, mientras el padre con gafas de pasta retornaba a la mesa del pequeño bar, en las entrañas del parque, arrastrando al bebé. Allí, su esposa, rubia como el hijo en común, tomaba un vermut blanco a media tarde. En silencio. Aburrida.
Me levanté del banco con esas imágenes y me marché del oasis de agosto en que se convierte el Turó Parc cada año por estas fechas. Me alejé por la calle Madrazo, volviendo a sudar, con mi mochila Adidas en el hombro y tras respetar todos los semáforos en rojo aunque no vinieran coches de frente por Balmes, Aribau o Muntaner para intentar atropellarme sobre ese asfalto que el sol fundía.
PD: Avui dos posts (o dos pots). Em sembla que us començo a trobar a faltar.