Tour
martes, 28 de junio de 2011 by el paseante
Es la tarde de Sant Joan. Apenas hay nadie en la ciudad sofocada por ese sol con el termostato a tope. Camino por las aceras sin necesidad de esquivar a personas que en los días laborables van a la deriva, más pendientes del teléfono móvil que de mantenerse en su carril de la derecha, el de vehículos lentos. Cruzo la calzada por zonas prohibidas sin preocuparme de los todoterrenos; de las motos con el tubo de escape trucado; de los taxistas en busca de clientes, como si fueran cortesanas.
En mi trayecto al Turó Parc, apenas me cruzo con cuatro raros que se han quedado en Barcelona, como yo. Tampoco allí parece que vaya a celebrarse la final de la Liga de Campeones. Está prácticamente desierto. A pesar de todo, busco un banco apartado en un camino lateral. Es un sitio fresco bajo unos árboles floridos. Me descalzo y una tórtola baja a visitarme desde una rama. Se mantiene a distancia de mis zapatos negros de verano. No se atreve a acercarse más allá de unos cinco metros (yo no meriendo tórtolas, ni mi calzado huele tan mal -creo).
Abro la primera página de mi nuevo libro, robado en el sitio menos vigilado de esa librería: En lloança de les dones madures, de Stephen Vizinczey.
"Vaig néixer al si d'una devota família catòlica romana, i vaig passar gran part dels meus primers deu anys amb uns bondadosos monjos franciscans".
Entonces escucho un ruido sordo, repetitivo. Son unos pedales que hacen girar una cadena. Una niña, con cara de velocidad, derrapa su bicicleta en la curva de entrada a mi camino remoto del parque donde me he refugiado. Viene a toda pastilla hacia mí. Tengo el tiempo justo de apartar los zapatos del camino y evitar que queden tatuados por una rodada. Y la tórtola dispone de un segundo escaso para levantar el vuelo y no ser atropellada por ese pequeño demonio que esprinta como si fuera a romper la cinta de un final de etapa del Tour de France. Asoma la puntita de la lengua entre sus labios al pasar frente a mí y me mira de reojo con una media sonrisa. Se la devuelvo.
Regresa el silencio a esa zona del parque. Reabro el libro tumbado boca abajo en el banco:
"Vaig néixer al si d'una devota família catòlica romana, i vaig passar gran part dels meus primers deu anys amb uns bondadosos monjos franciscans. El meu pare era director d'una escola catòlica i un excel.lent organista; un jove actiu i dotat que tenia també l'energia d'organitzar la guàrdia del districte i participar en política".
Oigo de nuevo una bicicleta tras unos arbustos. Creo saber quién es su dueña. Da pedales como si escapara de una guerra invisible mientras se acerca a mi sitio silencioso y apartado del parque. La observo. Debe tener unos cinco o seis años. Va peinada con dos coletas que parecen amortiguadores de un automóvil (arriba y abajo, arriba y abajo) y la ha vestido alguien que no puede ser ninguno de sus padres: pantalón corto y camiseta, ambas prendas del mismo color marrón tristeza. Me mira de reojo y se vuelve a reír, acelerando frente a mi banco. Le devuelvo una sonrisa.
Regresa el silencio. Reabro el libro:
"Vaig néixer al si d'una devota família catòlica romana, i vaig passar gran part dels meus primers deu anys amb uns bondadosos monjos franciscans. El meu pare era director d'una escola catòlica i un excel.lent organista; un jove actiu i dotat que tenia també l'energia d'organitzar la guàrdia del districte i participar en política. Donava suport al règim autoritari i pro-clerical de l'almirall Horthy, i era la mena de conservador que també era antifeixista i que, alarmat per la pujada de Hitler al poder a Alemanya, utilitzà la seva influència i autoritat perquè es prohibissin les reuninos del Partit Nazi Hongarès. El 1935, quan jo tenia dos anys, un adolescent nazi, triat per a la tasca perquè encara no havia fet els divuit i no podia ser executat per assassinat, el va apunyalar mortalment".
Retorna el ruido de la cadena de la bicicleta. Sordo, repetitivo. Sé que es ella -¿quién si no?-, en su particular tour 2011 al Turó Parc. Toma la curva del camino y avanza, esta vez sin tórtolas a la vista, ni zapatos que pisar. En esa ocasión, no aparto la vista de la novela. Hago ver que la ignoro para comprobar su reacción. Se me escapa la risa por debajo de la nariz en ese juego improvisado. Cuando ya me ha sobrepasado, la miro a lo lejos. Tiene su cabecita girada hacia mí, con extrañeza, sobre su espalda, y entonces vuelve a sonreír cuando su único espectador de esa tarde está pendiente de nuevo de ella, de lo bien que monta en bicicleta, mientras se aguanta sobre ella sin caerse, esa tarde de Sant Joan.
La ciudad está vacía. En el parque hay cuatro gatos, una niña, una tórtola y un lector que no puede leer. Ella seguramente acaba de aprender a conducir sobre dos ruedas y necesita público. Le gusta que alguien la observe mientras se hace la chula. Y a mí me hace recordar que, una vez, me hubiera gustado ser padre de una niña como esa.
Fue a mediados de los noventa. Soñaba con tenerla y pasearla en un cochecito por un parque recordando en ella los ojos claros de su madre, el cabello lacio de su madre, el esqueleto de animal grande de su madre. Pero eso fue una vez. A mediados de los noventa. Han pasado casi veinte años y el manual de instrucciones para procrear debe andar desamparado en una caja del altillo, junto al folleto de cómo hacer funcionar la nevera Indesit.
La niña en bicicleta no vuelve a aparecer, tras su quinta vuelta al Turó Parc. Supongo que sus padres le han dicho: "Game over". Espero que ella haya mirado entre los árboles de mi rincón para buscar la sombra de ese hombre descalzo con un libro sobre las piernas que fue su fan número uno durante un ratito. No tengo ganas de coger de nuevo la novela. Me había acostumbrado a verla aparecer por la curva de la esquina con su sonrisa de princesita.
Regreso a casa. Apenas hay nadie en la ciudad sofocada por ese sol con el termostato a tope. Camino por las aceras sin necesidad de esquivar a personas que en los días laborables van a la deriva, más pendientes del teléfono móvil que de mantenerse en su carril de la derecha, el de vehículos lentos. Cruzo la calzada por zonas prohibidas sin preocuparme de los todoterrenos; de las motos con el tubo de escape trucado; de los taxistas en busca de clientes, como si fueran cortesanas.
Es la tarde de Sant Joan.
PD: He descobert els The miserable rich (el grup del clip) a ca la Vida. Gràcies.