Esta noche estaba tirado en el sofá antes de cenar, sin ganas de hacer nada, cuando he decidido salir a comprar café soluble en el Caprabo de la calle Escorial para desayunar mañana. No me apetecía, porque tenía los músculos de mi cuerpo doloridos después de ayudar a la mujer de los mares del sur en su traslado a Barcelona.
Ayer la enfermera, el celador, la sirenita y yo subimos por una escalera angosta y poco iluminada toda la vida de esa chica resumida en una cama de matrimonio, una cama de invitados, un sofá cama (por si acaso hay más de dos invitados), un armario de tres puertas, un armario de dos puertas, un armario de una puerta, un balancín para poner en el balcón y hacer patchwork, un juego de cubiertos de veinticuatro piezas, un zapatero, una mesa de ordenador, un ordenador de los antiguos (con pantalla de culo), una tele panorámica de las antiguas (con pantalla de culo), una antena parabólica, un pararrayos, cien macetas con potus, cien marcos con fotos de cien personas queridas, cien cajas con vestidos para cada estación del año, cien cartas de amor recibidas. Y todos los libros publicados por Bernardo Atxaga. Lo último que trasladamos por esa escalera angosta y poco iluminada fue una máquina de coser y un perro salchicha al que no me acerqué en ningún momento porque quiero a mis zapatos y a mis tobillos. Todo eso lo subimos mientras ella nos daba indicaciones para no desconchar la pared y nos apretaba para que fuéramos rápidos porque la furgoneta estaba mal aparcada. Dirigía la operación abanicándose con una mano y aguantando un cigarrillo con la otra, sentada en el rellano, viéndonos sudar mientras ella sonreía con esos dientes de perla.
Un día después, esta noche permanecía tirado en el sofá con los músculos de mi cuerpo doloridos, como supongo que estaban los de la enfermera, los del celador y los de la sirenita en los sofás de sus casas. Pero soy adicto al café y he salido a comprarlo, aunque una vocecita interna me decía que no debía hacerlo, que ya lo haría mañana.
Así que me he puesto unos tejanos, unas bambas blancas y una camiseta negra. He buscado dinero en el cajón, me he colocado los walkmans en los oídos para escuchar el final de un programa deportivo, he cogido la bolsa con los residuos de plástico y he salido al exterior para colocarla en el contenedor amarillo. He caminado por la calle Robí (que luego se transforma en la de Tres Senyores). Me gusta ir por allí porque hay poca circulación de vehículos y es un lugar silencioso. En las terrazas de los bares que he cruzado la gente tomaba cervezas todavía en manga corta, mientras los buscadores de tesoros en los contenedores de basura permanecían ajenos a esa estampa turística.
En la esquina con Torrent de les Flors he mirado a la izquierda para ver si bajaban coches antes de cruzar la calle. En el auricular hablaban de la nueva campaña de Josep Guardiola con Banc Sabadell. Recuerdo que sonreía en ese momento por un comentario gracioso del conductor del programa. Entonces he recibido un impacto brutal en la parte derecha de mi frente. No me lo esperaba y es cuando te sientes más desprotegido. He caído atrás como a cámara lenta, mientras me quemaba mi tobillo derecho. En un par de segundos he pensado varías cosas. Primero que había muerto por una rotura de un capilar de mi cerebro. Después que había fallecido porque un avión se había estrellado sobre mi cabeza. Más tarde que la había palmado porque un camión de la basura corría marcha atrás por Torrent de les Flors y había golpeado mi cuerpo con violencia. Finalmente, que me habían matado con un bate de béisbol para robarme. Puede parecer absurdo, pero he pensado todo eso en esa fracción minúscula de tiempo. Lo más extraño es que he sentido que era sencillo morir; nada traumático. Todo era silencio y calma en esa esquina de Torrent de les Flors.
Han sido apenas un par de segundos.
Luego me he sentido de nuevo vivo en el suelo. Notaba dolor en varias partes de mi cuerpo. He comenzado a preocuparme por mi estado, por saber cómo me encontraba, y me ha dado pereza pensar que estaba vivo de nuevo, que quizá debería acudir a un hospital. Me colgaban las gafas de una oreja. Me he tocado la parte de la frente donde sentía el dolor más profundo y me he mirado los dedos para descubrir que no podía dibujar las cuatro barras rojas en la pared de la vinacoteca frente a la que me había caído, porque no sangraba. Me dolían las dos piernas, pero tampoco había hemorragias. Me he colocado bien las gafas (estaban un poco desencajadas y el cristal derecho se mostraba sucio por el contacto contra la grasa de mi piel). Entonces he visto desparramado contra el asfalto de la calle Torrent de les Flors el cuerpo de un usuario del Bicing que también se estaba palpando su cuerpo en busca de sangre.
En es momento lo he comprendido todo. Él subía con su bicicleta por la acera contra dirección a toda pastilla y yo caminaba deprisa con mis auriculares que no me dejaban oír el ruido de la calle. Y hemos chocado brutalmente en esa esquina porque yo daba largas zancadas a por mi café y él corría vete a saber a qué lugar.
El chico, de unos veinte años, se ha levantado entre los hierros de su bicicleta. Ha venido para preguntarme si estaba bien. Le he respondido con una frase fea, agresiva, cutre. Y me he levantado para intentar agredirlo. Por suerte, él ha sido más listo y más rápido que yo, y se ha alejado renqueando con su bicicleta estropeada calle arriba, contra dirección, por la acera.
Y yo me he quedado allí, en medio de la nada, con el puño apretado.
Quizá necesito ser menos visceral. Quizá he debido hablar con él, hacerle entender que las calles no son un circuito de trial. Pero no soy su padre, ni su profesor. Simplemente, era el atropellado.
Sé que él es culpable de ese accidente, pero no he debido reaccionar tan agresivamente. También debo aprender a caminar por la calle sin los walkmans, pensando que no sólo hay tráfico a motor en la ciudad. En cualquier caso, me he quedado sin café soluble para mañana. Ese es mi castigo.
Tengo la cubitera en el congelador para fabricar hielo que rebaje mi chichón. Me duelen el tobillo derecho y el muslo izquierdo, así que este fin de semana no caminaré. Además, noto cargados los brazos después de subir bañeras y armarios y camas de invitados de la mujer de los mares del sur. Estoy hecho un trapo.
Igual ese chico del Bicing se siente como yo, con ganas de sofá y descanso con mantita mientras mira una película en la tele. Espero que no se haya hecho mucho daño y que haya aprendido alguna cosa. También deseo que mañana no tenga café soluble en su casa. Ese será su castigo.