viernes, 13 de abril de 2012
by el paseante
En la tierra de la niebla tengo un dormitorio aéreo (está en la tercera planta), al que han emigrado todos los santos, las vírgenes y los cristos que no han querido en los pisos de abajo. Están expuestos en la cajonera de esa habitación-capilla y los miro mientras me despojo de mi ropa al acostarme (antes de quitarme los calzoncillos les pido que cierren los ojos y ellos asienten con pudor). Hay una Virgen de Montserrat con su bebé negro, una Virgen del Pilar con su bebé blanco, un Niño Jesús ennegrecido porque lo tuvieron los cuatro años de la Guerra Civil escondido a la intemperie de un tejado y un crucifijo severo sobre mi cabeza que un día me va a dar un disgusto si se cansa de aguantarse en la pared.
Como en ese dormitorio no hay nadie más que ellos y yo, a menudo les cuento mi día: "Hoy he salido al campo y el sol me ha puesto la nariz roja, como si regresara de tomar tres rondas de carajillos en el bar de Cisco. Se estaba bien allí, mirando el agua del canal en la que apenas flotaban ramas, mientras el viento arrastraba una hoja seca de platanero sobre un campo llano preñado de cereales. Me preguntaba por qué no se electrocutaba esa tórtola posada en el tendido eléctrico, encima de mi cabeza. Las flores en los frutales anunciaban la llegada del buen tiempo y, frente a una casita prefabricada, seis ancianos bebían un refresco en mangas de camisa. Tenían las narices rojas, como si regresaran de tomar tres rondas de carajillos en el bar de Cisco, y me han saludado mientras andaba por el camino de Duran. Hoy ha sido un día pacífico, pero mañana llega el ruido y la furia con mis sobrinos".
Entonces me acuesto porque ese domingo será un día extenso e iremos a comer a un castillo para celebrar temas pendientes. Comeremos caracoles y carne a la brasa y soplaremos velas. Iré a la cocina para pedir pan seco para los patos del estanque con el pequeño Hayden y el pequeño faraón Nil a mi estela, después de que mi padre riña a mi madre porque el próximo año celebran sus bodas de oro y ella se preguntará si seguirán vivos, cuando están estupendos.
El sargento Hayden pagará la cuenta, tan serio, tan alto, tan protector, en el mostrador. Será a media tarde. Todavía hará sol. El pequeño faraón Nil le dirá a su padre que saque su pelota del Barça del maletero del coche. Buscaremos un prado. Los niños comenzarán a perseguir el balón. Los mayores pediremos permiso para jugar (no sabremos limitarnos a ser meros espectadores). En el equipo rival, mi hermana hará de portera (hasta que su hijo mayor no comenzó a jugar a fútbol, no sabía ni que era un saque de esquina. Ahora es una
hooligan de los campos de cemento), mi padre ejercerá de defensa y mi cuñado de delantero. En mi equipo, yo seré el portero, el faraón Nil hará de defensa y el pequeño Hayden de delantero. La señora Sofía y la madre del sargento Hayden estarán sentadas en una sombra bajo un nogal enorme. Ejercerán de
cheerleaders y nos animarán más a nosotros que al equipo contrario. A su lado, el ángel Melahel llevará una gorrita con visera para resguardarse de la solana.
Mi padre pondrá el culo para defender una pelota, mientras el faraón Nil lo coserá a patadas (todavía es torpe a sus seis años) intentando robársela y el tenista se partirá de la risa, procurando ser eterno (no et moris mai, perquè ens fa falta el teu optimisme). Será la imagen con la que me quedaré de ese día que será mañana.
Por la noche se la contaré a la Virgen de Montserrat con su bebé negro, a la Virgen del Pilar con su bebé blanco, al Niño Jesús ennegrecido porque lo tuvieron los cuatro años de la Guerra Civil escondido a la intemperie de un tejado y al crucifijo severo sobre mi cabeza que un día me va a dar un disgusto si se cansa de aguantarse en la pared.
Parezco Almodóvar.
PD: Ganamos nosotros 10 a 8. El faraón Nil todavía lo celebra. El pequeño Hayden le dio menos importancia. Él juega ligas de verdad.