Triatlón
jueves, 28 de junio de 2007 by el paseante
Según Wikipedia: "El Triatlón es un deporte individual y de resistencia, que reúne tres disciplinas deportivas: natación, ciclismo y carrera a pie. Se caracteriza por ser uno de los deportes más duros que existen en el panorama competitivo internacional actual. Los deportistas que lo practican mantienen un severo calendario de entrenamientos para poder hacer frente a las exigentes condiciones de las pruebas, tanto físicas como psicológicas"
El sábado fui triatleta.
Natación. Por la mañana inauguré la temporada de verano acudiendo a las piscinas municipales de la tierra de la niebla con mi toalla de Shin-Chan. Ajusté mis gafas de natación y podría haberme lanzado al agua desde el trampolín como Tarzán, pero no soy exhibicionista. Así que bajé por la escalerilla lentamente porque el agua estaba fresca. Una vez mi cuerpo se aclimató a la nueva temperatura miré hacia la orilla lejana, a cincuenta metros de distancia. "Quien quiere puede", dictó mi cerebro en un ejercicio aprendido de autoayuda, y me aventuré nadando en plan perrito. Alcancé la meta sin que tuviera que venir el socorrista con bañador rojo a salvarme la vida, aunque tragué agua clorada.
Carrera. Mientras comemos, el señor Gris no se separa un milímetro de las piernas de la señora Sofía porque sabe que se va a enternecer y caerán sobras de comida entre sus fauces. Ella asegura ofendida: "No estic per animals", pero todos sabemos que la mano que esconde distraídamente bajo la mesa del comedor guarda un trocito de pollo entre sus dedos. Mientras comemos, el señor Gris no se mueve de su lado; pero después del amuerzo, no se distancia de mi sombra porque sabe que le voy a llevar a visitar sembrados y a pasear entre árboles frutales. En Barcelona, salir significa satisfacer sus necesidades fisiológicas. Pero en el campo, es sinónimo de trotar libre, de girarse de vez en cuando para comprobar que no le he abandonado. Este sábado se comportó como un gamberro sin hacerme caso, por lo que debí correr tras su estela, siguiendo el canal de riego, para que no se lanzara a la corriente y nadara en plan perrito hasta la otra orilla. Le regañaba, pero se escapaba de nuevo, y yo tras él. Estábamos a más de treinta grados, lo que me convertía en un velocista africano.
Ciclismo. El pequeño Hayden tiene bicicleta en propiedad aparcada cerca de la puerta principal de la granja de los caballos por si alguien se ofrece a acompañarle al circuito campestre. También dispone de buena memoria y me recordó la promesa de buscar mi vieja bicicleta aparcada en un garaje, ponerla a punto inflando sus ruedas y engrasando sus correas y salir juntos a hacer carreras. Cuando regresé sudando del paseo con el señor Gris, vino a buscarme: "Tio, tio, i la bici?". Me acompañó a la gasolinera para llenar de aire los neumáticos y quiso regresar a la granja montado en el sillín como un príncipe, mientras en mi frente se deslizaban gotas de rocío arrastrando el paso de Semana Santa. Me ganó en todas las carreras que disputamos hasta la cascada de agua, haciendo altos para espiar las orejas de esos conejos gigantes que viven cerca de la torre encantada, para buscar caracoles -haciendo ruido previo para ahuyentar a las culebras- o para que el pequeño mojara sus pies en la corriente del canal, fresca y ligera. Unas ramas de castaño acariciaban el agua con la punta de sus hojas y le conté que estaban bebiendo porque hacía calor y tenían sed. Había brazos de árbol a medio camino del canal y quiso saltar a la corriente para ayudarles a alcanzar la superficie líquida y que saciaran sus ganas de agua, pero le detuve al vuelo para no tener que nadar tras él corriente abajo. El pequeño Hayden se portó muy bien en el regreso, y me hizo caso al llegar a la ciudad para que se pegara a mi rueda trasera y no pedaleara sin que le diera permiso ante el paso de los automóviles.
Por la noche había completado mi triatlón, una prueba sólo al alcance de titanes. Tenía sueño, y el pequeño Hayden también andaba cansado. Pero el tenista y la señora Sofía nos propusieron ir a una plaza para lanzar petardos en la vigilia de San Juan. Había una orquesta con dos chicas solistas en traje de lentejuelas y tres músicos ataviados de negro. Nadie bailaba y todo parecía triste, así que me acordé del año pasado cuando celebré el solsticio de verano con una persona genial a la que le gusta disfrazarse de japonesa o de prostituta (según la compañía teatral que la contrate), que me cuidó en una playa. Mi sobrino estaba sentado en una esquina. Intentaba mirar a los Tony's music, pero se le cerraban los ojos.
-Pare, vull anar a dormir? -me dijo, abrazándome.
-Sóc el tio, home.
-Sí, ja ho sé. Em portes a dormir?
Pesaba mucho. Le oculté que el levantamiento de pesos todavía no figura entre las pruebas del triatlón. Esa noche dormimos como reyes. (El señor Gris se refugió en el dormitorio de mis padres, sin que tenga permiso, para que le protegieran de los petardos.)
El sábado fui triatleta.
Natación. Por la mañana inauguré la temporada de verano acudiendo a las piscinas municipales de la tierra de la niebla con mi toalla de Shin-Chan. Ajusté mis gafas de natación y podría haberme lanzado al agua desde el trampolín como Tarzán, pero no soy exhibicionista. Así que bajé por la escalerilla lentamente porque el agua estaba fresca. Una vez mi cuerpo se aclimató a la nueva temperatura miré hacia la orilla lejana, a cincuenta metros de distancia. "Quien quiere puede", dictó mi cerebro en un ejercicio aprendido de autoayuda, y me aventuré nadando en plan perrito. Alcancé la meta sin que tuviera que venir el socorrista con bañador rojo a salvarme la vida, aunque tragué agua clorada.
Carrera. Mientras comemos, el señor Gris no se separa un milímetro de las piernas de la señora Sofía porque sabe que se va a enternecer y caerán sobras de comida entre sus fauces. Ella asegura ofendida: "No estic per animals", pero todos sabemos que la mano que esconde distraídamente bajo la mesa del comedor guarda un trocito de pollo entre sus dedos. Mientras comemos, el señor Gris no se mueve de su lado; pero después del amuerzo, no se distancia de mi sombra porque sabe que le voy a llevar a visitar sembrados y a pasear entre árboles frutales. En Barcelona, salir significa satisfacer sus necesidades fisiológicas. Pero en el campo, es sinónimo de trotar libre, de girarse de vez en cuando para comprobar que no le he abandonado. Este sábado se comportó como un gamberro sin hacerme caso, por lo que debí correr tras su estela, siguiendo el canal de riego, para que no se lanzara a la corriente y nadara en plan perrito hasta la otra orilla. Le regañaba, pero se escapaba de nuevo, y yo tras él. Estábamos a más de treinta grados, lo que me convertía en un velocista africano.
Ciclismo. El pequeño Hayden tiene bicicleta en propiedad aparcada cerca de la puerta principal de la granja de los caballos por si alguien se ofrece a acompañarle al circuito campestre. También dispone de buena memoria y me recordó la promesa de buscar mi vieja bicicleta aparcada en un garaje, ponerla a punto inflando sus ruedas y engrasando sus correas y salir juntos a hacer carreras. Cuando regresé sudando del paseo con el señor Gris, vino a buscarme: "Tio, tio, i la bici?". Me acompañó a la gasolinera para llenar de aire los neumáticos y quiso regresar a la granja montado en el sillín como un príncipe, mientras en mi frente se deslizaban gotas de rocío arrastrando el paso de Semana Santa. Me ganó en todas las carreras que disputamos hasta la cascada de agua, haciendo altos para espiar las orejas de esos conejos gigantes que viven cerca de la torre encantada, para buscar caracoles -haciendo ruido previo para ahuyentar a las culebras- o para que el pequeño mojara sus pies en la corriente del canal, fresca y ligera. Unas ramas de castaño acariciaban el agua con la punta de sus hojas y le conté que estaban bebiendo porque hacía calor y tenían sed. Había brazos de árbol a medio camino del canal y quiso saltar a la corriente para ayudarles a alcanzar la superficie líquida y que saciaran sus ganas de agua, pero le detuve al vuelo para no tener que nadar tras él corriente abajo. El pequeño Hayden se portó muy bien en el regreso, y me hizo caso al llegar a la ciudad para que se pegara a mi rueda trasera y no pedaleara sin que le diera permiso ante el paso de los automóviles.
Por la noche había completado mi triatlón, una prueba sólo al alcance de titanes. Tenía sueño, y el pequeño Hayden también andaba cansado. Pero el tenista y la señora Sofía nos propusieron ir a una plaza para lanzar petardos en la vigilia de San Juan. Había una orquesta con dos chicas solistas en traje de lentejuelas y tres músicos ataviados de negro. Nadie bailaba y todo parecía triste, así que me acordé del año pasado cuando celebré el solsticio de verano con una persona genial a la que le gusta disfrazarse de japonesa o de prostituta (según la compañía teatral que la contrate), que me cuidó en una playa. Mi sobrino estaba sentado en una esquina. Intentaba mirar a los Tony's music, pero se le cerraban los ojos.
-Pare, vull anar a dormir? -me dijo, abrazándome.
-Sóc el tio, home.
-Sí, ja ho sé. Em portes a dormir?
Pesaba mucho. Le oculté que el levantamiento de pesos todavía no figura entre las pruebas del triatlón. Esa noche dormimos como reyes. (El señor Gris se refugió en el dormitorio de mis padres, sin que tenga permiso, para que le protegieran de los petardos.)