El blog de Neo. Y otras historias pendientes (reloaded)
domingo, 27 de junio de 2010 by el paseante
Hace unos días, estuve en la casa de chocolate de la princesita y Buñuel. En L'Hospitalet. Tenían las estanterías abarrotadas de recuerdos, pero no había ninguna fotografía mía (un día, cuando sea rico, se la voy a enviar desde Ceilán). Me ofrecieron una ensalada con queso, que retiré discretamente con la punta de mi tenedor; pan con jamón, y tomates secos con parmesano, que retiré discretamente con mi tenedor. Luego hablamos de cuentos para niños hasta las tantas. Regresé a Barcelona a las tres de la madrugada buscando un ómnibus amable, que no llegaba, mientras ellos ya soñaban.
Hace un par de martes, subí por las escaleras mecánicas de la plaza de l'Àngel. El sol me abofeteó en pleno rostro cuando llegué al exterior. Achiné los ojos, mientras realizaba una panorámica con mi cuello hasta descubrir a la mujer noble y al jardinero fiel en una esquina.
Ella estaba veraniega, con el cabello despeinado y la sonrisa franca. Reía. Parecía mucho más joven que cuando la conocí. Y él se había desprendido del sombrero de invierno, pero no de su pendiente discreto. Reía también. Eran una pareja simpática. Les entregué la mercancía, recién llegada desde los mares del sur. Costo de primera. Un par de Bruquets.
A cambio me descubrieron sus rincones de cuando eran niños en La Ribera, el Gótico y la Barceloneta. Esa antigua cooperativa de pescadores que ahora era una biblioteca municipal, ese horno de pan de verdad, la librería Negra y Criminal, el restaurante Chériff donde hacen las mejores paellas del mundo y ese local de tapas sabrosas al que nos convidó ella. A cambio, les descubrí las calles escondidas del Pou de l'Estanc y del Pou de l'Estany.
El domingo pasado, la mujer elegante me invitó a comer en su patio del barrio de Congrés con su hija menor, sus gatas y sus plantas, bajo la sombrilla robada de madrugada en no sé qué terraza. La chica estaba guapa de verdad ese mediodía. Parecía una planta recién regada. No me gustan los tatuajes, pero acepté la novedad de esas garras de felino trepando por su hombro. Comimos una ensalada y un estofado estupendos, mientras dejábamos pasar la hora de la siesta.
Luego, la mujer elegante y yo fuimos a pasear por sus lugares de cuando era pequeña. Por ese barrio de Sant Andreu que desconocía y que me sorprendió tremendamente. Por el parque de la fábrica Pegaso, por la plaza Orfila, por las inmediaciones del campo de fútbol del Nou Sardenya. Después de que el equipo del barrio se jugara el ascenso a segunda contra el Barça Athletic, vimos regresar a los aficionados a casa con sus banderas derrotadas, por esas calles empedradas que custiodaban unos árboles que despachaban limas gratuitamente. En una placita porticada pasamos frío, mientras la mujer elegante y yo tomábamos una cerveza y aguantaba su torrente de frases inacabables.
Este miércoles pasado, la mujer elegante me invitó de nuevo. Esta vez a cenar. Sabe que no me gusta el queso. Pero me preparó una súper ensalada de rúcula con huevos de codorniz y... virutas de Parmesano. Había muchos trocitos, y tan diminutos que se escapaban entre los dientes de mi tenedor para apartarlos. Tampoco podía quejarme: fue la única persona en Barcelona que me impidió pasar la noche de San Juan en soledad. En el patio estábamos ella y yo, y tres personas demasiado jóvenes para nosotros. Su hija menor volvía a estar guapa de verdad. Y elegante con esa falda y ese top negro. Se largó al baño, cargada de tatuajes. Su amigo, que parecía buen tipo, tambien se largó al baño, cargado de piercings. Y la mujer elegante, que parecía contenta, coincidió en largarse al baño, cargada de collares. Seguramente, hicieron cola frente a la puerta, a no ser que lo convirtieran en un camarote de los Hermanos Marx. En el patio nos quedamos una armenia de dieciocho años y yo. No hay nada más angustioso que quedarte en un patio con una chica armenia desconocida de dieciocho años, cuando ya tienes cuarenta y cinco.
Luego, la mujer elegante y yo bajamos a la playa, en un metro infestado de personas poco elegantes. Caminamos por la playa, entre mil hogueras y petardos. A mí me gusta ese ambiente (avanzar entre la multitud). A ella no. Nos encontramos en un restaurante a pie de playa con la princesita y Buñuel, y sus dos recientes amigos del consulado polaco en Barcelona. Dos ositos de metro noventa. Fue divertido hacer bromas con ellos.
Los nórdicos se esfumaron. Luego charlamos los cuatro en la playa: la mujer elegante, la princesita, Buñuel y yo. Con una botella de vino anclada en la arena. No nos bañamos, pero nos mojamos las manos y la nuca, para pedir algo de suerte este año. La mujer elegante y la princesita se hicieron amigas, mientras Buñuel soñaba dormido sobre un pareo, como un crío, con las manos entre los muslos, y yo soñaba despierto, con las manos entre lo muslos, como un crío. Nos despedimos alrededor de las cinco de la madrugada.
Este viernes mis padres vinieron a Barcelona. Comimos en la calle Magdalenes, después de que ellos hicieran de canguro toda la mañana del pequeño Hayden y del pequeño faraón Nil. En la Rambla, les compraron una bola de plástico para el hámster, que ahora rodaba sobre la mesa del Bella Hermínia donde almorzábamos contemplando el flujo de personas por la calle. Desfiló gente parecida a la mujer elegante, a la princesita o al jardinero fiel por allí. Pero no eran ellos. Así que no pude contarles a mis padres que tenía esos nuevos amigos.
PD: Utilizo este blog como una especie de diario personal. Un día me gustará recordar estos paseos. Pero sé que sólo me interesan a mí.
Hay blogs mucho más frescos. Como el de Neo.
Me gusta el espacio que ha abierto para mostrarnos sus cosas. Es el trasto de Duschgel. Tiene ocho años. Diría que es un trasto alemán. Por tanto, de absoluta fiabilidad. Y es lo más fresco y alegre que he visto en mucho tiempo. Lo voy a leer con ganas.
Blog de Neo
¿Le damos un empujoncito? ¿Celebramos que hay blogueros con futuro?