Primer paseo del año
miércoles, 3 de enero de 2007 by el paseante
En la mesa del comedor quedaba el plato con los vestidos de unas gambas, los dibujos que una migaja de pan dibujó artísticamente en la salsa de la ternera con setas, las pepitas de doce uvas, una colilla apagada en una cáscara de mandarina, un papel con el teléfono móvil (que siempre tengo pendiente de anotar en mi agenda) del hombre que cuida animales tras mandarme un mensaje de felicitación, y media botella vacía o llena de Blanc Planell 2005 (Castell del Remei).
Ese era el bodegón tras mi Nochevieja, mientras acariciaba el lomo, la nuca y las orejas del señor Gris en el escalón que conduce a la terraza de los Hayden (cuyo piso nos cedieron en su ausencia), y le contaba secretos del año pasado que nadie más va a conocer.
Lo malo de ese cuadrúpedo es que tiene unos ojos enormes para dirigirme una mirada tremendamente triste cuando le abandono, como hice pasadas las dos primeras horas de 2007, tras que los petardos hubieran cesado en la ciudad costera. Quería quedarme en casa, pero necesité salir.
Comenzar un nuevo año siempre me ha parecido trabajoso: todo está por hacer. Es como alquilar un piso sin muebles y con las paredes por pintar. En cambio, 2006 funcionaba por inercia, era familiar, cada cosa estaba en su sitio.
Me da miedo esta etapa que se inicia porque quiero reconstruirme a mí mismo y eso comporta arrastrar piedras, cuajar cemento, levantar fachadas, rumiar las ventanas por las que me asomaré en época de calor y de frío, decidir la forma del tejado que se levantará -según mis cálculos- antes de entrar en 2008.
Salí a la calle para mezclarme con otra gente que ha edificado definitivamente su vida o que está en el proceso, como yo. Predominaban los extranjeros en la Rambla; me confundieron con un miembro de la policía local con sus peticiones de calles o locales de moda. En el Born un italiano me preguntó cómo llegar al Born. En la playa había soledad. Paseé sobre la arena buscando el cobijo de las pocas hogueras de personas que aguardaban el amanecer, para no acabar mis días como Passolini. En la Barceloneta un árabe necesitó mi teléfono móvil que no llevaba encima, una chica me preguntó por el Casino (ni idea), a una mujer se le cayó un pañuelo de cuello al suelo y -al entregárselo- me dijo: "Gracias guapo" con voz de barítono.
Un chaval con la cabeza rapada surgió de su grupo para preguntarme borracho si hablaba inglés. "No". O italiano. "No". O francés. "Oui, un petit peu". Me acarició la espalda, me deseó feliz Año Nuevo, me preguntó por lugares de fiesta, me contó anécdotas de su viaje a Barcelona, me convidó a beber a morro de su botella (soy maniático, pero ante el panorama difícil accedí), me solicitó si podía acompañarles a un lugar "authentique" y el resultado fue el Born. Eran jóvenes y estaban de fiesta en nuestra ciudad. Sólo buscaban a un guardia urbano que les condujera por las aceras sin caer rendidos (como me pasó una noche a mí en su París).
El señor Gris vino a recibirme muy tarde, con un cojín entre sus dientes, meneando el rabo por primera vez en 2007, alegre de que no hubiera acabado como el director de cine italiano. Nos dormimos juntos en la habitación de los ositos. A las 9 de la mañana comenzó a sacudirse las pulgas, a jadear para saludarme por segunda vez en el nuevo año. Le pedí un chist. "Joder, que no són hores".
Con mi tejado acabado, espero celebrar con él nuevas campanadas.
Ese era el bodegón tras mi Nochevieja, mientras acariciaba el lomo, la nuca y las orejas del señor Gris en el escalón que conduce a la terraza de los Hayden (cuyo piso nos cedieron en su ausencia), y le contaba secretos del año pasado que nadie más va a conocer.
Lo malo de ese cuadrúpedo es que tiene unos ojos enormes para dirigirme una mirada tremendamente triste cuando le abandono, como hice pasadas las dos primeras horas de 2007, tras que los petardos hubieran cesado en la ciudad costera. Quería quedarme en casa, pero necesité salir.
Comenzar un nuevo año siempre me ha parecido trabajoso: todo está por hacer. Es como alquilar un piso sin muebles y con las paredes por pintar. En cambio, 2006 funcionaba por inercia, era familiar, cada cosa estaba en su sitio.
Me da miedo esta etapa que se inicia porque quiero reconstruirme a mí mismo y eso comporta arrastrar piedras, cuajar cemento, levantar fachadas, rumiar las ventanas por las que me asomaré en época de calor y de frío, decidir la forma del tejado que se levantará -según mis cálculos- antes de entrar en 2008.
Salí a la calle para mezclarme con otra gente que ha edificado definitivamente su vida o que está en el proceso, como yo. Predominaban los extranjeros en la Rambla; me confundieron con un miembro de la policía local con sus peticiones de calles o locales de moda. En el Born un italiano me preguntó cómo llegar al Born. En la playa había soledad. Paseé sobre la arena buscando el cobijo de las pocas hogueras de personas que aguardaban el amanecer, para no acabar mis días como Passolini. En la Barceloneta un árabe necesitó mi teléfono móvil que no llevaba encima, una chica me preguntó por el Casino (ni idea), a una mujer se le cayó un pañuelo de cuello al suelo y -al entregárselo- me dijo: "Gracias guapo" con voz de barítono.
Un chaval con la cabeza rapada surgió de su grupo para preguntarme borracho si hablaba inglés. "No". O italiano. "No". O francés. "Oui, un petit peu". Me acarició la espalda, me deseó feliz Año Nuevo, me preguntó por lugares de fiesta, me contó anécdotas de su viaje a Barcelona, me convidó a beber a morro de su botella (soy maniático, pero ante el panorama difícil accedí), me solicitó si podía acompañarles a un lugar "authentique" y el resultado fue el Born. Eran jóvenes y estaban de fiesta en nuestra ciudad. Sólo buscaban a un guardia urbano que les condujera por las aceras sin caer rendidos (como me pasó una noche a mí en su París).
El señor Gris vino a recibirme muy tarde, con un cojín entre sus dientes, meneando el rabo por primera vez en 2007, alegre de que no hubiera acabado como el director de cine italiano. Nos dormimos juntos en la habitación de los ositos. A las 9 de la mañana comenzó a sacudirse las pulgas, a jadear para saludarme por segunda vez en el nuevo año. Le pedí un chist. "Joder, que no són hores".
Con mi tejado acabado, espero celebrar con él nuevas campanadas.
Paseante, pónte el casco, unos buenos guantes para no estropear esas manos de plumilla, y a enfoscar bien el hormigón. Te mereces paredes fuertes, ventanas grandes y techos muy altos aún a riesgo de que no llegues a fin de mes como Mrs. Aguirre. Hay mucho que meter ahí dentro. ¡¡Feliz 2007, que empiezas con un post taaaan bonito!!
Els que tenim gos no ens podem permetre tenir ressaca, jo vaig sortir d'hora, a passejar per la vora del canal i vaig veure una quantitat de gent passada d'alcohol considerable, varem tornar a casa amb la cua entre les cames...
Te haré una copia de las llaves Ilse por los comentarios tan chulos que me pones siempre y por otras razones.
Però dona benestar quan veus que la gent va tan passada i que tu estàs bé, no? Jo també passejo de vegades amb el senyor Gris per la vora d'un canal Emily.
"...las pepitas de doce uvas..."
Tan solitari ets que estàs sol en una nit com aquesta? (no compto el Sr. Gris, encara que sé el que compta). Jo no soc de les que se senten obligades a divertir-se la nit de cap d'any o la de St. Joan, però tinc una certa reticència atàvica a fer-ne el traspàs sola. M'agrada brindar.