Pedigree
jueves, 11 de enero de 2007 by el paseante
En invierno cierran temprano el Turó Parc, a deshoras para mí. Por eso, hasta hoy no había podido pasear por el recinto en este año impar. Antes me sentaba en un banco del estanque romántico para contar plantas acuáticas y tortugas. Pero descubrí que en el parterre del norte el espectáculo era más animado con carreras de galgos, luchas entre pastores catalanes y mastines españoles o cortejos imposibles entre un chihuahua y una labrador retriever.
El parque parece no admitir perros sin pedigree, si analizas las razas que marchan con paso castrense junto a las botas negras de montar de sus propietarias. Hay estupendos schnauzers en sus tres variedades: gigante, mediano y miniatura, nerviosos cockers americanos, brillantes pointers, coquetos malteses... En ocasiones, uno de ellos se olvida de sus juegos colectivos y se acerca para que le acaricie, como el setter inglés de esta noche. También es habitual en el Turó Parc el dálmata de la mujer caucásica (permanecen erguidos con sus cuerpos fibrosos más allá del círculo de hierba, y ninguno de los dos parece estar necesitado de un extra de cariño).
Últimamente se ha puesto de moda acoplar al collar de los canes -especialmente de las razas de menor tamaño- una lamparita que emite luces rojas o amarillas, y en la oscuridad del recinto dibujan estelas de colores en sus competiciones para ver quién llega antes a ninguna parte.
Después de observar a los animales, he caminado hasta la fuente, la charca de las ranas y la zona de actividades lúdicas. No me he cruzado con nadie, por lo que he pensado en regresar a casa. Los jardines tienen cinco puertas de acceso. He decidido escapar por la del sur. Estaba cerrada. He recorrido la verja como un león enjaulado para descubrir los candados que colgaban en cada una de las restantes. Por suerte, la camioneta de Parcs i Jardins siempre realiza una última ronda para comprobar que ningún paseante va a pasar la noche al raso. Sus focos me han alumbrado para calmar la angustia que me estaba invadiendo. Me han permitido subir en el vehículo junto a un perro sin raza reconocida que andaba extraviado. Era blanco, de perro largo y hocico puntiagudo, y ha aceptado que le rascara la cabeza mientras el maleducado me sacaba la lengua. Ninguno de los dos teníamos el mínimo pedigree para estar en ese parque.
Han abierto el portón del nordeste para dejarme en libertad, y a él se lo han llevado.
El parque parece no admitir perros sin pedigree, si analizas las razas que marchan con paso castrense junto a las botas negras de montar de sus propietarias. Hay estupendos schnauzers en sus tres variedades: gigante, mediano y miniatura, nerviosos cockers americanos, brillantes pointers, coquetos malteses... En ocasiones, uno de ellos se olvida de sus juegos colectivos y se acerca para que le acaricie, como el setter inglés de esta noche. También es habitual en el Turó Parc el dálmata de la mujer caucásica (permanecen erguidos con sus cuerpos fibrosos más allá del círculo de hierba, y ninguno de los dos parece estar necesitado de un extra de cariño).
Últimamente se ha puesto de moda acoplar al collar de los canes -especialmente de las razas de menor tamaño- una lamparita que emite luces rojas o amarillas, y en la oscuridad del recinto dibujan estelas de colores en sus competiciones para ver quién llega antes a ninguna parte.
Después de observar a los animales, he caminado hasta la fuente, la charca de las ranas y la zona de actividades lúdicas. No me he cruzado con nadie, por lo que he pensado en regresar a casa. Los jardines tienen cinco puertas de acceso. He decidido escapar por la del sur. Estaba cerrada. He recorrido la verja como un león enjaulado para descubrir los candados que colgaban en cada una de las restantes. Por suerte, la camioneta de Parcs i Jardins siempre realiza una última ronda para comprobar que ningún paseante va a pasar la noche al raso. Sus focos me han alumbrado para calmar la angustia que me estaba invadiendo. Me han permitido subir en el vehículo junto a un perro sin raza reconocida que andaba extraviado. Era blanco, de perro largo y hocico puntiagudo, y ha aceptado que le rascara la cabeza mientras el maleducado me sacaba la lengua. Ninguno de los dos teníamos el mínimo pedigree para estar en ese parque.
Han abierto el portón del nordeste para dejarme en libertad, y a él se lo han llevado.
Apuesto el cuello a que no llevabas móvil. ¡Te tenías que haber quedado encerrado, por hacerte el interesante que no necesita de la tecnología!
De todos modos y tal y como lo cuentas parece sun pobre perro abandonado, como el que has rascado la cabeza.
Y por último, ¡odio a la gente que paga dinero por los perros!
Ilse, un teléfono móvil es un inalámbrico?
La señora Hayden pagó dinero por el señor Gris. No sé, es un tema complicado. Creo que yo adoptaría.
Crec que es pot pagar per un gos, es pot anar a una protectora... jo n'he tingut tres, les dues primeres abandonades, el tercer me'l van dur en una capsa de cartró, aquest donat, elles eren sense raça, ell de raça, tots tres especials, la qüestió és tenir-ne un.
Suposo que deuries endur-te un bon ensurt. Les portes de les sortides són aquelles de ferro de tota la vida? Fan mitja por! I imaginar que has de passar la nit al ras mentre veus les llumetes dels càlids salons de les cases del voltant... això no em faria por, em faria pànic.
Curiso relato, suerte que ninguno de los dos tuvieran pedigree.
Me gusto tu blog.
Un saludo
Molt perillós és aquest Turó Parc amb tanta bèstia de pura raça. Possiblement molts dels que els treuen a passejar no són els propis amos. Deu ser fàcil obtenir el títol de "Passejador de gos", una professió molt digna i agradable.
Ara en tens Emily?
Són aquelles de tota la vida, Violette. A mi no em faria pànic viure en un d'aquells pisos amb vistes al Turó Parc.
Gracias Serbal.
Jaja, no sé si fàcil obtenir aquest títol, Alatrencada. Però no em faria res tenir-ne un i dedicar-me a passejar gossos.
Quan quedem al Turó Parc?