Peluches
domingo, 21 de enero de 2007 by el paseante
Ha venido una vieja amiga a visitarme en fin de semana, como siempre sin avisar.
No me atrae su presencia, aunque es fogosa y sé que con ella tendré garantizadas fantasías extrañas y sudores en la cama. Conoce el territorio de mi cuerpo mejor que nadie. También es juguetona: le da por despertarme al amanecer y provocarme escalofríos, o por acunarme a media tarde hasta que me entra el sopor.
Algún invierno se olvida de mí. Pero no sucede a menudo, porque la gripe me tiene aprecio y le gusta pasar por casa a ver cómo andan las cosas.
A pesar de que ya no tengo edad, cuando caigo enfermo saco mis tres peluches de su domicilio en una caja de cartón y los acuesto conmigo para que me acompañen en esas horas que podrían ser las últimas. Son dos monos babuinos de la película El rey león, que regalaban hace años en McDonalds con la compra del paquete infantil que tanto entusiasmaba a Ana, y un Demonio de Tasmania, obsequio de la señora Hayden. Ninguno de los tres supera el palmo de altura y no me roban excesivo espacio en el lecho.
No recuerdo la presencia de mullidos monigotes de trapo en mis noches infantiles. Supongo que su compañía quedaba reservada para las habitaciones estampadas con tonalidades rosa de las niñas. Si no quería dormir solo debía recurrir a héroes de plástico como Geyperman, Madelman o los cowboys del Fuerte Comansi, que me despertaban cada cinco minutos con los pinchazos de sus articulaciones.
El miércoles pasado fui a recoger al pequeño Hayden a la escuela porque sus padres tenían "reuniones de padres". Como es rebelde y le entusiasma hacer rallies con su patinete por el paseo de Sant Joan, le llevé uno de mis simios gemelos para que se distrajera. La figura emite sonidos si la zarandeas, y recorrió el trayecto sin dejar de torturarla encantado con la novedad, olvidándose de escapar corriendo, de trepar a las farolas o de perseguir palomas. Me miró con unos ojos grandes, infantiles, y me pidió que se lo diera. Le conté que los regalos no se pueden regalar, pero que se lo prestaba un par de semanas. Todavía desconoce qué espacio de tiempo significa eso, pero le pareció bien.
Al llegar al domicilio Hayden, entró en su dormitorio y regresó con cuatro animales blanditos para meterlos en mi mochila a cambio del mico sonoro. Le dije que con uno bastaba, pero no lo admitió y puso cara de iniciar una serenata de llantos, por lo que decidí aceptar el intercambio desigual. Incluso me cedió su mascota favorita. "Mai li deixa a ningú", me contó su madre más tarde. Es una rata gris.
Ahora tengo en mi cama de enfermo un roedor, un pez, un mono y un pingüino; además de los dos peluches de mi propiedad que me quedan. Incluso puede que el señor Gris se quiera apuntar a la bacanal. Si no cabemos, le vamos a pegar una patada a la gripe -que ocupa mucho espacio- y nos quedaremos tan anchos.
Quizás la fiebre me haga soñar entonces con Carlos. Bautizamos con ese nombre un perro de trapo que llevaba una mochila con flores a su espalda. Lo compré en el aeropuerto con temor a que le pareciera demasiado naïf. Hannah me confesó que era la primera vez que alguien le regalaba un peluche. Me miró con unos ojos grandes, infantiles.
No me atrae su presencia, aunque es fogosa y sé que con ella tendré garantizadas fantasías extrañas y sudores en la cama. Conoce el territorio de mi cuerpo mejor que nadie. También es juguetona: le da por despertarme al amanecer y provocarme escalofríos, o por acunarme a media tarde hasta que me entra el sopor.
Algún invierno se olvida de mí. Pero no sucede a menudo, porque la gripe me tiene aprecio y le gusta pasar por casa a ver cómo andan las cosas.
A pesar de que ya no tengo edad, cuando caigo enfermo saco mis tres peluches de su domicilio en una caja de cartón y los acuesto conmigo para que me acompañen en esas horas que podrían ser las últimas. Son dos monos babuinos de la película El rey león, que regalaban hace años en McDonalds con la compra del paquete infantil que tanto entusiasmaba a Ana, y un Demonio de Tasmania, obsequio de la señora Hayden. Ninguno de los tres supera el palmo de altura y no me roban excesivo espacio en el lecho.
No recuerdo la presencia de mullidos monigotes de trapo en mis noches infantiles. Supongo que su compañía quedaba reservada para las habitaciones estampadas con tonalidades rosa de las niñas. Si no quería dormir solo debía recurrir a héroes de plástico como Geyperman, Madelman o los cowboys del Fuerte Comansi, que me despertaban cada cinco minutos con los pinchazos de sus articulaciones.
El miércoles pasado fui a recoger al pequeño Hayden a la escuela porque sus padres tenían "reuniones de padres". Como es rebelde y le entusiasma hacer rallies con su patinete por el paseo de Sant Joan, le llevé uno de mis simios gemelos para que se distrajera. La figura emite sonidos si la zarandeas, y recorrió el trayecto sin dejar de torturarla encantado con la novedad, olvidándose de escapar corriendo, de trepar a las farolas o de perseguir palomas. Me miró con unos ojos grandes, infantiles, y me pidió que se lo diera. Le conté que los regalos no se pueden regalar, pero que se lo prestaba un par de semanas. Todavía desconoce qué espacio de tiempo significa eso, pero le pareció bien.
Al llegar al domicilio Hayden, entró en su dormitorio y regresó con cuatro animales blanditos para meterlos en mi mochila a cambio del mico sonoro. Le dije que con uno bastaba, pero no lo admitió y puso cara de iniciar una serenata de llantos, por lo que decidí aceptar el intercambio desigual. Incluso me cedió su mascota favorita. "Mai li deixa a ningú", me contó su madre más tarde. Es una rata gris.
Ahora tengo en mi cama de enfermo un roedor, un pez, un mono y un pingüino; además de los dos peluches de mi propiedad que me quedan. Incluso puede que el señor Gris se quiera apuntar a la bacanal. Si no cabemos, le vamos a pegar una patada a la gripe -que ocupa mucho espacio- y nos quedaremos tan anchos.
Quizás la fiebre me haga soñar entonces con Carlos. Bautizamos con ese nombre un perro de trapo que llevaba una mochila con flores a su espalda. Lo compré en el aeropuerto con temor a que le pareciera demasiado naïf. Hannah me confesó que era la primera vez que alguien le regalaba un peluche. Me miró con unos ojos grandes, infantiles.
Abrígate, paseante.
Que te mejores.
Es la primera vez que te leo.... pero me ha encantado. Realmente los animalitos de peluche hacen compañía cuando la temida gripe decide pegarse unas vacaciones a la bartola a nuestra costa...
Mejórate! (Volveré! Jejeje!)
Si aquesta amiga o " enemiga" avisés, sortiríem tots corrents per la porta. Bafs, llet amb mel i a suar amb una manta...
Que et recuperis!
Moltes gràcies a tothom. Aniré fent el "parte médico habitual".
Coi de visita inoportuna! Espero que siguis millor malalt que una mocosa impacient i et recuperis ben aviat. Els meus virus ja estan facturats ben lluny (espero). Un petó.
Ostres, al principi em pensava que era un post eròtic jaja. I vaja, et quedes per amant a la grip. Millora't!
Que bé escrius, paseante! Fins i tot em venen ganes d'agafar la grip, envoltar-me de pelutxes i suar mentre m'adormo amb l'esperança de somiar mentre la resta del món treballa per arreglar-lo.
oye... qué pasa que no me has contestado? :p
Ñaña, ara tens dos ninets nous, oi? ;)
El gosset de patch i el Mark? El Mark està al llit, i el petit Hayden deu abraçar el Bruquet :-). Moltes gràcies.