Últimas imágenes



Mis últimas imágenes del año son un netbook regalado por mi hermana (a cambio de los canguros -es lo que puse en mi carta a los reyes de oriente) con el que pasaré algunas temporadas en la tierra de la niebla este 2012, mientras mi madre se recupera de sus dos pequeñas operaciones pendientes. Haré la comida y llevaré la casa, con mi padre al lado que intentará descifrar los secretos de un buen sofrito y del zig-zag de la fregona.

Mis últimas imágenes del año son una portería hecha con dos ramas de árbol entre los manzanos de la tierra de la niebla, la tarde de Navidad con mis sobrinos. Hacía sol y ellos depositaron sus forros polares sobre la hierba para intentar meterme un gol. Ganó el pequeño faraón Nil -sin trampas- con sus seis goles, por sólo cuatro del pequeño Hayden.

Mis últimas imágenes del año son el mediodía de Sant Esteve, fumando en la terraza de la granja de los caballos. El sol trazaba una diagonal y dejaba la mitad de las baldosas en la sombra y la otra mitad con luz, mientras se asomaba tras el muro del edificio de los vecinos, que son más ricos que nosotros y disponen de un piso más de altura. Mi culo estaba sobre una escalera de granito. Una nalga en la sombra, la otra en el sol. Y debajo -en los dos primeros pisos- estaban mis padres: preparando la comida, mirando la tele, planchando ropa, preocupándose por la temperatura de la casa... Espero conservarlos un año más. Y después otro, y otro. Es lo que pido cada año por estas fechas. Simplemente eso.

Mis últimas imágenes del año son dos hipopótamos durmiendo en plan 69 en el zoo de Barcelona, un gorila grande que la miraba y unos pingüinos graciosos que posaban para su cámara. Y un pequeño Hayden y un pequeño faraón Nil que nos hacían de guía, a la turista y a mí, por esas instalaciones que los niños se conocen de memoria. Siempre me acordaré de esa libreta con dibujos de animales en blanco y negro que la turista, que jamás había entrado en ese recinto, le enseñó a hacer a mi sobrino mayor. Fue altruista. Le importaban más los leones dibujados que los vistos.

Son mis últimas imágenes de 2011. Me pido algo parecido para 2012.

Seguimos vivos, nos hacemos compañía. ¿Qué más queremos?

Bona entrada d'any a tothom.

Breu encontre



Dijous o divendres de la setmana passada pujava arrossegant les ofertes del Lidl per l'avinguda de Sant Joan, quan em vaig aturar en un banc a fer un cigarret perquè ja sóc una mula de càrrega vella. Vaig treure la capseta del The New Yorker que em van regalar recentment per guardar el meu tabac d'embolicar i vaig buscar un d'aquells cilindres verinosos amb la punta dels dits. Una noia molt jove i amb la cara molt rodona va creuar un semàfor en vermell per abordar-me. No tenia angles, només corbes.

Ella dreta i jo assegut, no entenia el que em deia. Alguna cosa com ara: "Ens el liem?" Em vaig treure els auriculars de les orelles. Pensava que em demanava tabac. Però no. Em preguntava: "Ets el Guillem?". "Em sembla que no", li vaig respondre. Va posar cara de resignació, mentre em deia: "Et sap greu que m'assegui aquí mentre l'espero?". "És clar que no".

La noia molt jove i amb la cara molt rodona va fer sortir un entrepà de la seva motxilla, com si fos un conill d'un barret de màgia, i va començar a menjar, estranyament al meu costat, mentre jo fumava i l'arbre de Nadal veí feia pampallugues. Tot era gairebé silenci, tret de quan passava l'òmnibus 39 per darrere del nostre banc i ens feia tremolar mentre la gent passejava els seus gossos donant-los ordres per l'avinguda. No feia mala nit.

-Et puc preguntar qui és el Guillem? -em vaig atrevir a demanar-li a la meva companya de seient, al cap d'una bona estona.
-Encara no ho sé -em va respondre mentre mastegava tota tranquil.la i em regalava un somriure.

Qualsevol que ens hagués vist hauria pensat en un pare i una filla -que mai no tindré- que tornaven a casa carregats com a mules amb les ofertes del Lidl. Preparant el Nadal.

PD: Que tingueu unes molt bones festes. Ens retrobarem amb el mateix forat del cinturó cordat. No s'hi val a fer excessos que estem en crisi i hem de pagar la nova casa del Zapatero, el sou de senador del Montilla, el rescat dels bancs... Aquests dies, em penso perdre entre les pomeres de la terra de la boira. Elles al menys produeixen alguna cosa que es pot menjar. I allí sóc jo mateix. Diuen a la pel.lícula Un método peligroso: "Y haga lo que haga, no pase por el oasis sin detenerse a beber". Això faré. Us recomano molt aquesta pel.li del David Cronenberg. Encara la fan als Verdi de Barcelona. O la podeu veure si us la passa una bona amiga en un pendrive.

La primera vez que aprendí a nadar (sigo haciendo cursillos).



Siempre me apunto en una libreta lo que he gastado y lo que he ganado en el día, procurando que la mayoría de veces el resultado sea positivo. También anoto, en plan telegrama, las cosas curiosas que me han pasado. Hoy he escrito: "6,47 euros de gasto. O euros de ingreso. Viaje al centro de la ciudad en el ómnibus 39 con la mujer de los mares del sur, como marqueses, para comprar una cunita de mimbre para las muñecas de su sobrina de dos años que tiene mofletes de princesa. Luego sesión fotográfica del teckel Bruc en los Jardinets de Gràcia con luces de Navidad a su espalda mientras el perro posaba en plan actor" (la vida es así de sencilla y bonita). Finalmente, he respondido el email de mi hermana con aquella propuesta de volver a guardar a sus hijos y a la pequeña Marina.

No sé si servirá de algo apuntar todo eso a mano. Pero si un día quiero recordar, necesitaré desplegar esas fichas que escribo desde hace poco más de diez años. Lo de antes, dependerá de mi memoria.

Una noche cercana en que guardé por primera vez a la pequeña Marina, recordé que de pequeño pasaba el verano en las piscinas municipales de la tierra de la niebla con Sala (que estaba gordito y bizqueaba, pero era gracioso) y con Miró (que era el guapo de los tres, pero era aburrido). Yo ni estaba gordito, ni bizqueaba, ni era gracioso, ni guapo, ni aburrido. Simplemente, era el tercer chico que subía al bar, a estela de los pasos de los otros dos que ascendían los peldaños de tres en tres, con esos bañadores que parecían calzoncillos, para pedir un polo de naranja.

Abajo, sobre la toalla, estaba Lídia, con sus elásticos trece años. La misma edad que la nuestra. Pero la suya era diferente; esa niña parecía más adulta. Los tres chicos nos multiplicábamos por diez para llamar su atención y nos convertíamos en el gordito, en el bizco, en el gracioso, en el guapo, en el engreído, en el invisible, en el sonriente, en el listo, en el que tenía los mejores cómics del Capitán Trueno, en el hijo del amigo de su padre... Y ella seguía coqueta sobre su toalla verde sin hacernos caso.

A sus trece años elásticos nos girábamos para mirarla, mientras procurábamos no tropezar por las escaleras y evitar que ella se riera de nosotros, mientras íbamos en comando a por el polo de naranja.

A finales de ese mismo verano mis padres me apuntaron a natación, entre otras cosas porque todavía no sabía nadar a los trece años. Me daba un poco de vergüenza aprender a flotar en una piscina tan viejo, entre aquellos críos de ocho o nueve años. Pero sobre el corcho vecino, a punto de golpear con sus pies elásticos por primera vez en el agua, estaba Lídia. Tampoco sabía nadar y sus progenitores habían considerado apuntarla a natación. Sonreí en mi interior, mientras el gracioso Sala y el guapo Miró lamían un helado en las alturas, envidiando no saber nadar para ocupar mi lugar junto a ella.

Recuerdo que Lídia, a pesar de pasarse la vida en la piscina, era blanca de piel. Tenía pecas junto a la nariz aguileña y los ojos muy grandes que sonreían más allá de su boca, mientras daba zancadas en el agua, procurando no ahogarse, como yo. Recuerdo aquel profesor de natación que nos ponía la mano bajo la barriga (cosa humillante a mi edad de entonces). Nosotros intentábamos no tragar agua y, de vez en cuando, nos mirábamos -Lídia y yo- entre esas olas tremendas creadas en esa piscina de la tierra de la niebla, hasta que tocábamos con la punta de los dedos el cemento final, cuando ya estábamos a salvo. Entonces miraba a la chica, mientras escupía agua antes de sonreírle, con mi cuerpo de niño.

No tengo anotado eso en las fichas de ahora. Ni lo que gastaba entonces, ni los cinco duros que ingresaba de mis padres para pasar la semana. Sólo son recuerdos y espero no sufrir jamás una enfermedad mental que me los borre de mi memoria como si formateara el disco duro mi mente. No existen copias de seguridad de todo aquello. Sólo este blog.

Siempre hay una primera vez para todo en la vida. Para aprender a nadar, para intentar amar, para hacer una paella, para que te digan que al ajo hay que quitarle el corazón verde antes de ponerlo en la cazuela. Para facturar las maletas en la consigna de un vuelo con un destino que te da miedo. Y no siempre hay cursillos para aprender todo eso.

Toda mi vida recordaré que una vez aprendí a nadar al lado de una niña clara de piel, mientras ella me miraba al final de la meta, y que ese es el único certificado de algo que tengo colgado en mi habitación: el de natación.

Al verano siguiente, Lídia y yo ya nadábamos como peces. Nos sumergíamos en el agua mientras su hermano mayor nos tiraba piedras lejanas para que las rescatáramos del olvido en el fondo de esa piscina entre manzanos.

En una de esas inmersiones, encontré una pulserita barata en el cemento azul bajo el agua. Alguien la había perdido, pero no iba a entregarla a la señora que nos cobraba en la entrada. Me pareció un tesoro y se lo regalé a Lídia sobre ese césped de las piscinas municipales. Se la puso en su muñeca, me miró y se largó a correr con sus amigas.

Ella era blanca de piel. Tenía pecas junto a la nariz aguileña y los ojos muy grandes que sonreían más allá de su boca. Teníamos catorce años y nunca he vuelto a saber nada más de ella. Hasta que una noche de hace un par de semanas me acordé de esa niña, mientras guardaba al pequeño Hayden, al pequeño faraón Nil y a Marina.

Marina es amiga del pequeño Hayden desde que eran muy niños. Se conocieron en el parvulario y han aprendido a crecer juntos, aunque ahora vayan a escuelas diferentes. Se quieren y esa noche en que les hice de canguro tuve que pedir orden en su habitación. No paraban de contarse secretos con sus linternas escondidas bajo las sábanas. Era tarde y debían dormir, pero me hicieron recordar a Lídia. El pequeño Hayden y Marina también aprendieron a nadar juntos en los viajes que sus familias comparten desde hace tiempo al oeste de Francia.

Quizá un día mi sobrino mayor encontrará una pulserita en el fondo de una piscina o en una playa y se la regalará a Marina para que cuando se acerquen a los cincuenta años se sigan acordando el uno del otro. Sin embargo, ellos todavía tienen nueve añitos y todo por delante.

Esa noche en que guardaba a los niños (ellos ya dormían), puse el nombre y el apellido de Lídia en el Facebook del ordenador de mi hermana. Salieron dos perfiles. Hice clic en el primero. Era ella. Me salió a la primera. Estaba allí, aunque no la reconocía. Apenas conservaba sus ojos grandes y las pecas junto a la nariz aguileña. No había rastro de la pulsera en sus muñecas y había desaparecido aquel fulgor infantil de su rostro. Pensé en proponerle amistad clicando en "agregar a mis amigos". Pero no lo hice porque todo aquello ya es pasado y esa pulserita que encontré en el fondo de la piscina debe reposar en algún vertedero de la tierra de la niebla.

Pensé que yo también habría envejecido a sus ojos si me pudiera ver ahora. Lo escribí en la ficha del 14 de diciembre, junto a los gastos y los ingresos. Y las otras cosas que me habían pasado ese día y que voy a releer cuando sea un anciano y necesite recordar. Como ese viaje al centro de la ciudad en el ómnibus 39 con la mujer de los mares del sur, como marqueses, para comprar una cunita de mimbre para las muñecas de su sobrina de dos años que tiene mofletes de princesa. Y luego esa sesión fotográfica del teckel Bruc en los Jardinets de Gràcia con luces de Navidad a su espalda mientras el perro posaba en plan actor (la vida es así de sencilla y bonita).

PD: Ho volia fer més curt, però no me'n surto. Disculpeu el rotllo.

Porra Madrid-Barça (hi ha premi)



Em ve de gust fer una porreta de cara al Madrid-Barça de dissabte. I a vosaltres?

Si algú l'endevina pot triar entre aquests premis.

A. Botellón amb el Martí amb el chumba-chumba dels altaveus del seu cotxe a tota pastilla en un polígon industrial aïllat. Us ensenyarà tots els poemes que té tatuats al cos (els que es puguin mostrar).

B. Berenar amb gotet de llet amb Nesquik (ell odia el Cola-Cao) i galetes Maria amb l'Òscar i la seva sogra. Segurament ell marxarà amb qualsevol excusa i us deixarà tota la tarda amb aquella senyora.

C. Sessió de jacuzzi amb el Veí de Dalt mentre ell explica acudits de Barragán amb una cantata de Bach de fons. És així de polièdric.

D. Paelleta a cal Gatot, que s'acabarà convertint en un arròs caldós perquè a ell li encanta improvisar. Després us portarà a caminar descalços pel jardí. A Salt.

E. Passejada en Vespa amb Fra Miquel per Barcelona, com si fossin unes Vacaciones en Roma. Això sí, s'aturarà a cada cantonada per explicar-vos un arbre.

F. Veure la repetició del Madrid 2-Barça 6 i del Barça 5-Madrid 0 al meu ordinador, assegudets al Turó Parc. Porteu coixí, perquè els bancs són durs i els partits llargs.

Jo dic 1-4. Si guanyo, em demano el Veí de Dalt. Estaríem monos tots dos al jacuzzi i ell dale que te pego fent de Barragán.

PD: Teniu temps de fer la porra fins un minut abans que comenci el partit.
PD2: Aquest post me l'ha inspirat una noia que m'ha demanat un resultat del partit, tot caminant per Gràcia amb el seu gos ventilador que ja m'estima (el gos, ella no).
PD3: Bases dipositades davant notari.