Búnker


El sábado pasado salí a caminar por los frutales de la tierra de la niebla. Hay que ir bien preparado para hacerlo: gorra de visera, una mochila cargada con dos litros de agua, tiritas con animales dibujados por si te arañas, un libro ligero por si te aburres, varias piezas de fruta. También es importante llevar el nombre y la dirección colgando del cuello en un cartelito, por si te pierdes. Y un rifle Steyr Mannlicher de calibre 243, por si te ataca un conejo. ¡Ah! Y un paraguas barato de una tienda de chinos.

Andaba cargado con todo mi material de supervivencia cuando unas nubes negras y ruidosas viajaron rápidas desde las montañas hacia mí, escupiendo rayos y truenos, como si fuera una guerra, aunque yo jamás he vivido una guerra y sólo las conozco por las películas. Palpé mi equipaje. Lo tenía todo excepto el paraguas barato de una tienda de chinos. Corrí bajo la cortina de agua con la mochila, el cartelito (nombre: el paseante, domicilio: la granja de los caballos) y el rifle que me golpeaba los glúteos, hasta alcanzar una de esas casetas de aperos en las que suelo esconderme.

Me refugié bajo el estrecho porche de la entrada, pero la lluvia caía con tanta fuerza y en diagonal que me calaba la ropa. La parte baja de la puerta de la caseta estaba rota. Una pieza de uralita protegía esa gatera, para que no entraran bichos (como yo). La retiré. Me despojé de la mochila y del rifle, y me deslicé por ella con mucha dificultad, a cuatro patas. Por suerte he perdido peso últimamente, porque el agujero era realmente angosto. Desde dentro, introduje mi material de andar por el campo para ponerlo a refugio (los rifles Steyr Mannlicher de calibre 243 se oxidan fácilmente con la humedad).

Era un local rectangular, de unos quince metros cuadrados. Parecía la escena de un crimen. En la parte sur había un hogar cargado de leña para cocinar a la brasa. Y una silla de fórmica rota. En la parte norte, dos somieres se alineaban uno junto al otro (sin colchones, puro hierro), y entre ellos se apilaban restos de basura: botellas de zumo de naranja, un paquete vacío de tabaco JPS, una guía de Portugal con las hojas sueltas, vasos de plástico, páginas escritas en una lengua que no entendía (probablemente cartas africanas que se quedaron en Europa).

Parecía un búnker. Una jaula. Caminaba arriba y abajo, esperando a que escampara. Fumando.

Sobre los camastros había una ventana estrecha y alargada. A través de ella veía las hojas de las plantas cercanas repletas de bolitas de lluvia en sus puntas, como árboles de Navidad en verano. Veía los tallos de los trigales curvándose por el peso del agua en sus granos, las tórtolas que seguían volando a pesar de la tempestad y los truenos que no cesaban. Una guerra debe ser algo así: tú escondido en un refugio, rezando para que cese el ruido de las bombas e ideando cómo te vas a defender.

Pensé que era una ventana perfecta para montar en ella una batería antiaérea Nasams, por si un día nos hartamos de ellos y nos liamos a tortas con el país vecino (digamos que es Andorra, pobres andorranos).

En la parte sur de la caseta había una ventanita cuadrada. Allí veía un triste chopo cimbrearse con el viento para esquivar los rayos, y los restos de una masía de la que quedaban apenas cuatro muros y muchas ruinas. Era un lugar adecuado para montar una pieza de artillería ligera Kongsberg, por si un día nos hartamos de ellos y nos liamos a tortas con el país vecino (digamos que es Andorra, pobres andorranos).

Quizá fueron los truenos, quizá fue el búnker, pero pensé en la manifestación de este sábado. Si con la razón no se pueden arreglar las cosas, si te humillan, si te desprecian... hay otros caminos. Aunque también perderíamos en ese tablero de ajedrez. Los catalanes no sabemos de búnkers, ni de armas.

Estuve en el refugio un par de horas, caminando arriba y abajo, como un animal enjaulado, mientras el tenista (mi padre) me llamaba al móvil por si necesitaba que viniera a rescatarme con su unidad de intervención rápida: su Ford Fiesta de veinte años con una carabina de aire comprimido en el asiento de atrás.

Escampó, como sucede siempre. Salí al camino de Duran y regresé a la granja, esquivando los charcos, con mi mochila de supervivencia y mi rifle Steyr Mannlicher de calibre 243. Hace años que lo tengo, pero todavía sigo pendiente de leer en el libro de instrucciones por donde se dispara. Debe ser esa pestaña curvada que se llama gatillo.

PD: No ho volia fer, però demà aniré al passeig de Gràcia. Caminar sol per una manifestació et fa pensar. Més que si hi vas amb gent.

PD2: Una part d'aquest post l'he fet a mà, amb el meu nou súper boli del Barça. Gràcies, M. El guardaré per aquests moments especials. Ets un encant.