Poa pratensis

todos nos gusta tender la toalla sobre él cuando salimos de la piscina y notamos su frescor bajo nuestros pies. El césped es el nombre común de una docena de especies gramíneas, entre las que destacan la armeria maritima, la stenotaphrum secundatum o la poa trivialis. Se utiliza como cobertura en parterres de jardines. O como terreno de juego para la práctica de actividades deportivas: tenis, golf, hockey sobre hierba, rugby...

En campos de fútbol funciona muy bien una mezcla de poa pratensis (20%) y lolium perenne -o raigrás inglés- (80%). Es ideal para meterles cinco goles a los equipos soberbios. Con esa elegancia.

PD: De gran vull ser Pep Guardiola o Fra Miquel.

MIA y el sargento Hayden



Suena mi teléfono fijo casi a la hora en que la carroza se convierte en calabaza.

Me resulta familiar su voz, y me cuesta un par de segundos ponerle rostro. Es mi cuñado, que nunca me llama. Siempre lo hace mi hermana.

El sargento Hayden me pregunta -con voz bajita, porque los niños duermen- si estoy libre el siete de diciembre. Parece tímido, como si quisiera pedirme dinero. Pero quiere regalarme dos entradas para el próximo concierto de la ceilandesa MIA en Barcelona. Sabe que me gusta. Sabe que me la descubrió él. Sabe que me ducho con esa música.

Le digo que no. Insiste, por todos esos canguros que he hecho con sus hijos. Pactamos una entrada, en lugar de dos: estoy acostumbrado a ir a todas partes en solitario. Va a intentar comprarla por internet. Alargo la conversación para comentarle lo de las elecciones, para charlar de fútbol, para preguntarle por su último fin de semana en la tierra de la niebla, mientras yo guardaba la metrópoli.

Me gusta mi cuñado. Es un armario ropero, pelirrojo, atractivo, serio, solidario, detallista.

En voz bajita -porque los niños duermen- me dice adiós.

Cuelgo mi teléfono fijo casi a la hora en que la carroza se convierte en calabaza. Y yo me siento como un príncipe a punto de acudir a un baile, con una posible entrada para escuchar a esa ceilandesa que me acompaña en la ducha casi todas las mañanas. Esta vez será en directo.

PD: Gràcies Xavi. I si no hi ha entrades, no pateixis. El més important és el detall. T'aprecio molt.

Universo Ikea



Es domingo y tengo que escribir deprisa, porque pasado mañana igual es mi último día en el planeta. O quizá sea el primero. O quizá siga esa "sólo rutina" que describía Mario Benedetti en La tregua. Tengo tres opciones, que no es poco.

He desayunado en el balcón dos naranjas (las he pelado con un cuchillo de juguete, con el mango del mismo color que esas frutas) y dos cafés con leche americanos (¿cómo no los había descubierto antes?). Hojeaba un catálogo de Ikea, con el sol en la cara, distraído. Con ese librito, te entran ganas de tener pareja y soñar en una cama diseñada por alguien como Lotta Kühlorn. Una cama Malm, por ejemplo. Y tener a una personita inocente en una cuna diseñada por alguien como Johanna Jelinek. Una cuna Hensvik, por ejemplo.

El edificio de enfrente es nuevo, y en él habitan seres que un día igual fue su última vez en el planeta. O quizá la primera. Van y vienen por esos balcones -caros- mal diseñados en los que jamás da el sol, mirando de reojo cómo me tomo el café americano y hojeo la revista de Ikea en mi balcón -barato- en el que siempre da el sol, y luego entran en sus apartamentos recién estrenados con camas Malm y cunas Hensvik.

Tengo que escribir deprisa, porque pasado mañana igual es mi último día en el planeta. O quizá sea el primero. O quizá siga esa "sólo rutina" que describía Mario Benedetti en La tregua.

Mi rutina fue que el martes pasado vinieron mis padres a Barcelona con la diligencia de las diez de la mañana, que aparca siempre puntual frente al Boulevard Rosa. Remontamos el paseo de Gràcia con el sol en la cara. A la señora Sofía se le escapaban los ojos tras esos escaparates repletos de ropa, o de perfumes, o de zapatos. Al tenista se le escapaban los ojos tras esas cafeterías donde quería tumbarse a tomar un café con leche. Alcanzamos la plaza de la catedral, y llamamos a mi hermana (su hija -la señora Hayden) por el móvil. Valió la pena estar los cuatro en la terraza de esa cafetería para turistas, con el sol en la cara. Creo que era la primera vez que desayunábamos la vieja familia en esta vieja ciudad. Nosotros solos, sin nuevas familias. Mis padres hace tiempo que tuvieron sus camas Malm, y sus cunas Hensvik. Mi hermana las tiene ahora.

Antes de separarnos, la señora Sofía me entregó un tupper con las setas que encontraron en unas montañas del sur, salteadas con ajo y perejil. Estaba cerca de la playa, así que fui allí, en mi rutina.

Había pocas personas en la arena. Me senté en un espigón. Dos jubilados explicaban que las olas llegan de tres en tres, y que la tercera es la más débil, mientras yo estaba pendiente de mi mochila cuando se acercaban esas espumas amenazantes. Una pareja de turistas alemanes acamparon a mi derecha. Ella era morena, con los ojos azules, él era rubio, con los ojos oscuros. Extrajeron bocadillos de sus mochilas, y yo abrí el tupper. Comimos en silencio, sin conocernos, mientras aterrizaban gaviotas de diversos tamaños, exigiendo su parte del festín. Seguramente esas personas desconocidas, con las que compartía mesa en la arena, hace tiempo que tuvieron sus camas Malm, y sus cunas Hensvik.

Mi rutina fue que el jueves pasado me dirigí al corazón de la ciudad. Al atardecer estaba frente a un Woman's Secret, para esperar a la Princesita, que llegaba puntual con la diligencia de las ocho de la tarde, directa desde la radio. Me pidió que entrara en el local, pero me negué tras analizar el escaparate (con maniquís medio desnudas, y paja en el suelo -una metáfora de los escaparatistas, deduje). Luego fuimos al universo Sephora. Me hizo oler mil perfumes, colonias, cremas de noche (en esos palitos de papel)... La dependienta era una francesita preciosa de labios rojos, aunque nos hablara en catalán.

Nos tomamos una cerveza en un local que podría aparecer en Lost in translation. Y allí charlamos de esos negocios que tenemos pendientes, y que nos dan miedo.

La princesita hace tiempo que tiene su cama Malm. Y toma café americano en el balcón con Buñuel, con esos periquitos de la casa vecina que duermen en el suelo de la jaula.

Yo no tengo apenas nada.

Mañana me espera mi último día en el planeta. O quizá sea el primero, para ser como ellos. O quizá siga esa "sólo rutina" que describía Mario Benedetti en La tregua. Tengo tres opciones, que no es poco.

Luis



Recuerdo, yo que puedo recordar, que cuando era pequeño no había playstations, ni iphones, ni teléfonos móviles, ni vuelos baratos con Vueling, ni messengers, ni facebooks, ni partidos del Barça en pay per view, ni sesiones de rave music, ni monopatines, ni piercings, ni tattoos. Ni siquiera existía Scarlett Johansson. Lo juro.

¿Qué había entonces? Pues poca cosa: las canicas en el patio del cole, las novelas de Enid Blyton, las excursiones en bici y los domingos por la tarde en que nos colábamos en el cine Urgell, con Sala y Miró, para ver películas prohibidas a menores de edad. Allí Luis García Berlanga nos hizo pasar buenos ratos. Mejores que con una Play o con un vuelo barato de Vueling.

Recuerdo, yo que puedo recordar, que su cine nos ponía una mueca desangelada en nuestras bocas (una medio sonrisa), reconociendo en sus personajes extraviados a nuestros vecinos de la tierra de la niebla, en ese tardofranquismo. Sus películas eran inteligentes, las historias tenían una mecánica tan perfecta como la de un reloj adquirido en Ginebra, los diálogos de Azcona eran luminosos. (Cuando no hay dinero para efectos especiales, hay que tirar de ingenio.)

Recuerdo, yo que puedo recordar, que Berlanga (y otros como él) fue, en esas salas oscuras con el suelo repleto de pipas y colillas, nuestra Play, nuestro Iphone, nuestro teléfono móvil, nuestro vuelo barato con Vueling, nuestro Messenger, nuestro Facebook, nuestro partido del Barça en pay per view, nuestra sesión de rave music, nuestro monopatín, nuestro piercing, nuestro tattoo. Nuestra ventana al mundo. Seguramente le hubiera gustado ser también nuestra Scarlett Johansson. Pero no le veo en ese papel. Francamente.

Recordaré, yo que puedo recordar, a Luis García Berlanga. ("Maleït Alzheimer", com diu la Rita.)

PD: Al menos su muerte ha servido para que Atikus haya vuelto a publicar (ignoro si puntual o permanentemente).

Making off


Es domingo por la mañana. En el exterior llueven cuatro gotas mientras desayuno una manzana granny smith y el primer café con leche. Han cambiado la hora y no sé si son las nueve o las diez o las once. Con el segundo café con leche, el sol se asoma por una esquina de mi balcón.

Me afeito rápido y me ducho con un gel que luego me produce cosquillas en la piel (algo de fresh y no sé qué más). Pongo un paraguas en mi mochila y salgo a la calle en busca del ómnibus 55 en el paseo de Sant Joan. Aparece puntualmente con treinta minutos de retraso, y llamo por teléfono al equipo de producción para decir que llegaré puntualmente treinta minutos más tarde de lo convenido.

El vehículo me deja frente a los muros del Teatre Grec. Llamo de nuevo para decir que ya estoy allí, en la montaña. Subo unas escaleras criminales para los fumadores, hasta encontrarme con el director del proyecto y su nueva ayudante (una chica con los ojos más bonitos de la mañana, fuertes y tímidos, que es la mejor combinación).

Fra Miquel quiere hacer un post de unos nuevos jardines y ha elegido los que tienen más desniveles de la ciudad: los del Teatre Grec y los Laribal. Él se pasa el mediodía (como un genio de cabello canoso, para quien no existe nada más en el mundo que su afición) sacando fotografías de un rincón en el que hay una rama en el suelo o un nenúfar en el agua o un helecho en un muro. Y yo anoto lo que puedo en mi libreta cuadriculada de las palabras veloces del botánico, mientras ella (la chica con los ojos más bonitos de la mañana, fuertes y tímidos, que es la mejor combinación), pasea con discreción por los escenarios para no salir en las fotos. Luego el retratista me hará repetir mil veces el texto en esa post-producción (es lo que tiene trabajar con fotógrafos-botánicos de primer nivel).

Acabamos antes de las dos del mediodía, que no sé si son la una o las tres, porque han cambiado la hora en el reloj. Ellos se van a comer a un buen restaurante, no sin antes pagarme un bocadillo de mortadela en un bar económico. Me quedo en la montaña de Montjuïc con mi comida envuelta en una bolsa de papel. Hace buen tiempo, con nubes blancas que parecen de primavera en el horizonte. Tomo el sol una horita en la esplanada frente al pabellón Mies van der Rohe, rodeado de mil estudiantes de secundaria franceses en viaje de principio de curso, que leen libros sin parar (ellas con escotes denunciables, y ellos con zapatos de invierno sin calcetines denunciables). Están anticuados. Aquí nuestros estudiantes de secundaria catalanes leen el móvil. Son más cool.

Me siento en un banco para comer. Hay mil palomas adiestradas a mis pies, esperando migajas. Una tiene el ala rota. Procuro que juegue con ventaja a la hora de tragar el pedacito de pan con tomate que lanzo cerca de sus patas (se lo despedazo muy pequeño). Es lista, antecede a sus congéneres y engulle las raciones necesarias para sobrevivir un día más. Quizá sólo un día más, pero para ella eso ya será un logro.

Estoy bien allí, abierto de piernas y brazos (discretamente), dejándome bañar por el buen tiempo. Tomando el sol.

Luego entro en el museo Caixa Forum para ver la exposición "Miquel Barceló (1983-2009). La solitude organisative". Y veo los ojos más bonitos de la tarde. Los de Dore Ashton, en un retrato de 2009. No sé, a veces me duele ver un cuadro en un minuto, cuando le ha llevado horas, días o semanas acabarlo a su autor. Parirlo. Y siempre vamos tan aprisa, como críticos artísticos aficionados frente a esos cordones ridículos que protegen las obras de los pintores.

Salgo a la calle. Me ha gustado la exposición. Alguien la vio antes que yo y me la recomendó. Todavía hay luz diurna. Regreso a casa para merendar una manzana granny smith, con el último café con leche del día.

Llaman a mi timbre. Es la poeta del piso de abajo. No sabría ponerle una edad, pero es mucho mayor que yo. Quizá como mi madre. Sólo quiere preguntarme si veo bien los canales de TVE en mi tele, con timidez. En la suya aparecen con niebla. A estas horas, ella también tiene los ojos más bonitos en ese crepúsculo, chiquitos, cansados, como para acabar el día. Está en el marco de mi puerta, y ya es de noche, tras un día feliz. Le digo que pase. Nos sentamos. Charlamos un rato de su día o mi día. Mientras tomamos un té (ella) y un café con leche (yo), que ya no tocaba.

PD: Gràcies pel matí, Anna i Miquel. Sou guapos.