Catarsis



Tengo el suelo del mini pisito de Gràcia repleto de cajas que bostezan con las tapas abiertas. Clasifico sus recuerdos con paciencia cada noche después de cenar. Paso el trapo del polvo por la superficie de los objetos que me acompañarán a mi nuevo destino y también limpio los que descartaré en los contenedores de reciclaje frente al supermercado Summa, porque nadie ni nada merece desaparecer de este mundo sin un mínimo de dignidad.

Me traslado a un piso luminoso, amplio y acogedor de l'Eixample con la mujer de los mares del sur y su perro ventilador, lo que complicará mi faceta de solitario empedernido. Además, compartiremos rellano con la familia Hayden y me temo que los niños se pasarán la vida con sus dedos pulsando insistentemente el timbre de la puerta de entrada para que la mujer de los mares del sur les haga clases de dibujo después del cole. También me preocupa que mi cuñado venga a ver partidos de fútbol siete días por semana a la espera de que le ofrezca una cerveza de la nevera a cambio de los años que llevo rebajando el nivel de su botella de whisky. O que mi hermana se presente cada dos por tres con un DVD bajo el brazo para verlo en nuestro comedor.

Por suerte tengo llaves de la terraza comunitaria y creo que me refugiaré allí para no perder mi condición de persona contemplativa y poco dada a las reuniones sociales. Para no dejar de ser un simple paseante.

De momento, desplazo a pie mis pequeños objetos del barrio de Gràcia a l'Eixample (aunque tengo varios coches disponibles de gente que me aprecia). Cada día hago un viaje de cuarenta minutos -ida y vuelta-, con cinco quilos en una mochila a la espalda. Es como una catarsis. Abandonar lo viejo e ilusionarme con lo nuevo a cada paso que doy por esas calles repletas de comercios en los que voy a comprar a partir de ahora.

Cuando llego al piso recién alquilado, dejo la carga en el suelo y voy a oscuras al ventanal del comedor donde hay mil balcones iluminados con La Sagrada Familia de fondo. Creo que voy a poner un sillón allí para acabar cada jornada imaginando esas vidas ajenas de las siluetas que caminan tras las cortinas. Esa vivienda es de un escritor que hace poco perdió sus maletas (una buena persona que sólo me ha dado facilidades para vivir en su casa). Entre esas paredes parió su primer libro de relatos y espero que no se llevara toda su inspiración cuando se trasladó a vivir a otra parte de la ciudad. En su catarsis.

De momento, tengo el suelo del mini pisito de Gràcia, que abandono después de catorce años, repleto de cajas que bostezan con las tapas abiertas a la espera de que decida qué transporto mañana a mi nueva vida.

PD: Estic una mica allunyat de Blogville, però encara hi sóc i us tornaré a llegir i a comentar. Tinc uns quants posts per escriure d'aquest estiu intens. Us fotré la tabarra. Fins ara mateix.