El secreto
miércoles, 7 de junio de 2006 by el paseante
Incluso en el profundo invierno duermo desnudo. Evito a los vecinos el desagradable striptease diario porque cierro las persianas. Al depositar mi traje de hombre arisco y distante sobre una silla en la noche, mis emociones se reflejan en el espejo de pie, desamparadas porque ninguna persona las conoce, hasta que apago la lámpara en la mesita.
En la tierra de la niebla no es costumbre hablar de sensaciones. La vida en el campo es una cuestión práctica. Discutimos sobre la salud de tía Patricia, el precio del maíz, la mesa del comedor que vamos a cambiar. También de que los manzanos necesitan que llueva. Pero nadie malgasta palabras en describir esa lluvia fina que riega nuestras vidas en forma de sentimientos.
El próximo mes cumpliré cuarenta y dos años de cangrejo aislado. En la comida me interrogarán si he conocido a alguna buena chica últimamente; me aconsejarán que busque un empleo estable en lugar de trabajar por mi cuenta; asegurarán que viviría mejor en la tierra de la niebla que en la metrópolis, más ahora que han aparecido con sus vestidos almidonados muchachas tristes del este de Europa a centenares para trabajar en las plantaciones. "Sin marido", acentuará la señora Sofía. Pero será imposible escuchar de sus labios: "¿Te apetece la vida? ¿Tienes temores? ¿Son interesantes tus recuerdos?"
Por eso he comenzado a escribir, y guardo en secreto estos textos ante la gente que me rodea a diario. No entenderían que me guste desnudar mi interior sin correr las cortinas. ¿De qué sirve? ¿Cuánto te pagan por hacerlo? ¿No van a pensar que eres afeminado? Tampoco me verían reflejado en ellos; ni siquiera la señora Hayden, la más sensible entre nosotros.
Me prepararon para tener hijos a estas alturas de la vida y un piso en propiedad y vacaciones en tours turísticos del estilo Maravillas del Danubio. Pero jamás he tenido la capacidad de ser un hombre práctico; y me resulta emocionante nadar contra corriente, desde siempre y en todo lo que hago.
En la adolescencia era el más alto en esa clase de alumnos poco desarrollados. Mis pies carecían del talento para empujar el balón al fondo de la red, y me trasladé al básquet. Me dedicaba a encestar balones en soledad, mientras los compañeros organizaban extraordinarios partidos de once contra once más allá del cemento de la pista exclusivamente para mí.
Una tarde, por sorpresa, mi padre escapó de su trabajo para asistir a mi clase de deporte. El profesor Núñez tuvo ligeros los reflejos: ordenó a los futbolistas que se desplazaran a la cancha de baloncesto para que no me sintiera ajeno al grupo.
Jamás había disfrutado de tanta compañía al botar la pelota. Gané a todos en el uno contra uno, encestando con frecuencia desde la posición de alero. Mi padre regresó encantado a su labor, seguro de que su hijo era el líder de aquellos chavales desconcertados con una sandía de color naranja entre las manos, sin saber qué hacer con ella. Caía la tarde cuando me acerqué al profesor Núñez, con su barbita entrecortada de doctor House, y le ofrecí las gracias de veras.
En el lugar de ese campo de baloncesto existen ahora tres pistas de tenis. Mi padre me gana fácil en cualquiera de ellas. Una vez al año, como mucho, le derroto yo. Entonces me suplica que no explique el resultado ante la señora Sofía. Teme que ella crea que ha envejecido. Es muy buen tipo, y guarda sentimientos y secretos que nunca conoceremos porque no le gusta escribir.
En la tierra de la niebla no es costumbre hablar de sensaciones. La vida en el campo es una cuestión práctica. Discutimos sobre la salud de tía Patricia, el precio del maíz, la mesa del comedor que vamos a cambiar. También de que los manzanos necesitan que llueva. Pero nadie malgasta palabras en describir esa lluvia fina que riega nuestras vidas en forma de sentimientos.
El próximo mes cumpliré cuarenta y dos años de cangrejo aislado. En la comida me interrogarán si he conocido a alguna buena chica últimamente; me aconsejarán que busque un empleo estable en lugar de trabajar por mi cuenta; asegurarán que viviría mejor en la tierra de la niebla que en la metrópolis, más ahora que han aparecido con sus vestidos almidonados muchachas tristes del este de Europa a centenares para trabajar en las plantaciones. "Sin marido", acentuará la señora Sofía. Pero será imposible escuchar de sus labios: "¿Te apetece la vida? ¿Tienes temores? ¿Son interesantes tus recuerdos?"
Por eso he comenzado a escribir, y guardo en secreto estos textos ante la gente que me rodea a diario. No entenderían que me guste desnudar mi interior sin correr las cortinas. ¿De qué sirve? ¿Cuánto te pagan por hacerlo? ¿No van a pensar que eres afeminado? Tampoco me verían reflejado en ellos; ni siquiera la señora Hayden, la más sensible entre nosotros.
Me prepararon para tener hijos a estas alturas de la vida y un piso en propiedad y vacaciones en tours turísticos del estilo Maravillas del Danubio. Pero jamás he tenido la capacidad de ser un hombre práctico; y me resulta emocionante nadar contra corriente, desde siempre y en todo lo que hago.
En la adolescencia era el más alto en esa clase de alumnos poco desarrollados. Mis pies carecían del talento para empujar el balón al fondo de la red, y me trasladé al básquet. Me dedicaba a encestar balones en soledad, mientras los compañeros organizaban extraordinarios partidos de once contra once más allá del cemento de la pista exclusivamente para mí.
Una tarde, por sorpresa, mi padre escapó de su trabajo para asistir a mi clase de deporte. El profesor Núñez tuvo ligeros los reflejos: ordenó a los futbolistas que se desplazaran a la cancha de baloncesto para que no me sintiera ajeno al grupo.
Jamás había disfrutado de tanta compañía al botar la pelota. Gané a todos en el uno contra uno, encestando con frecuencia desde la posición de alero. Mi padre regresó encantado a su labor, seguro de que su hijo era el líder de aquellos chavales desconcertados con una sandía de color naranja entre las manos, sin saber qué hacer con ella. Caía la tarde cuando me acerqué al profesor Núñez, con su barbita entrecortada de doctor House, y le ofrecí las gracias de veras.
En el lugar de ese campo de baloncesto existen ahora tres pistas de tenis. Mi padre me gana fácil en cualquiera de ellas. Una vez al año, como mucho, le derroto yo. Entonces me suplica que no explique el resultado ante la señora Sofía. Teme que ella crea que ha envejecido. Es muy buen tipo, y guarda sentimientos y secretos que nunca conoceremos porque no le gusta escribir.
Escribes tan bonito senyor Carallot...
Y no lo digo porque me vea tan reflejada en este "Secreto".
bueno...puede que a tu padre no le guste, pero....nos ha dado a su hijo que lo hace pero que muuybien...Bonito blog sí señor
Ñaña, felicitats amb dos anys de retard Mua
Gràcies Anónimo. Amb retard. Mua,