Caracoles
sábado, 1 de marzo de 2008 by el paseante
Cuando tenía nueve años sufrí una apendicitis perforada. En el postoperatorio compartí habitación con un señor con bigote que parecía muy mayor, aunque recuperando su imagen en pijama de mi memoria no debía tener más de veinticinco años. Las jornadas eran largas y aburridas, y él me ayudaba a superarlas contándome que tenía el proyecto de montar una granja de caracoles. Le cosí a preguntas con mi curiosidad infantil.
Sabía de caracoles porque acompañaba a menudo a tía Patricia a buscarlos entre las matas de la finca lejana, tras la lluvia. Pero me asombraba que se pudieran criar en jaulas. Me recuperé de la enfermedad, y me alejé del hospital de la tierra de la niebla girando el cuello para contemplar la mirada triste del granjero de gasterópodos que se quedó allí, abandonado entre sus sueños. Siempre me he preguntado si seguirá vivo, si realizó su proyecto.
Años después, compartí piso en la ciudad universitaria con el hombre que cuida animales. Entonces él ya era un tipo emprendedor. Le hablé del tema de la helicicultura, e incluso nos compramos un libro a medias: Los caracoles, cría moderna y rentable de Patrick Mioulane. Pero aquellos sueños no acabaron en nada, porque tras finalizar las carreras nos distanciamos. Él levantó una granja de vacas, y yo fundé una revista para estudiantes de secundaria.
A finales del milenio pasado me enamoré de una veterinaria venezolana. Se llama Ana. Enamorarte de una veterinaria implica que tu domicilio, aunque sólo tenga veinte metros cuadrados, se va a convertir en un albergue animal. Por poner un ejemplo: una tarde me acompañó a la oficina de Correos de Pla del Palau. En Via Laietana encontró un pichón enfermo en la acera. Lo cogió, abrió mi mochila, extrajo mis cartas -"llévalas en la mano", me ordenó- y puso el bicho moribundo allí, a mi espalda. En casa, lo cuidó como si fuera su hijo y le salvó la vida, hasta que se alejó volando desde nuestro balcón.
Cuando viajó a la tierra de la niebla y la arrastré a recoger caracoles, los tomó en sus manos y le parecieron tan bonitos, tan indefensos, que los escondió para llevarlos a Barcelona, en lugar de entregarlos a las brasas de la señora Sofía. Leyó el libro de la cría de caracoles de Patrick Mioulane, y construyó una jaula con la base de una jardinera, unos palos de madera recogidos de las basuras y una tela antimosquitos que nos salió muy cara en la ferretería de la esquina.
Cada día rociaba los caracoles con un vaporizador, les preparaba láminas de zanahoria o cáscaras de manzana en tapones de garrafas de agua, y se quedaba un buen rato observando cómo asomaban sus antenas y eran felices. Los caracoles estaban tan aclimatados al nuevo ecosistema que acabaron poniendo huevos. Nacieron crías. Ella se sentía orgullosa y no se cansaba de hablarme de ello. Después le surgió un trabajo temporal en una protectora de animales de isla Margarita, en el Caribe. Cuando fui consciente de que nunca regresaría, liberé los animales en un parque y puse la jaula junto a un contenedor de basuras.
Al pequeño Hayden le encantan esos moluscos. Me ha acompañado muchas veces a buscarlos tras las tormentas, como si fuera su tía Patricia. El fin de semana pasado, su abuela le regaló una decena de ejemplares en un recipiente de cristal. Regresé con la familia en su coche, incrustado entre las dos sillitas para niños en el asiento trasero. Tenía una mano en la barriga del faraón Nil, que dormía. La otra en la cabeza del pequeño Hayden, que tenía los ojos como platos y me pedía historias con ballenas y elefantes, una tras otra. Cuando me cansé de inventarlas, le expliqué mis conocimientos de helicicultura. Le dije cómo debía cuidar los caracoles, que podrían tener hijos si les ponía las condiciones adecuadas: un recinto, tierra, alimentos adecuados, que les duche cada día con el aspersorio...
-I què mengen?
-El que més els agrada és la pastanaga, però també el cogombre, la poma i l'enciam.
Le prometí que le iría facilitando los utensilios necesarios. De momento tiene los caracoles en un recipiente que no les deja respirar muy bien. El miércoles pasado acudí al Camp Nou para seguir el Barça-Valencia de Copa del Rey con el tenista y el sargento Hayden. Antes de entrar al estadio, le entregué al policía tres palmos de tela mosquitera para que se la regalara a su hijo al dia siguiente, en el desayuno. Empatamos en el último minuto, y mi padre y el cuñado se levantaron para aplaudir. Yo soy más frío.
Ayer me llamó el pequeño (después de que su padre marcara el teléfono), para agradecerme la tela, y exigirme la ducha para caracoles. "Que sí, que te la compraré pesat" Se la compré después en una tienda de chinos, y le busqué nuevos caracoles en el Turó Parc. Salen a pasear de noche, y puse una decena de ejemplares en una bolsa del Caprabo, que vivirán felices mientras él los riega y los alimenta. Les salvará de las brasas. También le voy a prestar el libro de Patrick Mioulane, que ha pasado por tantas manos previas, aunque todavía no sepa leer muy bien.
Sabía de caracoles porque acompañaba a menudo a tía Patricia a buscarlos entre las matas de la finca lejana, tras la lluvia. Pero me asombraba que se pudieran criar en jaulas. Me recuperé de la enfermedad, y me alejé del hospital de la tierra de la niebla girando el cuello para contemplar la mirada triste del granjero de gasterópodos que se quedó allí, abandonado entre sus sueños. Siempre me he preguntado si seguirá vivo, si realizó su proyecto.
Años después, compartí piso en la ciudad universitaria con el hombre que cuida animales. Entonces él ya era un tipo emprendedor. Le hablé del tema de la helicicultura, e incluso nos compramos un libro a medias: Los caracoles, cría moderna y rentable de Patrick Mioulane. Pero aquellos sueños no acabaron en nada, porque tras finalizar las carreras nos distanciamos. Él levantó una granja de vacas, y yo fundé una revista para estudiantes de secundaria.
A finales del milenio pasado me enamoré de una veterinaria venezolana. Se llama Ana. Enamorarte de una veterinaria implica que tu domicilio, aunque sólo tenga veinte metros cuadrados, se va a convertir en un albergue animal. Por poner un ejemplo: una tarde me acompañó a la oficina de Correos de Pla del Palau. En Via Laietana encontró un pichón enfermo en la acera. Lo cogió, abrió mi mochila, extrajo mis cartas -"llévalas en la mano", me ordenó- y puso el bicho moribundo allí, a mi espalda. En casa, lo cuidó como si fuera su hijo y le salvó la vida, hasta que se alejó volando desde nuestro balcón.
Cuando viajó a la tierra de la niebla y la arrastré a recoger caracoles, los tomó en sus manos y le parecieron tan bonitos, tan indefensos, que los escondió para llevarlos a Barcelona, en lugar de entregarlos a las brasas de la señora Sofía. Leyó el libro de la cría de caracoles de Patrick Mioulane, y construyó una jaula con la base de una jardinera, unos palos de madera recogidos de las basuras y una tela antimosquitos que nos salió muy cara en la ferretería de la esquina.
Cada día rociaba los caracoles con un vaporizador, les preparaba láminas de zanahoria o cáscaras de manzana en tapones de garrafas de agua, y se quedaba un buen rato observando cómo asomaban sus antenas y eran felices. Los caracoles estaban tan aclimatados al nuevo ecosistema que acabaron poniendo huevos. Nacieron crías. Ella se sentía orgullosa y no se cansaba de hablarme de ello. Después le surgió un trabajo temporal en una protectora de animales de isla Margarita, en el Caribe. Cuando fui consciente de que nunca regresaría, liberé los animales en un parque y puse la jaula junto a un contenedor de basuras.
Al pequeño Hayden le encantan esos moluscos. Me ha acompañado muchas veces a buscarlos tras las tormentas, como si fuera su tía Patricia. El fin de semana pasado, su abuela le regaló una decena de ejemplares en un recipiente de cristal. Regresé con la familia en su coche, incrustado entre las dos sillitas para niños en el asiento trasero. Tenía una mano en la barriga del faraón Nil, que dormía. La otra en la cabeza del pequeño Hayden, que tenía los ojos como platos y me pedía historias con ballenas y elefantes, una tras otra. Cuando me cansé de inventarlas, le expliqué mis conocimientos de helicicultura. Le dije cómo debía cuidar los caracoles, que podrían tener hijos si les ponía las condiciones adecuadas: un recinto, tierra, alimentos adecuados, que les duche cada día con el aspersorio...
-I què mengen?
-El que més els agrada és la pastanaga, però també el cogombre, la poma i l'enciam.
Le prometí que le iría facilitando los utensilios necesarios. De momento tiene los caracoles en un recipiente que no les deja respirar muy bien. El miércoles pasado acudí al Camp Nou para seguir el Barça-Valencia de Copa del Rey con el tenista y el sargento Hayden. Antes de entrar al estadio, le entregué al policía tres palmos de tela mosquitera para que se la regalara a su hijo al dia siguiente, en el desayuno. Empatamos en el último minuto, y mi padre y el cuñado se levantaron para aplaudir. Yo soy más frío.
Ayer me llamó el pequeño (después de que su padre marcara el teléfono), para agradecerme la tela, y exigirme la ducha para caracoles. "Que sí, que te la compraré pesat" Se la compré después en una tienda de chinos, y le busqué nuevos caracoles en el Turó Parc. Salen a pasear de noche, y puse una decena de ejemplares en una bolsa del Caprabo, que vivirán felices mientras él los riega y los alimenta. Les salvará de las brasas. También le voy a prestar el libro de Patrick Mioulane, que ha pasado por tantas manos previas, aunque todavía no sepa leer muy bien.
Fred? Potser sí que n'ets de fred amb el futbol, però en general, i concretament amb el petit, no ho sembles gens. M'agrada com expliques les coses. Així que he vist post nou, m'he preparat el cafè i m'he posat a llegir-te plàcidament. Els teus posts són com contes. Bon capde!
oooh! quina gran història! quan jo era petita sempre anàvem a buscar caragols després de ploure. Ma mare els guardava amb la intenció de menjar-se'ls però la meua germana i jo els donàvem enciam, els posàvem nom, feiem carreres... fins que es convertien en les nostres mascotes. I tot el món sap que una mascota no es menja així que a ma mare no li quedava més remei que tornar-los al camp al cap d'un temps...
A mi m'agradava agafar-los, després de la pluja i posar-me'ls sobre el dors de la mà per sentir com avançaven deixant un camí brillant sobre la pell infantil. M’agradava veure’ls les banyes movent-se a dreta i esquerra sobretot quan tocaven imperceptiblement el terreny per on lliscaven, com si se n’asseguressin. Llavors cridàvem que no eren banyes, que eren els ulls i ens acostàvem fins que veiem un punt negre al final de cada banya... em pregunto com ens deuria veure el pobre cargol... en gran angular? en ull de peix?
Gràcies per despertar records, gràcies per oferir lectures,
Gràcies Rita. Sí que sóc una mica fred, tot i que tinc el meu raconet càlid per compartir. El cafè era bo? Que tinguis un bon diumenge.
Jaja, què maco Nimue. Els caragols són bonics quan som nens. I també després.
A mi també m'agradava el seu tacte sobre la meva pell Violette. No sé com ens veuen ells, segurament deformats.
Llegint-te he sentit la ferum del llum de carbur que el meu pare portava quan sortíem a busca-ne. La meva casa d'infantesa és en un poblet de la Garrotxa, envoltat de boscos i muntanyes. Només havíem de sortir a l'hort per onplir-ne una bossa.
Els dejunàvem i al cap d'uns dies ens els cruspíem.
Sempre m'ha fet "cosa" trepitjar-los. Quan surto a caminar , després de la pluja"procuro cedir-los el pas...Van massa carregats amb la casa a sobre com per deixar-los sense ella i esclafats...
Que tinguis un bon diumenge Paseante!
Quins records de quan anavem amb la padrina a buscar-ne nomès caure quatre gotes... Els cargols més petits també s'acabaven convertint en mascotes :)
Nos olvidamos de hablar sobre los caracoles!!! a mi me encanta molestar sus antenas :} no os dejo en paz xD
un beso
Pobrissó! com tens la cicatriu, al llarg o a l'ample? Ma germana va tornar de l'altre món gràcies a un cirurgià molt destre. Va estar a punt de morir per uns ineptes.
Què maca aquesta noia que recollia animalons, i com t'implicava. Ara ho fa el petit Hayden.
L'altre dia Bruc en va trepitjar un de cargolet. Sap mal...
uix, els cargols... jo també en buscava, de petita, amb el meu pare,pel jardí, després de la pluja. Se'ls cruspien els altres, jo no podia (encara no puc)
a mi em fan ràbia els que se'm jalen els rosers... però no els "pillo" mai!
Un petó, passejador.
Cargol treu banya... puja la muntanya... cargol bover, jo també vindré!!
Aissss.... quants records...
Coi Joana, un llum de carbur... Deu fer anys això. També intento no trepitjat-los. Sap greu si alguna vegada passa. Que tinguis una bona setmana maca.
Jaja, Somiant la lluna, ja veig que tots hem tingut zoològics plens de caragols a la infància.
Thaís, eres un bicho. Pampam.
Emily, la tinc a l'ample. Ja veig que en aquella època els metges no sabien diagnosticar l'apendicitis. Pero sort que la teva germana i jo som vius. Sí que era maca aquella noia veterinària. I el Bruc no pesa tan com per esclafar caragols, ni que siguin petits.
Coi Arare, en primer lloc: que una catalana (mig afrancesada) no mengi caragols... I que a sobre se li mengin els rosers. Aquests aninalets no mengen flors dona.
Gemma, aquesta cançó me la sé :-)
Ui! A mi m'encanten els cargols! (Menjar-me'ls. No tinc cor) De petita després de ploure m'agradava sortir a buscar-ne, però la meva mare mai hauria permès que em dediqués a la criança.
Fa uns anys vaig tenir un projecte de nòvio que vaig batejar com a "Cargolet". Mai va estar a l'alçada del seu nom.
Paseante, després d'uns mesos missing, he tornat a publicar...
M'agraden els cargols i a mi també m'agrada empipar-los tocant-los les antenes :)
Quan plou i vaig a casa dels meus pares, els trec de la rampa d'accès al parking i els deixo al costat de les plantes i les flors que el senyor manolo i ma mare amb tant carinyo cuiden. Els cargols no coneixen a cap dels dos, ni saben res del carinyo que els hi tenen a les plantes, així que no dubten a l'hora de deixar les fulles plenes de forats...i és que la gana és molt dolenta!
Recuerdo de pequeño observar los caracoles (no en Madrid que por aquí no se veian sino en el Pais Vasco), tambiém me suena que le tocaba las antenitas y se escondian, era un poco malo..pero eso era todo...luego les seguia.
Mira que no aplaudir, mme suena luego te dicen si estas en la ópera jaja!!
No se me ocurre gran cosa para opinar sobre el tema. De mi experiencia te diria que la variedad "Regina" , es más sobria y elegante pero suele tener tendencia a aislarse y a encerrarse mucho en si misma , es por lo tanto poco comunicativa y muchisimo menos expresiva que la variedad Bober, más común y campechana.
La variedad más pizpireta son las Cargolinas , blanquitas y más frágiles y pequeñas , pero que curiosamente aguantan muchisimo mejor la sequia.Les gusta muchísimo ascender sobre una superficie y agruparse todas en el extremo superior. Una rama de hinojo seca puesta de pié dentro de la caracolera es para ellas como un parque temático..una especie de dragón kan.
Con sanfaina me quedan de rechupete.
A mi dadme los de mar con salsa verde. Una piscis.
Jo sóc de les que me'ls menjo, malgrat que recordo de petita haver fet carreres de cargols amb els amics. Cadascú tenia el seu, i feíem apostes de quin guanyaria, però eren imprevisibles.
Ais, sembla que tothom ha anat a buscar cargols de petit. Un bonic entreteniment pels nanos després d'estar tancats a casa amb la pluja. Posar-se aquelles botes d'aigua, fer xop xop al terre mullat, ensumar l'olor de la pluja, i descubrir on s'amagaven els cargols
Ja he vist que has publicat Alatrencada. Estic content.
Aisss, M. El meu nebot gran fa el mateix que tu: deixa els caragols que troba a les plantes de la seva àvia, i després se li mengen les fulles.
Aikus, los caracoles de Euskadi no son comestibles hombre. Los que se puden comer son los catalanes. Y no aplaudí en el Camp Nou porque ese control de la pelota en el centro del campo ya cansa.
MK, les regines són molt resistents. Les pots trobar encara que no plogui. També són elegants. Els bobers són més delicadets: necessiten aigua. I les caragolines enlairades a les mates de fonoll... Són precioses. M'agrada molt que compartim escenaris vitals.
Emily, recordo de petit que quan veníem a Barcelona, la meva mare el primer que demanava era una paperina amb caragols de mar (clar que sense salsa verda).
Jaja, sí Khalina. Em pensava que els/les pixapins no sabien què era un caragol. És conya eh? Que també sóc una mica pixapins.