California
miércoles, 1 de noviembre de 2006 by el paseante
California es una canción de Rufus Wainwright. También es el estado americano donde Bob Evans, Bruce Brown, Jim Freeman o Val Valentine rodaron sus películas surferas en los años 60; al tiempo que los hermanos Brian formaban el grupo musical The Beach Boys. Mientras John F. Kennedy y Nikita Jruschov amenazaban con asomar los misiles, aflojando con la punta de los dedos el gatillo de sus braguetas en la crisis de 1962; los chicos californianos inauguraban una nueva moda basada en la despreocupación, la playa, el surf y los cuerpos torneados.
La enemistad USA-URSS caducó; pero el modelo vital de aquellos jóvenes perdura en las playas de Laguna, Malibú, Pacific Palisades, Santa Mónica o Zuma. En Venice Beach puedes hacerte un tattoo conmemorativo en cualquiera de las pequeñas tiendas del paseo, convertirte en un hunk (cachas) en un gimnasio al aire libre junto al mar, practicar el surf entre escualos de cuatro metros o contemplar a las siliconadas California girls patinando en bikini. Así lo hacen estadounidenses de Albuquerque, Minneapolis o Detroit de visita de placer en ese Hawai continental, con buen tiempo eternamente.
Es la postal que los dirigentes municipales quisieron importar en 1992 para convertir Barcelona en la capital de la California europea, desde que los juegos olímpicos abrieron la ciudad al mar y se recuperaron cinco kilómetros de playa (que los temporales de otoño engullen a menudo). En los años siguentes, abundaron las campañas publicitarias para atraer turistas en los principales medios de comunicación continentales. Según fuentes del Anuario estadístico de la ciudad de Barcelona (2004), en 2003 acogimos a 3.848.187 turistas con un total de 9.102.090 pernoctaciones. La mitad de ellos -aproximadamente- me preguntaron por la Sagrada Família con sus mapas extendidos.
No me molestan, en absoluto; y he compartido vivienda con ciudadanos de Francia, Grecia, Gran Bretaña, Alemania, Italia, Noruega... siempre sin conflictos de convivencia porque fueron gente educada. Ahora, en mi rellano hay una pareja de españoles, una francesa y un matrimonio mixto catalano/árabe que me trae de cabeza por su vida ruidosa repleta de discusiones. Estar de moda conlleva problemas: los inmuebles marcan precios insoportables y las noches de fiesta tienen tarifas de Estocolmo.
Para ser verdaderamente californianos nos falta su sol perenne. Las autoridades lo saben y hacen horas extra a bordo de sus vehículos oficiales para emitir más gases a la atmósfera y acelerar el calentamiento del planeta hasta el orgasmo final. Quizás lo estén logrando.
A punto de la festividad de Todos los Santos sigo en camiseta y pantalón corto, comiendo castañas. Este domingo, los turistas desarrollaban el crol o la braza en el mar. Los menos atrevidos paseaban en bañador por las playas, sumergían los pies en agua marina con las botas de montar a caballo colgadas en la percha de la mano, degustaban helados, llamaban al repartidor ilegal de cervezaaguafrescapatatas -que ha prorrogado su contrato fuera de temporada. Al acabar el día, los surfistas esperaban enfundados en sus vestidos de neopreno a que las olas se violentaran. (Me pareció reconocer entre ellos al locutor de radio Joan Spin.) Es necesaria la paciencia, porque el mar Mediterráneo no es el océano Pacífico, y aquí los practicantes de ese deporte se pasan más tiempo haciendo la foca que cabalgando sobre su tabla. Cerca de las playas, el Moll de la Barceloneta era una cinta transportadora de paseantes, patinadores, chicos en skateboard, sirenas en bicicleta; un alto porcentaje de los cuerpos estaban bien esculpidos en los talleres de Dir o de Corporación Dermoestética. Como sucede en California.
Los dirigentes políticos están logrando su objetivo.
En cierto modo, añoro aquellos otoños en que podía trazar caminos de huellas solitarias en la arena, o calcular la eslora de los petroleros sentado en un espigón. Con el cambio climático y desde que Barcelona es in aquello es una rambla, y no es extraño topar con un ángel del pasado que abre sus alas a tu paso y te impide despistar el recuerdo. Cené con él y su señora esposa en una tasca entre los bazares cercanos al Moll del Dipòsit, que me descubrió mi primera compañera de viaje hace más de veinte años. Un par de bocadillos y dos copas de vino cuestan menos que una entrada de cine. Sigue de moda y debes aguardar turno a que salgan los comensales extranjeros para ocupar un puesto apretujado en la barra. Comer de pie y deprisa, de eso se trata. Es folclórico y le encantó a mi amigo -olvidado- de cuando estábamos en el ejército de la PPS (Prestación Social Sustitutiva), mientras su compañera arrugaba la nariz a cada embestida de un turista borracho.
No tenían ganas de gresca y yo tampoco. Regresé temprano a casa. Una mujer mayor me detuvo para pedirme auxilio. Parecía angustiada, con una mano sobre su pecho. Llevaba un cuarto de hora vigilando un coche con matrícula francesa, aparcado pero con el motor en marcha. Su interior estaba ocupado por un hombre grueso como un oso, con los párpados apagados y que había olvidado afeitarse en domingo. "Creo que está muerto", dijo la anciana. Lo parecía. Me acerqué a la ventanilla, con ella a mi espalda. Golpeé dos veces, y el oso abrió sus fauces para emitir un precioso bostezo, estirar los brazos con pereza sobre su cabeza, girarse y seguir durmiendo de costado; como haría cualquier turista embriagado en la California europea.
En el apartamento encendí el ordenador. Mereció la pena. Me reencontré con una amiga internauta que llevaba escondida algún tiempo: la chica de los ricitos. También es forastera y se ha quedado a vivir entre nosotros. Habla un catalán mejor que el mío, y es adorable por eso y por otros motivos. Siempre ha tenido una vida emocionante, a menudo al filo de la navaja. Compartía una casa con jardín en Barcelona con un cuadrúpedo peludo, el señor Hutz. Ahora se ha mudado a un piso con piscina en la terraza con un bípedo velloso, el señor Xavier. Es mi amiga millonaria y siempre me manda una lata de caviar por mi cumpleaños, a cambio de un girasol por el suyo (dice que salgo ganando, pero no lo tengo claro). Parece feliz en California.
La enemistad USA-URSS caducó; pero el modelo vital de aquellos jóvenes perdura en las playas de Laguna, Malibú, Pacific Palisades, Santa Mónica o Zuma. En Venice Beach puedes hacerte un tattoo conmemorativo en cualquiera de las pequeñas tiendas del paseo, convertirte en un hunk (cachas) en un gimnasio al aire libre junto al mar, practicar el surf entre escualos de cuatro metros o contemplar a las siliconadas California girls patinando en bikini. Así lo hacen estadounidenses de Albuquerque, Minneapolis o Detroit de visita de placer en ese Hawai continental, con buen tiempo eternamente.
Es la postal que los dirigentes municipales quisieron importar en 1992 para convertir Barcelona en la capital de la California europea, desde que los juegos olímpicos abrieron la ciudad al mar y se recuperaron cinco kilómetros de playa (que los temporales de otoño engullen a menudo). En los años siguentes, abundaron las campañas publicitarias para atraer turistas en los principales medios de comunicación continentales. Según fuentes del Anuario estadístico de la ciudad de Barcelona (2004), en 2003 acogimos a 3.848.187 turistas con un total de 9.102.090 pernoctaciones. La mitad de ellos -aproximadamente- me preguntaron por la Sagrada Família con sus mapas extendidos.
No me molestan, en absoluto; y he compartido vivienda con ciudadanos de Francia, Grecia, Gran Bretaña, Alemania, Italia, Noruega... siempre sin conflictos de convivencia porque fueron gente educada. Ahora, en mi rellano hay una pareja de españoles, una francesa y un matrimonio mixto catalano/árabe que me trae de cabeza por su vida ruidosa repleta de discusiones. Estar de moda conlleva problemas: los inmuebles marcan precios insoportables y las noches de fiesta tienen tarifas de Estocolmo.
Para ser verdaderamente californianos nos falta su sol perenne. Las autoridades lo saben y hacen horas extra a bordo de sus vehículos oficiales para emitir más gases a la atmósfera y acelerar el calentamiento del planeta hasta el orgasmo final. Quizás lo estén logrando.
A punto de la festividad de Todos los Santos sigo en camiseta y pantalón corto, comiendo castañas. Este domingo, los turistas desarrollaban el crol o la braza en el mar. Los menos atrevidos paseaban en bañador por las playas, sumergían los pies en agua marina con las botas de montar a caballo colgadas en la percha de la mano, degustaban helados, llamaban al repartidor ilegal de cervezaaguafrescapatatas -que ha prorrogado su contrato fuera de temporada. Al acabar el día, los surfistas esperaban enfundados en sus vestidos de neopreno a que las olas se violentaran. (Me pareció reconocer entre ellos al locutor de radio Joan Spin.) Es necesaria la paciencia, porque el mar Mediterráneo no es el océano Pacífico, y aquí los practicantes de ese deporte se pasan más tiempo haciendo la foca que cabalgando sobre su tabla. Cerca de las playas, el Moll de la Barceloneta era una cinta transportadora de paseantes, patinadores, chicos en skateboard, sirenas en bicicleta; un alto porcentaje de los cuerpos estaban bien esculpidos en los talleres de Dir o de Corporación Dermoestética. Como sucede en California.
Los dirigentes políticos están logrando su objetivo.
En cierto modo, añoro aquellos otoños en que podía trazar caminos de huellas solitarias en la arena, o calcular la eslora de los petroleros sentado en un espigón. Con el cambio climático y desde que Barcelona es in aquello es una rambla, y no es extraño topar con un ángel del pasado que abre sus alas a tu paso y te impide despistar el recuerdo. Cené con él y su señora esposa en una tasca entre los bazares cercanos al Moll del Dipòsit, que me descubrió mi primera compañera de viaje hace más de veinte años. Un par de bocadillos y dos copas de vino cuestan menos que una entrada de cine. Sigue de moda y debes aguardar turno a que salgan los comensales extranjeros para ocupar un puesto apretujado en la barra. Comer de pie y deprisa, de eso se trata. Es folclórico y le encantó a mi amigo -olvidado- de cuando estábamos en el ejército de la PPS (Prestación Social Sustitutiva), mientras su compañera arrugaba la nariz a cada embestida de un turista borracho.
No tenían ganas de gresca y yo tampoco. Regresé temprano a casa. Una mujer mayor me detuvo para pedirme auxilio. Parecía angustiada, con una mano sobre su pecho. Llevaba un cuarto de hora vigilando un coche con matrícula francesa, aparcado pero con el motor en marcha. Su interior estaba ocupado por un hombre grueso como un oso, con los párpados apagados y que había olvidado afeitarse en domingo. "Creo que está muerto", dijo la anciana. Lo parecía. Me acerqué a la ventanilla, con ella a mi espalda. Golpeé dos veces, y el oso abrió sus fauces para emitir un precioso bostezo, estirar los brazos con pereza sobre su cabeza, girarse y seguir durmiendo de costado; como haría cualquier turista embriagado en la California europea.
En el apartamento encendí el ordenador. Mereció la pena. Me reencontré con una amiga internauta que llevaba escondida algún tiempo: la chica de los ricitos. También es forastera y se ha quedado a vivir entre nosotros. Habla un catalán mejor que el mío, y es adorable por eso y por otros motivos. Siempre ha tenido una vida emocionante, a menudo al filo de la navaja. Compartía una casa con jardín en Barcelona con un cuadrúpedo peludo, el señor Hutz. Ahora se ha mudado a un piso con piscina en la terraza con un bípedo velloso, el señor Xavier. Es mi amiga millonaria y siempre me manda una lata de caviar por mi cumpleaños, a cambio de un girasol por el suyo (dice que salgo ganando, pero no lo tengo claro). Parece feliz en California.
NO MODA
Hola! Me gusta tu blog!
Si te interesa la moda podrías echar un vistazo a mi blog, y verás como visten las mujeres por la calle en BCN (además de otros sitios). Y si de paso lo linkeas pues mejor!
Gracias de todas formas.
Un saludo "con estilo".
Gracias por el comentario. Tu blog tiene fotos divertidas. Te he puesto un link.
Tal vez perderemos parte de este California style con los nuevos rompeolas para evitar que el mar arrastre las playas. Creo que acabarán con las olas aptas para surf.
Se quejaban algunos practicantes.
Por lo demás, estamos por la labor y pronto hablaremos todos en inglés, mascando chicle (light).