En France

Llueve y he pasado las horas ordenando la montaña de periódicos, revistas, cartas, catálogos, folletos... dormidos en la estantería de los asuntos pendientes desde hace meses.

Me ha alegrado descubrir entre ellos dos objetos preciosos: un CD de Manu Chao titulado Sibérie m’était contée, adjunto a un libro de dibujos de un extranjero llamado Wozniak.

No recuerdo haberlos comprado, ni si alguien me los regaló. He desprecintado el disco y ha sonado alegre a lo largo de la tarde en el aparato que emite música. Canta en francés y mi memoria ha volado al país del norte. Esa tierra es como una amante a la que visité todas las veces en que pude escaparme de mi matrimonio con el sur. Por eso soy francófono. El CD dice:

"J’ai besoin de la lune
pour lui parler la nuit.
J’ai besoin du soleil
pour me chauffer la vie.
J’ai besoin de la mer
pour regarder au loin.
J’ai tant besoin de toi
tout à côté de moi"

Francia fue Anne al principio. Aguardaba su llegada junto al cementerio de las afueras de Estrasbourg, en noche cerrada, con la única luz ocasional que surgía del interior de los modernos tranvías que pasaban puntuales, cada cinco minutos, frente a la parada. Permanecía sentado, planeando el abrazo para cuando la mujer descendiera de uno de ellos. A Anne le encantaba poner a prueba mi paciencia en la espera; pero una hora más después de tres meses sin ver el reflejo de Francia en su rostro no era gran cosa. Aparecía invariablemente tarde, con sus labios pintados de rojo infierno y el cabello azabache cortado a lo garçon. Con esa boca intensa me dijo por teléfono, antes de un nuevo viaje a la ciudad fronteriza, que no hiciera el equipaje. El CD dice:

Boulevard Brune
il est minuit.
Elle était blonde
Et si jolie...
Comme si la brume
s’était posée
sur mon regard,
sous les pleins phares,
de la police...
Quel est ton nom?
Je ne sais pas!
Où est ce que tu vas?
Je ne sais plus!
Comment tu t’apelles
Qu’est ce que t’as
dans les poches?

Regresé a Francia para recorrer las tierras llanas del Marne. Los conductores locales solían pitarnos en los adelantamientos porque llevábamos un coche con matrícula alemana –heridas no cerradas tras las guerras-, de regreso a la casa medieval en el pequeño pueblo de Nogeant cuyo jardín partía, como una cicatriz, un riachuelo. La fachada estaba decorada con lilas, y era agradable sentarse a su sombra para escuchar al grupo de personas hablando en alemán, sin verme obligado a participar en la conversación porque no comprendía nada. De vez en cuando, y ante un chiste celebrado por el grupo con entusiasmo, Hannah me regalaba la traducción con su voz distinguida para que me riera a destiempo. Hasta que se aburrió de trasladarme para siempre su idioma incomprensible y me quedé incomunicado. El CD dice:

"J’aime bien me promener au
Père Lachaise...
... mais pas trop logtemps..."

Posteriormente, Francia fue esa visita casual a la iglesia de Saint Eustache, cerca de Les Halles, una mañana de lunes en que buscaba una sombra en medio del calor del verano parisino. Un reducido grupo de personas celebraba una ceremonia fúnebre junto al altar. El resto del templo quedaba desierto. Me fui acercando al coro de cinco mujeres negras que cantaban un blues hermoso, mientras disimulaba observando con aire de turista las imágenes religiosas ennegrecidas por el paso del tiempo. Nadie se fijó en mí; así que me senté a cierta distancia de ellos y lloré porque estaba solo en París y porque quise dejar por escrito que deseaba ser enterrado en ese recinto mientras cinco mujeres negras cantaban en mi recuerdo. Pero no tenía ni papel, ni bolígrafo. El CD dice:

"Petite pluie
se réfugie
dans mes chaussettes.
Petite pluie fine
au fond des os."

La última Francia fue una tarde de primavera en el Pont d’Ienà. La Tour Eiffel mostraba un marcador luminoso con las horas restantes para alcanzar el año dos mil. Llovía con decadencia y permanecíamos a refugio bajo un paraguas, apoyados en la baranda del puente. Ana miraba las barcazas en el Sena y yo observaba la calzada sin tráfico. Se acercó una muchacha en bicicleta, sin hacer ruido. No pude dejar de mirarla. Ella tampoco rehusó mis ojos. Sonrió y me regaló un guiño, sin que Ana se diera cuenta. Sus labios estaban pintados de rojo infierno y llevaba el cabello azabache cortado a lo garçon: Francia. Al regresar al hotelito barato de Porte des Lilas permanecía el mal tiempo. Cenamos ligeramente en la habitación y, después, Ana se sentó junto a la ventana. Miraba llover. Me dijo, con su acento americano, que visitaba su memoria un poema de Joaquín Gurruchaga:

"¿Por qué en los días de lluvia
pasa una bicicleta en silencio
por nuestro corazón?"

Semanas después de ese viaje, regresó a su país del calor. Dejó olvidada en mi piso de Barcelona, escondida entre los pliegues de un mapa de París, la fotografía que le tomé junto a aquella ventana del hotel tras la poesía. Es lo único que me queda de ella.

Todas se han escapado flotando por los paisajes de mi recuerdo francés y no hay nada que hacer por rescatarlas. Se acaba el CD y sigue la vida. Creo que voy a iniciar el curso de inglés que guardo precintado en algún armario para cruzar nuevas fronteras. Pero eso será mañana. Hace rato que el señor Gris me vigila de cerca para que le saque de paseo. Apagamos la luz, cerramos la puerta a nuestras espaldas y nos perdemos entre los paraguas de los transeúntes, camino del Turó Parc, cantando –yo-:

"Petit matin,
le café chaud,
les dominos.
Le jour se lève,
comme tous
les jours.
Le jour se lève,
il fera beau."

4 comentarios:

    Alors, alors, Monsieur le Promeneur, em tens ben pillada amb els teus escrits... De debó que no sé si creure'm que llegeixes tan poc com dius.
    Poca gent conec que conegui "Sibérie m'etait contéée" (fixa't en el títol: acaba en "-éée", el perquè no el sé... busca una explicació que jo ja tinc la meva teoria, ok?). És un disc molt especial per mi, molt... per les lletres i la música (Chao is God), però també pel fil conductor que em suggereix el record que té dels seus primers llibres de lectura.

    Marxo a França aquesta matinada.

     

    Segueixo pensant que de fred no en tens res. Aquest post m'ha ben tocat. Vaig començar a llegir aquell "ara" i a estones segueixo. Llegir-te és com llegir contes, aquest trist.

     

    Gràcies Violette i Rita. Ja fa segles que vas fer aquest viatge, Violette. I Chao is God. Rita, no tots els contes poden ser alegres. Sempre ets massa altruista, comentant posts antics. Un petó per a les dues.

     

    Petó recollit, dos anys i quatre mesos després...
    Avui estic realment trista. Però no et puc deixar cap comentari al teu post d'adéu. Ja ho faré quan podré.
    Una abraçada molt, molt forta, Joan.