Cigarrillos

Tiene su encanto caminar bajo la lluva sin paraguas por la zona central de la avenida Diagonal, entre el paseo de Gràcia y la plaza de Francesc Macià; sin problemas, sin objetivos, desnudo de emociones, contemplando en la retina los anuncios mezclados de Alitalia y la Galería del Tresillo. "Por qué en los días de lluvia cruza una bicicleta en silencio por nuestro corazón?", escribió Ángel González, el poeta. La de esa noche va debidamente por su carril, conducida por una chica delgada que me gustaría que me salpicara de vida, preguntándome por una calle o exigiéndome un cigarrillo. Pero pasa de largo, con su pedalear ligero, mientras un taxista detiene su vehículo, con su semáforo en verde, y se baja tan tranquilo para pedirme fuego y prender un pitillo, despreocupándose de los coches que ha dejado taponados en la calzada y que no paran de espantar el silencio con sus cláxones.

Unos días atrás, en un vagón de tren, dos chicas excursionistas viajaban en un asiento frente al mío, con sus bicicletas aparcadas en el pasillo. Mostraban el mismo cabello rizado en sus nucas, por lo que deduje que eran hermanas. Está prohibido fumar en el tren, pero los adictos al tabaco surgimos como setas de primavera en la plataforma entre vagones cuando el revisor ha regresado a la cabina del maquinista, en ese juego eterno del escondite. Prendí un pitillo e imaginé que una de ellas vendría a solicitarme fuego o tabaco. Se abrió la puerta del vagón contrario y un chico anti-sistema me preguntó amablemente si podía prestarle el mechero. No era para calentar nada, era para prender un cigarrillo convencional. Viajaba con un perro labrador de pelo negro al que dejó encarcelado entre los asientos levantando una empalizada con sus mochilas.

Me ofreció conversación, mientras cabalgábamos sobre el orgasmo interminable del tren. Le pregunté si estaba permitido llevar perros en ese medio de transporte. Me respondió que sí y que no. Hasta Manresa era legal porque el tren funcionaba como un cercanías. Pero a partir de allí se convertía, por arte de magia, en interprovincial y la compañía no permite llevar animales en ese tipo de transporte. Una situación kafkiana. "Hi ha poca gent al tren, no et diran res, i si et diuen alguna cosa, et fas e boig". "Ja, és el que faig sempre".

Su perro escapó de la prisión y se dedicó a exigir saludos entre los viajeros. Se lo comenté al fumador, y apagó inmediatamente su pitillo (la máxima señal de amor) para irle a regañar. Apuré mi cigarrillo en la soledad de la plataforma, sin que ninguna de las dos hermanas diera muestras de necesitar nicotina. Regresé a mi asiento para contemplar, una hora después, como descendían el chucho y su dueño en su estación final de la tierra de la niebla. Llovía, y una bicicleta pasaba en silencio por el andén.

9 comentarios:

    Quin tren més anàrquic.

     

    Y qué rutina más hermosa.

     

    Por un momento pensaba que aparecería un perro San Bernardo y a eso de las 10 le expulsarían del tren por tener llevar alcohol :)

     

    Esas rebeldías de salón... ¿qué hay de malo en cumplir las normas?

     

    Et puc dir Juanito com a mon iaio?.

     

    Me encantan las historias que pasan en los trenes, mientras no sean de descarrilamientos.

    Feliz noche

    S

     

    Sempre dóna " vidilla" transgredir normes...no?

     

    Gràcies pels comentaris Emily, Carlitos, Atikus...

    Ilse ya estás comenzando tu campaña a favor de la Esperancita Aguirre? Jaja.

    Em pots dir com vulguis Emily, però... Coi, sóc gran, però no un iaio, encara.

    Ya contaré más historias de trenes, Fugaz, guardo algunas en la carpeta de asuntos pendientes. Feliz día.

    I tant Joana, com es pot llegir en el teu magnífic blog.

     

    Vente unos días a Madrid a "vivir" a Esperancita en directo y luego me cuentas si cumplir las normas es de derechas, tópico con patas!! :p