El espigón de Oscar


Recuerdo un verano, de hace catorce o quince años, especialmente solitario. Apenas conocía a nadie en mi nueva ciudad y los Hayden estaban de vacaciones en Francia (sin niños, porque todavía no existían).

También era un verano especialmente caluroso. Cuando salía al balcón de mi mini-piso para tomar el fresco, me sentaba junto a mi mini-árbol, que todavía me acompaña, y me distraía contando los coches que entraban y salían del viejo aparcamiento de enfrente, que ya no existe.

Una tarde de principios de agosto estaba tan aburrido de sumar vehículos que decidí buscar un libro en la estantería negra. Hacía mucho tiempo que tenía pendiente leer a Günter Grass, pero me daban pereza las seiscientas páginas de El tambor de hojalata.

Comenzar un libro es como comenzar una relación: requiere más esfuerzo que espiar un parking. Pero existe la posibilidad del enamoramiento.

Así que leí el primer fragmento:

“Pues sí: soy huésped de un sanatorio. Mi enfermero me observa, casi no me quita la vista de encima; porque en la puerta hay una mirilla; y el ojo de mi enfermero es de ese color castaño que no puede penetrar en mí, de ojos azules”.

Esa tarde, milagrosamente, llovió y refrescó la ciudad, mientras entraba en la vida de Oscar, sentado en el balcón, con el cenicero junto a la maceta de mi mini-árbol.

El tambor de hojalata me acompañó todo ese mes de agosto. Lo llevaba conmigo al Turó Parc en la mochila para leerlo en una sombra fresca, lo sacaba a la plaza del Nord después de cenar o bajaba con él a la playa en el ómnibus 39, mientras las calles pasaban por la ventana. Me hizo compañía, como suelen hacer la mayoría de libros cuando estás solo. Las novelas dan sin pedir, como en los enamoramientos.

Hay un espigón que siempre será mío y de Oscar. Allí leí la mayor parte de esa novela, mientras los veleros entraban y salían de su aparcamiento en el muelle, sin que tuviera la necesidad de contarlos, y yo me enamoraba de Günter Grass en ese verano especialmente solitario, con los pies descalzos en la espuma de esas olas que jamás se repetirán.

Cuando acabé de leer la última página, le di la espalda a la playa y miré hacia el norte, por encima de las antiguas fábricas del Poble Nou y de Francia, en dirección a Alemania, donde vivía ese escritor.

Hoy he buscado ese libro en la estantería negra que me acompañó en la última mudanza. No lo encontraba, hasta que la mujer de los mares del sur me ha ayudado a dar con él. Estaba debajo de otras novelas suyas que tiene pendientes de leer y de enamorarse si alguna vez se queda sola en su nueva ciudad.

5 comentarios:

    És curiós el què dius. El llibre el vas llegir fa molts anys, el vas oblidar perquè hi havia llibres nous a la teva vida. Però el llibre continuava al teu costat, esperant una segona oportunitat. Avui has recordat aquest estiu quan estaves sol i el tambor de hojalata et va fer companyia sense esperar res a canvi, simplement t'esperava.
    Ahir una persona em va recordar una cosa que jo tenia oblidada, la meva època de minimagnums i em va fer pensar molt, com ara tu en aquest post. Agafes un llibre nou del prestatge, amb la possibilitat de l'enamorament, o tornes al llibre que et va donar molt aquell estiu en que estaves sol?
    Una gran decisió que et pot canviar la vida o no.
    Bon dia, Paseante. No deixis mai d'escriure :) em costaria molt d'aceptar que pels matins ja no hi ets, perquè aquests post em fan companyia pel matí, quan la casa està en silenci.

     

    Me has dado curiosidad, ya lo he bajado así que me espera para leer con otros muchos que tengo que voy acumulando para los ratos tontos de espera.
    Como dice Emily, no dejes de escribir.
    Un abrazo.

     

    Els llibres ens salvaran :)
    abraçada

    PS: No deixis d'escriure... no.

     

    Confeso, avergonyida, que no l'he llegit. Però així com ho expliques me n'entren unes ganes boges.
    I, com sempre, una frase magistral en els teus escrits que fa que jo també et digui que no deixis d'escriure: "Las novelas dan sin pedir, como en los enamoramientos".
    M'entren ganes d'obrir blog, encara que fra Miquel em renyi per tants de canvis blogaires...veurem...

     


    Jo tampoc he llegit aquest llibre. De petita crec que vaig veure la pel·lícula i aquell nen d'ulls enormes em feia por.
    Tampoc he llegit Galeano ni molts altres, que m'assabento que existeixen quan moren o si els conec, em sap greu no haver-ne llegit ni una ratlla. Em falten vides per llegir... i per viure tot el que m'agradaria.