La edad de piedra
martes, 1 de mayo de 2007 by el paseante
Este sábado, tres generaciones de paseantes -resguardados de la fina lluvia bajo los paraguas- buscábamos caracoles entre los matojos: el tenista (tiene 73 años, pero mantiene su aspecto de galán antiguo), el pequeño Hayden (con sus 5 añitos quiere presumir que va a cumplir 6 -aunque le falten muchos meses para ello) y yo (voy a cumplir 43, pero sigo aparentando los 42). Parecíamos tres hongos surgidos por generación espontánea en ese paisaje trufado de amapolas y charcos. Un cachorro de perro se escapó de una de las pocas granjas que quedan en pie para venirnos a marear en nuestra tarea delicada.
Antes el campo comenzaba al final de la calle del molino; dabas tres zancadas y podías disfrutar del aroma de la tierra mojada. Pero desde que aparecieron aquellos hombres repeinados con brillantina, mostrando fajos de billetes por la ventanilla de sus Mercedes para tentar a los campesinos que podaban manzanos, el campo comienza mucho más allá. No les costó convencer a uno de los nuestros para transformar el terreno rústico en urbanizable. Trajeron a dos mil árabes y dos mil grúas a la tierra de la niebla para levantar barrios de casas adosadas, chalets, bloques de pisos de ladrillo rojo (calcados uno tras otro como engendros siameses)... Los inmigrantes compraron las viejas viviendas que habían habitado nuestros antepasados durante siglos, y sus habitantes de siempre se mudaron a los nuevos domicilios que todavía olían a cal, pagando lo que no valían a esos constructores que se largaron para siempre llevándose sus grúas y nuestro dinero, pero dejándonos la herencia de sus empleados en el que ya se conoce como el barrio árabe.
En enero me llamaron de la inmobiliaria que me alquila el apartamento de Barcelona para preguntarme si quería renovar el contrato aumentándome un treinta por ciento el precio. Les comenté que llevaba ocho años viviendo aquí, siempre había pagado puntualmente, no habían recibido quejas de los vecinos y no habían invertido ni un céntimo en el mantenimiento de mi hogar temporal. Pregunté si la cantidad era negociable y la respuesta fue agresiva: "Si no te interesa, mañana mismo tenemos a cincuenta personas haciendo cola para verlo". Sigo aquí, con las orejas agachadas.
El año pasado se construyeron más de ochocientas mil viviendas en territorio estatal, más que en Francia, Alemania y Gran Bretaña juntas. Pero no es novedad: llevamos una década con ese desenfreno de juntar ladrillos, como en un puzzle macabro, que sólo pretende encarecer la necesidad básica de poseer un techo bajo el que escribir blogs sin mojarte en los días de lluvia como hoy. Faltan habitantes para tantos habitáculos. Se entiende entonces que, según el Instituto Nacional de Estadística, existan más de tres millones de pisos vacíos para que dancen en ellos los fantasmas.
Con todo, los hombres repeinados insisten en talar bosques donde anidaban cigüeñas para seguir con su afición al Lego, en construir campos de golf rodeados de urbanizaciones en zonas desérticas con la esperanza de que sus aliados políticos consigan finalmente desviar el gran río hacia el sur, en cubrir con cemento la arena de las playas más recónditas. A pocos metros de mi apartamento de un solo ambiente, llevan más de un año alzando seiscientas viviendas en el terreno de una antigua fábrica y llenándome la vida de polvo. No es culpa suya enriquecerse de esta manera. Nosotros merecemos la condena por permitírselo, por seguir votando a esos políticos que están cambiando nuestro hábitat (también es el suyo, pero no lo parece) sólo para llenar sus arcas municipales o privadas.
Recuerdo que no hace mucho, para llegar a las pistas de tenis, mi padre y yo tomábamos un atajo por un camino que pasaba junto a una casa de campo. Sus propietarios tenían un rebaño de ocas guardianas que nos perseguían armando alboroto, y debíamos correr para que no nos acribillaran el trasero a picotazos. Ahora han levantado allí un edificio de estilo pirenaico, con techo de pizarra a los cuatro vientos, en pleno valle (perfectamente preparado para la nevada que llega puntual cada veinticinco años). Recuerdo que no hace mucho, sólo escuchabas hablar en catalán por la calle. Ahora somos multicurales (a la fuerza).
Se acercan elecciones municipales y sigo votando en la tierra de la niebla. Seguramente me decantaré por Mónica que se presenta como número dos de ERC y siempre me ha parecido una persona con ideas parecidas a las mías. Además, es una de las mejores amigas de la señora Hayden y tiene una hija preciosa a la que puso mi nombre (en femenino). Creo que son tres motivos para decantarme por ella. Lo voy rumiando en el balcón de Barcelona alguna noche de madrugada, mientras releo el cartel del piso que está en venta frente al mío desde hace meses (parece que la edad de piedra tiene los días contados). Detrás de los cristales, a veces sorprendo a dos fantasmas bailando un romántico vals. Saben que la vivienda que ocupan va a tardar en venderse porque, como cuenta José García Montalvo, catedrático de Economía Aplicada de la Universitat Pompeu Fabra, en una entrevista publicada el pasado domingo por El País: "La fiesta inmobiliaria se ha acabado".
Antes el campo comenzaba al final de la calle del molino; dabas tres zancadas y podías disfrutar del aroma de la tierra mojada. Pero desde que aparecieron aquellos hombres repeinados con brillantina, mostrando fajos de billetes por la ventanilla de sus Mercedes para tentar a los campesinos que podaban manzanos, el campo comienza mucho más allá. No les costó convencer a uno de los nuestros para transformar el terreno rústico en urbanizable. Trajeron a dos mil árabes y dos mil grúas a la tierra de la niebla para levantar barrios de casas adosadas, chalets, bloques de pisos de ladrillo rojo (calcados uno tras otro como engendros siameses)... Los inmigrantes compraron las viejas viviendas que habían habitado nuestros antepasados durante siglos, y sus habitantes de siempre se mudaron a los nuevos domicilios que todavía olían a cal, pagando lo que no valían a esos constructores que se largaron para siempre llevándose sus grúas y nuestro dinero, pero dejándonos la herencia de sus empleados en el que ya se conoce como el barrio árabe.
En enero me llamaron de la inmobiliaria que me alquila el apartamento de Barcelona para preguntarme si quería renovar el contrato aumentándome un treinta por ciento el precio. Les comenté que llevaba ocho años viviendo aquí, siempre había pagado puntualmente, no habían recibido quejas de los vecinos y no habían invertido ni un céntimo en el mantenimiento de mi hogar temporal. Pregunté si la cantidad era negociable y la respuesta fue agresiva: "Si no te interesa, mañana mismo tenemos a cincuenta personas haciendo cola para verlo". Sigo aquí, con las orejas agachadas.
El año pasado se construyeron más de ochocientas mil viviendas en territorio estatal, más que en Francia, Alemania y Gran Bretaña juntas. Pero no es novedad: llevamos una década con ese desenfreno de juntar ladrillos, como en un puzzle macabro, que sólo pretende encarecer la necesidad básica de poseer un techo bajo el que escribir blogs sin mojarte en los días de lluvia como hoy. Faltan habitantes para tantos habitáculos. Se entiende entonces que, según el Instituto Nacional de Estadística, existan más de tres millones de pisos vacíos para que dancen en ellos los fantasmas.
Con todo, los hombres repeinados insisten en talar bosques donde anidaban cigüeñas para seguir con su afición al Lego, en construir campos de golf rodeados de urbanizaciones en zonas desérticas con la esperanza de que sus aliados políticos consigan finalmente desviar el gran río hacia el sur, en cubrir con cemento la arena de las playas más recónditas. A pocos metros de mi apartamento de un solo ambiente, llevan más de un año alzando seiscientas viviendas en el terreno de una antigua fábrica y llenándome la vida de polvo. No es culpa suya enriquecerse de esta manera. Nosotros merecemos la condena por permitírselo, por seguir votando a esos políticos que están cambiando nuestro hábitat (también es el suyo, pero no lo parece) sólo para llenar sus arcas municipales o privadas.
Recuerdo que no hace mucho, para llegar a las pistas de tenis, mi padre y yo tomábamos un atajo por un camino que pasaba junto a una casa de campo. Sus propietarios tenían un rebaño de ocas guardianas que nos perseguían armando alboroto, y debíamos correr para que no nos acribillaran el trasero a picotazos. Ahora han levantado allí un edificio de estilo pirenaico, con techo de pizarra a los cuatro vientos, en pleno valle (perfectamente preparado para la nevada que llega puntual cada veinticinco años). Recuerdo que no hace mucho, sólo escuchabas hablar en catalán por la calle. Ahora somos multicurales (a la fuerza).
Se acercan elecciones municipales y sigo votando en la tierra de la niebla. Seguramente me decantaré por Mónica que se presenta como número dos de ERC y siempre me ha parecido una persona con ideas parecidas a las mías. Además, es una de las mejores amigas de la señora Hayden y tiene una hija preciosa a la que puso mi nombre (en femenino). Creo que son tres motivos para decantarme por ella. Lo voy rumiando en el balcón de Barcelona alguna noche de madrugada, mientras releo el cartel del piso que está en venta frente al mío desde hace meses (parece que la edad de piedra tiene los días contados). Detrás de los cristales, a veces sorprendo a dos fantasmas bailando un romántico vals. Saben que la vivienda que ocupan va a tardar en venderse porque, como cuenta José García Montalvo, catedrático de Economía Aplicada de la Universitat Pompeu Fabra, en una entrevista publicada el pasado domingo por El País: "La fiesta inmobiliaria se ha acabado".
I just ara em proposo vendre'm el pis i comprar-ne un altre... aisssss
Acabarán por llenarse, Paseante, porque somos egoístas y ya sólo sabemos vivir solos.
Yo votaré por correo en una ciudad que hace dos años que dejó de ser mi casa, y que ya nunca volverá a serlo, pero que al fin tiene un candidato que me gusta. ¡Jerónimo, tienes mi voto! :)
Paseante, les votamos porque nos enseñaron que cuando tienes un derecho, tienes el deber de ejercerlo. Y lo malo es que cualquiera que votes hará lo mismo. El dinero es el dinero, y al final es el que decide. Los distintos partidos solo ponen la cosmética o la anécdota trivial, publicitaria, pero mi confianza en que alguno de ellos fuese capaz de cambiar algo es práctimente nula. Que cuando alguien se dedica a la política pasa una serie de filtros previos que descartan a cualquiera que pudiese realmente marcar una diferencia. Llámame descreída.
Al final habrá que plantar los frutales en los balcones, o vivir de verduras criadas en cultivos hidropónicos, como en star treck.
Con permiso: (gemma, vés amb compte, que jo tinc el meu pis en venda fa 10 mesos i no hi manera de vendre'l. Ja li he baixat el preu dos cops! I mala sort, que ja he comprat, a un preu que ja no canviarà. Siusplau, no et fiquis en embolics sense lligar-ho bé, no sigui cas que et piquis els dits.
Con permiso: (Xurri, gràcies pel consell, recordo que m'ho vas explicar a casa la mar. Ho tinc present, no pateixis).
El campo está más lejos... menos solo... más desaparecido. Y este año aparece pletórico de colores después de meses de lluvia. Pero esos engominados del Mercedes llevan puestas las gafas cuando van al bosque y no lo ven verde, morado, teñido de amarillo y de amapolas rojas. Y nos dejan sus gafas, y vemos también el campo nosotros con parcelas de ladrillo rojo o, los más sofisticados, con tejados negros y paredes de piedra que quieren disimularse en el entorno. Y yo no quiero gafas... prefiero la luz del sol.
Davant de casa meva hi havia una casa gran amb un jardí preciós, amb una figuera, una perera, un gran pi...pertanyía a un senyor músic, que al migdía posava òpera, i què tenía una mala llet considerable! Nosaltres jugàvem al carrer, pilota amull, pilota avall, i si algú donava un fort xut i la pilota es penjava a la seva teulada ja no la tornàvem a veure. L'any passat els seus fills especuladors la van vendre i el día què la tombàven van surtir totes les pilotes dels nens del carrer! Ara hi han paletes treballant, i més avant hauré de saludar els nous veins quan surti a fumar a la terrassa.
No creo que los que negocian y construyen pisos les importe mucho las costumbres, la historia, la vida de las gentes, en fin, nada de la comunidad, la pela es la pela, así nos luce el pelo. En cuanto a los políticos, no les creo, lo siento, ...estoy seguro que habrá buenas personas, como en todos los sitios; confío todavía en la gente (quizás unas listas abiertas no sería mala idea), espero que Mónica sea una de ellas.
No voy a hablar de políticos , ni candidatos. Voy a hablarte de algo que desde niña tenía muy claro.Quería una casa , mi casa , quería mis piedras , mi mesa de madera , mi vajilla vieja , mis copas y mis pucheros , y una alacena donde guardar el vino y las galletas , estas últimas bién escondidas para que mis hijos no llegaran demasiado facilmente al saqueo. No sé si recordarás "El hombre tranquilo" pues bién , me identifico con esa Mary Kate de la película. Tuve la suerte de comprar una vivienda justo antes de que empezara toda esa locura. Siempre lo agradeceré. Me gustaría que todo esto pasara .Que todo el mundo tuviera derecho a una vivienda digna donde cobijar sus sueños.Quizás la solución la tengan los políticos pero yo ya no créo en ellos.
I per què no et quedes el que tens ara Gemma?
Hacen falta muchos egoístas para llenar todos esos pisos Ilse.
Em sap greu aquest problema amb el pis Xurri. Quina dèria teniu per canviar de vivenda!
Pero esas gafas no les impiden ver el cromatismo en los billetes Carmen.
Quina imatge més bonica aquesta de les pilotes recuperades Emily. Tens la capacitat de projectar les teves escenes amb paraules.
En la política municipal todavía es posible dar con políticos que no han pasados por filtros, Atikus. Esperemos que Mónica sea uno de esos casos.
El hombre tranquilo es una de mis películas preferidas Mary Kate. Ha envejecido un poco con su discurso machista, pero sigue siendo una gozada.
Paseante, vendre'm el pis per anar a un de més petit és la única manera que tinc d'acabar d'una vegada per totes amb els deutes pendents.
Serà també una manera de tornar a començar en un espai nou, només meu. Ara no tinc un pis, tinc una hipoteca i vull fer-la fora de la meva vida, tal i com he fet fora altres "hipoteques". ;)
A veure si tens sort Gemma. Si baixen els preus de venda, també baixaran els de compra (per lògica).