Primer paseo del año


Cuando vivía solo, el primer paseo del año era invariablemente al Turó Parc. Esperaba a que el señor Gris se durmiera, con su guirnalda naranja colgada del cuello, y corría al parque cerrado en Nochevieja. Caminaba alrededor de las vallas del recinto y acariciaba cada hoja de planta que asomaba a la acera exigiendo un buen año para cada uno de los seres vivos que se habían ocupado últimamente de mí. Una hoja, un alma. Un alma, una hoja.  Era una tradición casi tan tonta como todo lo que hago. Pero, ¿y si les daba suerte?

Este 2016, la mujer de los mares del sur me dijo que me dejara de tonterías y me propuso un primer paseo del año alternativo, sin desvelarme el destino. Me pidió que me pusiera la chaqueta nueva y que cogiera la bufanda gris porque me he hecho mayor y no está dispuesta a aguantar a un tipo tosiendo todo el día en casa.

Seguimos la avenida Diagonal en dirección al sur. Era domingo, pero muchas tiendas estaban abiertas y nos cruzamos con compradores compulsivos que serían felices viviendo eternamente en Navidades. Luego nos desviamos por las calles estrechas de Sant Gervasi, donde ya no compraba nadie. Las recordaba de cuando deambulaba por ellas buscando historias por escribir: Avenir, Marià Cubí, Laforja… Era curioso que ella me guiara por el que había sido mi hábitat no hacía tanto tiempo.

Pasamos de largo el mercado Galvany y subimos por la calle Santaló, hasta que la mujer de los mares del sur me hizo detener frente a una librería nueva que parecía antigua: Casa Usher Llibreters. Me pareció un lugar muy extraño para vender libros. Por allí apenas transitan los nativos del barrio.

-Son unos amigos de una amiga –me dijo ella, como única explicación.

Tras los cristales, vimos a tres dependientes jóvenes (que seguramente eran los dueños) sentados tras una mesa. Y a ningún cliente. Nunca me ha gustado entrar en un establecimiento en el que todas las miradas se posan sobre ti, a falta de otro objetivo. Pero la mujer de los mares del sur ya había abierto la puerta y tiraba de mi bufanda para que la siguiera.

Por suerte, esa librería era una antigua vivienda familiar y las secciones literarias ocupaban distintas habitaciones que quedaban ocultas a ojos de los responsables del negocio. La mujer de los mares del sur sacó sus gafas del bolso y comenzó a ojear lomos de volúmenes, con paciencia, como si tuviéramos todo el 2016 para estar allí. Yo apenas leo nada más que prensa deportiva cada día. Así que cogí unos cuentos de Truman Capote al azar y, simulando interés por el texto, comencé a pasar hojas exigiendo un buen año para cada uno de los seres vivos que se han ocupado últimamente de mí. Una hoja, un alma. Un alma, una hoja. Es una tradición casi tan tonta como todo lo que hago. Pero, ¿y si les doy suerte?

Dejé el tomo en su lugar y, como ella seguía buscando libros con parsimonia, decidí recorrer el largo pasillo que cruzaba la librería. Al final, había un patio exterior que apenas intuía tras el cristal de la puerta. Un cartel indicaba que podías tomarte un café por un euro veinte o una copa de vino por dos euros allí.

Agucé un poco la vista hacia esa penumbra del patio y pude intuir en ella la figura de un inventor que estaba sentado en un banco del jardín, la de un detective fumando sobre un piano de cola, la de un pelícano extraviado en una isla, la de una niña con un perro salchicha, la de una bailarina junto a un trapecista, la de una recolectora de hierbas medicinales, la de un dinosaurio asomándose a una ventana…

Parecían personajes esperando su turno para entrar en la librería y vivir en los estantes.

Entonces la mujer de los mares del sur tiró de nuevo de mi bufanda. Llevaba tres álbumes ilustrados en las manos y me pregunto qué miraba allí afuera, en la noche. Le respondí que nada.

Pagó su compra. Los tres libreros jóvenes eran amables y estaban predestinados a llevar una vida intensa, pero asumible.

En la calle, todavía no era muy tarde y el Turó Parc no estaba a más de tres calles de distancia. Así que tiré de la bufanda de la mujer de los mares del sur, no sin que ella protestara, mientras le hablaba de la posibilidad de escribir una historia con un inventor y un investigador, otra con un pelícano torpe, una tercera con una niña y su perro salchicha… Me escuchaba, atenta, con sus libros bajo el brazo.

Era el primer paseo del año y en casa nos esperaba un teckel con una guirnalda naranja en el cuello. Seguramente, estaba dormido.

PD: Ara fa tot just deu anys que vaig obrir aquest blog. És temps…

PD2: Gràcies per la música, Emily.