Autocares



Camino por la avenida Diagonal apresurado, con mi impuntualidad mediterránea. Llevo una ilustración enmarcada bajo el brazo que debo entregar antes de las cinco de la tarde. Es frágil, como la persona a la que va destinada, y debo evitar que alguien la golpee, sin querer, en aquella marabunta que transita por la acera a mi lado o en dirección contraria. Es mayo y parecemos hormigas aceleradas en busca del buen tiempo.

Hay una estación de autocares pequeña y melancólica en la calle Numancia. Parece anticuada para esos vehículos tan modernos que se detienen frente a ella para recoger pasajeros y llevarlos a recorrer largas distancias. A su lado, queda un solar repleto de hierbajos todo lo salvajes que pueden ser en la gran metrópoli que lo engulle todo. Me gusta ese lugar decadente donde se despiden o se reencuentran personas anónimas.

En un banco metálico hay tres adolescentes tecleando en los móviles. Son de otra generación con la que no comparto nada. Un poco más allá, ella me levanta, amigable, la mano. Ya hace rato que me espera con su puntualidad atlántica. Nos reconocemos al instante, aunque es la primera vez que nos vemos.

Es más menuda de lo que imaginaba, pero también más guapa y joven. Transmite energía, mientras me sonríe y me cuenta su viaje en avión desde la otra orilla del océano. Pero mira de reojo la puerta de su autocar que está a punto de partir y que la devolverá a su ciudad del sur de la que emigró hace muchos años. Sé que tiene prisa y no la entretengo más, aunque me gustaría hablar con ella un ratito más. Le entrego el cuadro frágil para que se lo lleve a una mujer frágil.

Espero a que el autocar cierre las puertas, ponga el intermitente y arranque frente a esa estación de autobuses pequeña y melancólica en la calle Numancia. La veo avanzar por el pasillo, poniendo cuidado con el paquete que le acabo de entregar. Busca un sitio libre para sentarse y volver a casa.

Me gusta esa mujer con la que comparto un pasado común en el que las fotografías eran en blanco y negro, en que todo era menos material y más pausado, en que las familias eran grandes y cercanas, en que la tecnología era el teléfono fijo y un televisor con antenas. Y podíamos jugar en calles sin asfaltar o ir a ver películas de Tarzán al cine. Los dos somos de pueblo. Los dos somos emigrantes. Aunque acabo de conocerla, me parece muy cercana.

Regreso a casa cuando su autocar se pierde entre el tráfico de la calle Numancia. En un banco metálico hay tres adolescentes tecleando en los móviles. Son de otra generación con la que no comparto nada.

Camino por la avenida Diagonal tranquilo, con mi impuntualidad mediterránea. La ilustración enmarcada que llevaba bajo el brazo va de camino al sur y no debo vigilar que alguien la golpee, sin querer, en aquella marabunta que transita por la acera a mi lado o en dirección contraria. Es mayo y parecemos hormigas aceleradas en busca del buen tiempo.

PD: La ilustración llegó a tiempo a su destinataria frágil. La mujer atlántica se marchó, pero regresó de Canadá en septiembre, cuando las hormigas ya buscaban cobijo para prepararse para el mal tiempo. Un mediodía, vino a comer a casa. Con la mujer de los mares del sur recordamos viejos tiempos que eran los nuestros, entre arroces y copas de vino.  Manteníamos el perro ventilador a distancia, porque no se lleva bien con esa persona viajera. Tiene tendencia a morderle los zapatos. A través del ventanal, parecíamos una película en blanco y negro. Y la ilustración enmarcada ya formaba parte de los recuerdos de la mujer frágil, que era de nuestra misma generación antigua.

4 comentarios:

    Aquesta il·lustració de la que parles ara vetlla el son del fill petit de la dona fràgil. Com si fos un atrapasomnis.
    Aquesta dona fràgil em va despertar a la vida. Crec que no t'he contat mai que ella va ser qui em va pagar els estudis. Crec que tinc massa post per escriure...
    La dona atlàntica dóna vida :)

     


    Va, escriviu-los, que els estem esperant.

    No sé perquè passa tan sovint que quan coneixes una persona a qui no havies vist al natural, la primera vegada la veus més petita del que imaginaves.Potser les expectatives fan créixer la mida i la realitat t'ensenya que aquesta, tampoc importa.
    La dona atlàntica,que que conec només de llegir-la en comentaris,em fa la sensació que té la grandesa de les persones familiars i entranyables.

     

    Uno se hace una idea de una persona y al conocerla siempre le parece que es distinta de lo imaginada.
    La comida completó el encuentro y la satisfacción de conocerse mejor y disfrutar de la compañía con una buena comida.
    Un abrazo

     

    Emily, encara que no formi part dels meus records físics, la dona fràgil sempre anirà amb mi perquè me l'has fet estimar. I la dona atlàntica dona pausa. M'agrada la seva forma d'entendre la vida.

    País Secret, ella és menudeta, però molt guapa, moderna, vital... Crec que totes dues juntes ens podríeu fotre un cap com un bombo explicant-nos mil històries viscudes o per viure :-)

    Mari-Pi-R, ese día teníamos una buena cocinera. Yo disfruté mucho de tu compañía. Y ni el perro ventilador ni yo te mordimos los zapatos :-) Un abrazo.