Gràcies



Hace una semana acompañé a una buena amiga a hacer shopping por el centro de la ciudad muy a mi pesar, porque no me gusta ir de compras. Por eso me quedaba fumando en la calle, mientras ella tardaba sólo un par de horas en salir cargada con bolsas de cada establecimiento. Entretanto, me entretenía en verla aparecer y desaparecer por los pasillos de las boutiques tras el escaparate.

La última parada fue en una tienda de ropa japonesa en ese laberinto de calles alrededor de la Catedral de Barcelona. Ella entró y yo me quedé a mirar cómo transitaban los turistas por la calzada, escuchando sus palabras en italiano, francés o escandinavo. Al otro lado de la calle había una tiendecita de bisutería de paredes blancas, con el chihuahua de la dueña que entraba y salía sin pedir permiso. Descarado. Le chasqueaba los dedos para que elevara sus orejas ya erguidas y me ladrara. Era un juego.

Me giré para ver si mi amiga acababa de decidirse por una tela japonesa de una vez. Hablaba con el dueño: un inglés de dos metros de altura (ella es de estatura mediterránea). Los dos se reían con ganas (ella con el mentón elevado y él con la mandíbula bajada, para aproximar su alegría tras alguna frase ocurrente por parte de cualquiera de los dos). Nunca había visto a esa mujer tan guapa como en ese momento, tras el humo de mi cigarrillo, tras el cristal del negocio.

Le conté en la calle que estaba espléndida esa tarde, mejor que el resto de tardes de su vida en que la había visto. Pero eso no me evitó cargar con sus bolsas tras el shopping.

Eso sucedió hace una semana. Treinta años atrás no tenía a nadie a quien ayudar a arrastrar ni la mochila de la clase de gimnasia. Fui un adolescente solitario que esperaba como un regalo una invitación para ir al cine, o a jugar al futbolín en el bar de la señora Rosa o a ir a disparar con las carabinas de aire comprimido a la sierra de la tierra de la niebla con Quim o con Enric. Sé que era el empollón, el gafitas, el tímido, pero sólo quería formar parte de la tribu. Luego tuve un año bueno. Fui el primero en sacarme el carnet de conducir y me llovieron ofertas para ir con amigos a la discoteca. Claro que, una vez dentro, desaparecían. Y debía esperar para recogerlos a la salida, con restos de pasión en la piel de sus cuellos.

Ellos fueron desapareciendo a medida que aprobaban en la autoescuela. Así que me pasé toda la juventud saliendo de fiesta en solitario (ir de festa en solitario cuando tienes dieciocho o diecinueve años te marca, os lo aseguro). Renegué de mi autoestima haciéndome el encontradizo en los bares, intentando ser simpático. El primer minuto con los amigos era de complicidad, hasta que me largaban eso de: "Perdona, pero me esperan".

Ahora hay una excelente serie (para mi gusto) en el canal 3XL: The inbetweeners, los jueves a las diez de la noche. Me siento reflejado en ella. Al menos ese grupito de jóvenes perdedores se tienen entre ellos. Yo no tuve ni eso. Mi adolescencia forjó mi carácter solitario. Desde entonces, decidí pasar de puntillas por la vida, hacerme invisible, ser discreto. No esperar nada de nadie, ni tampoco ofrecer nada a nadie.

Y ahora me encuentro con todos vosotros que os asociáis para darme un homenaje, que me cuidáis cada día, que me tratáis como si fuera vuestro amigo. La gran pregunta es: "¿Qué hago con vosotros, si no tengo experiencia en esto de la amistad?". Me habéis llegado a destiempo. Sigo siendo el empollón, el gafitas, el tímido. Y, desde hace años, el solitario convencido, aunque pueda parecer que me hago el interesante, que quiera llamar vuestra atención, que no quiera acudir a la cita para hacer un papel de personaje misterioso. Es todo lo contrario. Es que soy incapaz, y ya no voy a cambiar en esta vida. Quizá en la próxima.

Gracias a la Rateta Miquey, a Amber, al Veí de dalt, a Filadora, a Joana, a Be Wild, a Commuter, a Violette. A toda la gente que habéis participado en esta pequeña fiesta de los óscars como ganadores, como candidatos, como espectadores. Me habéis dado lo que no tuve treinta años atrás: pertenecer a un grupo.

¿Por qué no mantenéis el equipo el próximo año y dais vosotros los premios? Sería chulo. No comporta tanto trabajo. Si yo, que soy justito, lo he podido hacer en solitario, ¿qué no haréis vosotros?

PD: Me he enterado que ha sido idea de la Rateta Miquey ponerme de caganer en la foto de los óscars. Sé en qué barrio vives. Mañana comenzaré a mostrar tu foto en los comercios. Daré con tu vivienda y entonces...



O eso, o te mato a besos (con permiso de Tohu). Lo consultaré con la almohada o con el abogado :-)

PD2: A partir de ahora inhabilito los comentarios. Me he convertido en un pavo real macho con vuestras continuas palabras elogiosas. Tampoco se trata de eso. Sólo quiero contar pequeñas historias. Y ya está. Me quedo en Blogville. En plan discreto. De puntillas. Siendo más invisible. Lo prefiero, antes que cerrar. Me retiro un poco y dejo el protagonismo para otros. Pero seguiré colgando tonterías. Gràcies per tot.