Poco dinero en el bolsillo (I)

Tenía en el ordenador un cuento de Nochevieja, escrito hace tiempo y en catalán. Hoy lo he traducido y acortado. Lo pondré en cuatro o cinco posts.

Poco dinero en el bolsillo

Con una mano estiró un par de billetes de veinte euros, que guardaba ahorrados del paro entre las páginas de un libro de Jim Thompson, mientras con la otra hacía saltar unas monedas en el interior del bolsillo de su pantalón, intentando calcular el valor con el tacto.

Se puso el abrigo y le comunicó a su esposa, que miraba la televisión: "Esta Nochevieja tendremos una buena cena. Te lo prometo". Le dio un beso rápido, agachándose hasta alcanzar su mejilla.

Mireia desconectó por un instante la atención del concurso para preguntarle, con una acidez de la que horas más tarde se arrepentiría:

-¿Y cómo vas a hacerlo, Supermán?
-Fácil, yo la robo, y tú la cocinas.

Robin sacó su risa de niño grande, mirando al suelo, antes de cerrar la puerta a sus espaldas

Aquellas carcajadas tan suyas y tan absurdas, que le entraban cuando quería comerse el mundo, era lo único que no había cambiado en él desde que perdió el trabajo hacía diez meses. Los ojos cansados de Mireia se posaron en la puerta cerrada. Hubo un tiempo en que, si Robin le hubiese dicho espérame aquí que te traigo la luna, ella se habría quedado aguardando, junto al umbral, segura de que no regresaría sin una luna preciosa y brillante entre sus manos. Pero, aquella noche, giró el cuello y abandonó la penosa nostalgia, retomando el hilo del concurso en la tele.

Robin miró al cielo, contra el que se recortaban las siluetas oscuras de los edificios. Las última luces de la tarde le enrojecieron el rostro. Antes, los atardeceres eran de color magenta, dorados, tornasolados... Pasados los años, sólo los veía rojos. A secas.

Era un tipo alto, y lo parecía más porque tenía las espaldas estrechas y estaba excesivamente delgado. La testa era un poco infantil, con los cabellos desordenados, los labios gruesos y unos ojos siempre sonrientes rodeados de fisuras. No había muchas más arrugas en aquella piel limpia y ligeramente oscura, a pesar del genotipo de su padre galés.

Pensó que había nevado en las montañas. Notaba el frío seco de la nieve en las mejillas. Subió la cremellera de su abrigo hasta alcanzar la barbilla, y sintió no disponer de un par de guantes, como los que llevaba la gente de la calle arrastrando grandes bolsas de plástico repletas del espíritu de las fiestas.

Él también quería poseer una de aquellas bolsas, aunque no fuera tan voluminosa, para Mireia y la pequeña María. Por eso aceleró el paso hacia el supermercado cercano a la empresa donde él trabajaba. Caminó frente a su fachada, sin contemplarla. No dirigía su mirada a ella desde el pasado verano, cuando fue consciente de que ese edificio no volvería a formar parte de su vida

Con todo, andaba alegre. Le ayudaba la musica navideña que vomitaban los altavoces municipales. También la idea de inaugurar un nuevo año. El año en que (quién sabe) tendría suerte y regresaría la normalidad a su vida. De repente le entraron ganas de encontrarse con un conocido por la calle y desearle un buen año, levantando la mano y la voz, sin detener los pasos. Y tuvo ganas de recibir un deseo similar.

El supermercado estaba decorado con motivos navideños baratos. Tras los cristales, observó las cintas plateadas que saltaban en cascada entre las entanterías. La mente de Robin trabajó antes de entrar en el establecimiento. Su boca emitía vapor, que se elevaba hasta alcanzar la nariz roja. Tenía frío y poco dinero para comprar alguna cosa especial. Obviamente, no podía adquirir marisco y cava, pero sí pollo y vino. En definitiva, sólo era una de las trescientas sesenta y cinco cenas que celebraban en el transcurso de un año. Regresó el optimismo a su cara -aquel optimiso suyo, tan enfermizo-, y entró en la superficie comercial con largas zancadas.

5 comentarios:

    I ara toca esperar el segon episodi, aiss.
    Es xulo. No farem pronòstics, però em veig plorant segons com pugui ser el final.
    Per cert, demà vaig a veure la "yaya Maria" amb els nens

     

    Coi, quina sort. Jo no podré, i mira que em venia molt de gust. Tinc els pares a BCN i toca anar de compres pel centre. Però m'hagués agradat molt veure la yaya María. Dona-li records. No ploris pel conte dona, que acaba bé. Un petonet.

     

    ...SEgur que acaba be??

     

    Crec que sí, MK.

     

    A veure què comprarà...