La tierra de la niebla


Este fin de semana, en la tierra de la niebla, el hombre del saco me enseñó a cortar espinacas en lo alto de una sierra a sus ochenta años, con el sol de noviembre en plenos rostros y el tenista aguantando las bolsas del Caprabo para depositar la verdura. Hace meses, ese campesino labró una esquina de sus olivares, lanzó unas semillas, llovió, brotaron los vegetales, y gracias a eso podremos ser Popeye todo el invierno.

En la granja de los caballos, mi madre seguía tierna conmigo -después de la tormenta de hace semanas. Me pidió que le ayudara a llevar unas cajas de almendras a la despensa del tercer piso. Puso su mano en una de las asas, para hacer el traslado a medias, y le dije que se apartara, que para eso estaba el forzudo de la familia. Al llegar al segundo piso estaba arrepentido de mi ataque de potencia física. Y más cuando pensaba que sólo se trataba de una caja. Faltaban tres más. Entretanto, el tenista escuchaba en la terraza una grabación magnetofónica que le hice a mi abuela a finales de los ochenta, y que hasta ahora no me había atrevido a entregarle. Después de diez años de su muerte, oía la voz de su madre de nuevo. Y sonreía.

Luego paseé en solitario por los márgenes del canal de riego. Los campos de cereales estaban segados y las tórtolas saltaban entre los tallos detectando restos de grano. Me giraba de vez en cuando buscando la sombra del señor Gris, para que no perdiera mis pasos. El pequeño Hayden todavía no entiende que el perro está en el cielo. Dice que se quiere morir para jugar con él. Le expliqué que no hace falta morirse, que le vi hace unos días sobre una nube, cerca de su parque infantil en el paseo. El animal estaba dormido. Le silbé, le llamé, pero el señor Gris se dio la vuelta y siguió soñando, porque estaba tranquilo allí, entre algodones.

-De veritat tio? De veritat?

Pasé frente a la clínica del hombre que cuida animales. Quise entrar para darle las gracias otra vez por lo sensible que fue con el señor Gris -en su final-, pero tenía multitud de clientes. Le miré a través del escaparate. Sigue con su mirada de buen tipo de cuando compartíamos vivienda en la etapa universitaria. Pero ha desaparecido su mata de pelo. También la del biólogo, que dormía en la habitación del fondo en ese piso sobre el río. Nos hacemos viejos. Me gustaría tener un reencuentro con ellos, cruzando el puente de Ripollet, en busca de fiesta. No como la de aquellos tiempos; algo más ligero. Cenar, recordar, sentir, mirarnos, sonreírnos. Que una chica nos invitara a cantar a coro.

PD: Si puede ser la chica de los ricitos, que se parece tanto a Dawn Landes -aunque con el cabello ensortijado- mejor. Es la mejor viola de la ciudad.

5 comentarios:

    Fas venir ganes de passar un temps a la terra de la boira i, sobretot, a la granja dels cavalls.
    De vegades és en aquests indrets familiars i recollits on creiem que es pot ser feliç del tot.

     

    mmm, la verdad es que a esta hora me quedo con lo de las espinacas...a la crema..o una quiche.
    O con pasas y piñones y mucho queso parmesano gratinado por encima.
    Y con las almendras haceis almendras garrapiñadas ,y turrones de guirlache, Paseante?

     

    pero bueno, creéis que es normal hablar de esas maravillosas comidas a estas horas?? que me muero de hambre!!
    :)

     

    Què bonic és poder veure la terra de la boira amb els teus ulls, aissss

     

    Violette, sempre t'imagino en una "ferme" francesa, amb una cuina molt gran.

    Fem ametlles garapinyades MK, però no m'agraden. I no conec els torrons aquets. M'has de donar més informació.

    El dia que comenci a parlar de cuina, patiràs M.

    Aisss Khalina, com m'agradaria que la veiessis amb els teus ulls. De veritat.