Gigantes


Siempre tengo el temor de acabar como ese chico vagabundo, de edad indescifrable, que ha montado su despensa en la salita para fumadores del drugstore David. Allí esconde sus bebidas en la bandeja de salida de la máquina de refrescos, para sorberlas frías. Guarda su comida tras un panel publicitario en la pared, que ha agujereado por una esquina, como una ratita. Desconozco si tiene estudios y no ha encontrado las oportunidades para introducirse en nuestro sistema vital. No sé si acaba de salir de la cárcel, o si es adicto a los hongos alucinógenos. Parece sano, con su gorrita de béisbol, su plato y sus cubiertos de plástico con los que cena, con el periódico ADN desplegado en la mesa mientras destapa el frasco de lentejas y las mezcla con tomate fresco. En su condición desarraigada, parece un gigante. Un ser digno. Me gusta mirarle un instante, sentado en su taburete, de espaldas a los paseantes, cuando entro en el hipermercado Mercadona.

Este domingo homenajearon a Roberto Dueñas en el Palau Blaugrana. Su rostro es poco simétrico, algo deforme. Pero tiene esa mirada que parece buscar siempre a una niña que se ahoga en un pantano, para salvarla, al contrario de Frankenstein. Unos ojos bondadosos. Tomó el micrófono con su traje estrecho y la voz emocionada para agradecer en un perfecto catalán -es madrileño- que le hubieran dejado triunfar en ese recinto. Mide 2,21 metros, pero no es un gigante por eso. Lo es por su humildad.

Hace pocas semanas Pasqual Maragall admitió que tenía un principio de Alzheimer, con esa misma mueca socarrona en los labios con que anunció los Juegos Olímpicos para Barcelona en 1987, o con que sonrió a mi madre cuando la saludó en un encuentro casual. Ella siempre ha recordado ese momento con cariño. A él le va costar acordarse de eso, incluso de instantes más íntimos. Me gusta Maragall desde siempre, porque sus biógrafos cuentan que es tímido, como yo (en una ocasión, su servicio de seguridad puso una mano en mi objetivo fotográfico cuando pretendía retratarle para un periódico mientras tomaba una copa -no conocía entonces los falsos rumores acerca de su alcoholismo, ni intuía que poco después encontrarían a uno de sus hermanos muerto en una plaza por sobredosis de drogas). Hace veinte años que me parece un gigante. Más con esa confesión íntima. Et desitjo molta sort.

Hay gigantes anónimos, como Peret. No es el cantante. Es un campesino de la tierra de la niebla, con una hija disminuida psíquica y al que el ayuntamiento le expropió la casa y los campos de frutales para agrandar una cárcel. Le otorgaron a cambio, en una ceremonia macabra, un piso oscuro sobre el Caprabo, con rejas en las ventanas. Aún así, sigue arqueando los labios para dibujar una sonrisa bajo su bigotillo plateado mientras hace desaparecer una paloma ante la mirada desorbitada de los niños, ejerciendo de mago. Y su eterna niña María aplaude como el primer día. Es un gigante.

Thaís me llamó por teléfono esta semana pasada. Escuchaba su voz dulce por primera vez. Ahorró dinero para llamarme llorando porque había perdido su trabajo que le permitiría regresar a Barcelona algún día, para ver a su chico catalán y a mí. Pero no se va a hundir. Seguirá dando clases de castellano gratis a los niños de Bauru, estudiando biología, intentando ingresar como azafata en una compañía aérea. Lloraba porque es gigante, y no le duele haber perdido esa batalla. Va a seguir luchando entre zafarranchos imprevistos.

Finalmente, me senté a comer una tortilla con patatas, este fin de semana, ante la mujer elegante. La escuchaba hablar y, a medida que fluían sus historias, yo me hacía más pequeño a su sombra. Me contó su vida complicada. Sigue luchando, como siempre ha hecho, mientras banalizaba la charla describiéndome los reflejos del mar en la piscina sobre el auditorio del edificio donde trabaja. Sólo los gigantes de verdad disfrutan de esas vistas cenitales.

Los grandes podrían vernos como si fuéramos hormigas, y aplastarnos. No lo hacen. Lo son por eso, por detener su pie enorme, y agacharse para hablarnos. Para intentar contagiarnos su fuerza. Pasa lo contrario con los enanos, pero de esos no hablaré porque son prescindibles.

PD: Este domingo, Rufus Waingright actuó en la ciudad. No pude acudir con Ilse por mil motivos. El día en que coincidamos en un concierto me va a entrar tortícolis, mirando a esa gran mujer en las alturas.

16 comentarios:

    Roberto Dueñas és el meu gegant favorit, i també Maragall. Humphrey Bogart va dir un cop que no se'n refiava de qui no fumés ni begués...

     

    Entrañable página Paseante. Con tu permiso te he copiado un poco , hablando de esa gente que nos cruzamos a diario y cuyas vidas desconocemos, pero que a veces imaginamos.Me dejas?

     

    M'encantes, Paseante... m'encanta llegir-te.

     

    Emily, recordo aquesta frase del Hombre Bogar (com li deien els nostres pares -al menys els meus). Jo tampoc me'n refiaria massa.

    MK, no me pidas permiso para eso. Me ha encantado tu post. Siempre escribes con naturalidad, con ternura, describiendo lo que te interesa de tu paso por la vida.

    Gràcies Violette, a mi m'agrada el que escrius tu. En parlava fa poquet amb una persona que sempre ens agrada més el que fan els altres: escrivint, cuinant... T'ho agraeixo molt.

     

    A mi també m'encantes, paseante! Quanta sensibilitat... com aquell que res.

    Una barcelonina

     

    Les teves paraules flueixen com aquell que passeja i va tirar les engrunes als ocells... Simples i clares, netes i GRANS!
    T'admiro !

     

    La meva filla també és gegant. Avui hem sabut que el proper dia 21 li donen l'alta a la centre de dia on segueix tractament pel transtorn de conducta alimentària que ha superat.

    Ja ho veus, paseante, estem envoltats de gegants i gegantes!

     

    Gràcies pels comentaris. Em fan molta il.lusió, de veritat.

    Gràcies Joana. També a la barcelonina anònima.

    Dona elegant (sempre poso mots a la gent per garantir la intimitat, i després se'm fa estrany dir-te així) me n'alegro moltíssim. :-) Un tema menys pel que lluitar (encara que calgui vigilar). Penso que tot t'anirà millor.

     

    Vivim rodejats de gegants anònims, sort d'això. A mi també m'encantes paseante, ja ho saps.

     

    Tu també ets un gegant que ens fa entendrir-nos amb els teus escrits

     

    Paseante, et vull enviar el conte però al posar l'adreça em diu que no la reconeix! la podries escriure aqui a un comentari? a veure!

     

    Saps? M'has estès la mà i et vull donar les gràcies. Aquí i ara.

     

    Alatrencada, és recíproc, ja ho saps.

    No sóc un gegant Khalina, més aviat un capgròs. Però gràcies.

    Emily, és turo_parc@yahoo.es. Si no et funciona ja te'n donaré una altra. Tincs ganes de llegir el teu relat.

    Crec que ens l'hem estès, Gemma. Gràcies a tu.

     

    Paseante, me duele tanto que no vieras a Rufus Wainwright... ha sido uno de los mejores conciertos de mi vida. Siento que no pudiéramos compartirlo. :(

     

    Son tus ojosss Joan!! no soy tan gigante asi xD

    Un beso

     

    Al menos me escapé de brincar como una cabra, Ilse. Otra vez será. :-)

    Mis ojos no tienen nada que ver con el hecho de que el espíritu de una persona tenga muchos metros de altura Thaïs.