Peter

Un perro mastín llamado Hook murió hace poco en Madrid. Una mujer habló por teléfono con su sobrina de diecinueve años para intentar animarla, mientras acariciaba a su gata Salsa con el deseo de que esté para siempre con ella en su piso soleado. Tiene miedo a que desaparezca de repente.

Desconoce que ningún animal se marcha del todo mientras lo revivas en los recuerdos. Mi primera mascota, cuando era niño, fue un escarabajo negro enjaulado en una caja de galletas Cuétara. Le ofrecí esa vivienda de alquiler gratuito a cambio de que asomara sus antenas de vez en cuando. En una esquina, tenía un escondite armado con piedras de río para sus momentos de timidez. Un tapón de Pepsicola con agua era su abrevadero, y en una caja de cerillas abierta le dejaba cada día un trozo de manzana o la esquina de un terrón de azúcar. Mi madre no me permitía entrar ese hábitat de juguete en casa, y lo dejaba aparcado a la sombra de unos geranios en la galería. Un día llovió con fuerza, el cartón cedió y el insecto sin nombre escapó sin decirme adiós con ninguna de sus patitas.

Después llegó Peter, el ser indocumentado que más extraño en la vida. Era una paloma blanca que me regaló un anciano en una ciudad amurallada de las tierras del sur. Vivió muchos años, y acompañaba con su vuelo a mi padre en el camino a su trabajo, o perseguía a mi madre por el pasillo pisando los trazos pictóricos de la fregona, y no se acostaba -mirándome desde lo alto de la caldera de leña- hasta que yo dejaba de estudiar matemáticas a medianoche en la vieja cocina de la granja de los caballos y apagaba la luz. Vivía dentro de la casa y tenía vocación de perro fiel. Era tan especial que, cuando lo dejábamos olvidado en el patio, dormía en una caja de madera con un gato forastero al que llamábamos Tutticolori, sin que le devorara. Fue mi mejor amigo de infancia, y cada seis de octubre siento especialmente su ausencia.

Murió en 1982. Recuerdo mi armilla roja y la camisa blanca de esa noche triste, y que no podía detener el llanto sentado en la escalera con la paloma entre mis manos, buscando un bálsamo en las palabras ajenas. Claro que entonces la mujer madrileña apenas era una niña para llamarme por teléfono y consolarme (con Salsita arañando sus manos de escritora), y sólo estaba el tenista que no sabía qué decirme. Simplemente, me acompañaba con sus lágrimas.

Después hubo gatos como Facundo o Rita, un conejo enorme, un pato que nadaba alegre en el lavadero de la granja de los caballos, una gallina llegada de los tejados, dos faisanes, codornices y perdices -obsequio de un tío cazador- a los que prorrogué la vida, pájaros tropicales de colores regalados por Astrid en aquella jaula que construí con madera debajo de la escalera al desván... ¡Cuánta paciencia tuvieron mis padres en esa época viviendo en un zoo! Ahora está el señor Gris. Se hace mayor y quiere vivir, aunque vuelve a cojear. Este domingo caminábamos lentos por las calles del barrio y una adolescente se acercó para preguntarme si le había cortado el pelo. "¡Qué guapo está!". Le acarició la cabeza con fuerza y el muy tonto sacó un palmo de lengua. Contento, feliz. Así me miró, y así le voy a recordar.

6 comentarios:

    Vaja, devíes semblar Gerald Durrell. El 24 de març és un dia que recordaré sempre, ja ho contaré.

     

    Ais, tu tenint per mascota un escarabat, i jo llegint a la premsa gratuïta que Badalona es prepara per a una plaga d'escarabats "hocicones" (no sé com traduïr-ho al català)

     

    ¡Qué grande es Durrell! Yo le leía de pequeña en los libros de Alfaguara, y justo hace un mes acabé _Mi familia y otros animales_, y fue una verdadera gozada ver el amor que Durrell sentía por los animales, muchas veces más fuerte que el que sentía por su familia, aunque haga un retrato tan bonito de todos ellos, incluyendo Lawrence. Paseante, gracias por este post tan bonito. Salsa te lo agradecería si supiera leer, pese a que no es una gata tendente a la amabilidad. Pero bueno, igual tendrías el honor de recibir uno de sus arañazos o cargar con las toneladas de pelo que cada día quito de mi ropa con un tubo adhesivo. La he subido a la mesa y le he explicado que esas letras hablan de ella. Me ha mirado, ha pisado el teclado y casi con desdén ha saltado corriendo para ir a la cocina, desde donde miraba con ojos golosos su plato de la comida.

     

    Katrin nunca tuvo mascotas.
    Ni siquiera gusanos de seda.
    En su casa no querían.

     

    L'altre dia, una noia que he conegut fa poc va endevinar que jo vivia amb una gata... Comentava que ella podia captar l'energia dels animals en les persones que conviuen amb ells. Fa quinze anys que visc amb aquesta gata i m'ha acompanyat en totes les meves mudances. És una gata poruga que no surt mai de casa, mai... Com a molt, fa una incursió al replà, ensuma una mica l'escala, deixa que el fred li refresqui els bigotis i torna cap a dins satisfeta de la seva expedició. Senzillament, l'adoro.

     

    Tots tenim les nostres dates Emily, ja ho veig.

    Posa una miqueta de menjar fora de la nevera i ja veuràs aquests hocicones com t'okupen el pis. Esperem que no passi.

    Esa gata tuya Ilse merece que la visite y le diga que debe portarse bien o se va a quedar con su plato vacío de comida hasta nueva orden. :-)

    Creo que todos los padres prefieren que las hijas/os traigan novios a casa antes que mascotas Katrin.

    Que pugui viure una mica més aquesta gata amb tu Violette. És maco el comment.