Momento (3)

Últimamente tomo el tren de la costa, en mi regreso de la granja de los caballos a la metrópoli, porque reparan la línea del norte y el trayecto se eterniza. Este domingo tampoco quedaban asientos libres en el convoy (aunque subo en la tercera estación de su recorrido). Mal afeitado -como siempre en el día del Señor- y con expresión huraña, acomodé mi equipaje en el suelo como pude, extraje de un bolsillo lateral Middlesex y leí apoyando mi espalda contra el canto criminal de una butaca.

Una mirada me distrajo de la página. La joven estaba cómodamente sentada junto a su ventana. Tenía un apunte de nariz bajo la mirada azul índigo y una barbilla deprimida que parecía intrusa en aquel rostro agradable. Pensé que vestía de estudiante hasta que descubrí sus zapatos de tacón de aguja al final de sus jeans y su camisa con los primeros botones desasidos para refrescar sus senos lácteos y escalfar mi pecho. Jugamos a esquivarnos la mirada, hasta que se durmió en posición fetal y yo intenté leer, aunque en realidad escribía mentalmente su supuesta historia de prostituta en viaje de negocios.

En una parada de caballos perdida a medio camino, las autoridades ferroviarias tuvieron la consideración de acoplar un segundo tren al nuestro y permitir que todos pudiéramos viajar con la estupenda novedad de un asiento. Perdí de vista a la mujer báltica, para desplazarme a mi nuevo vagón y leer de verdad.

Llegamos a Barcelona en noche cerrada, con mucho tiempo de retraso. En Sants Estació salí al exterior antes de tomar el metro. En los trenes, como en los cines o en los ambulatorios ya no se puede fumar. (Al aire libre sigue respetándose la tregua.) Absorví el tabaco y sus substancias molestas junto a una parada de taxis. Un guardia de seguridad me otorgaba tranquilidad. La plaza era caótica en tráfico rodado y de personas, y por todas partes se mezclaban gentes y vehículos de manera perpendicular o paralela. Es difícil coincidir con alguien conocido en lugares de paso como ese. Pero estaba a punto de agotar mi cigarrillo cuando apareció la dama del vagón, deambulando sin rumbo fijo sobre sus tacones empinados. Hacía más de una hora que formaba parte de mis recuerdos y allí estaba de nuevo con su leve equipaje de mano. Casi me rozó. La vi alejarse sobre el asfalto, esquivando taxis-avispa y -algo que hacía tiempo que no me sucedía- se giró para mirarme. Ambos sonreímos con tristeza, en la leve complicidad del viaje.

3 comentarios:

    I la noia dels pits làctics? què deu pensar? i el passejant? què va sentir?

     

    Hmmm, qué quieres que te diga, me hubiera gustado que fuera una cosa más pasional. Estas cosas de miraditas son para los quince. ¿Seguro que no nos ocultas nada?

     

    No s'hi val a copiar Violette, encara que això dels blogs no sigui un examen.

    La escena salvaje del lavabo en el vagón de tren la voy a guardar para mí Ilse. Además, la gente tampoco se la iba a creer.