El pequeño Hayden y los osos polares

Tengo llaves del domicilio Hayden, y sé cuándo no están en casa.

Entonces, me gusta entrar en la habitación del pequeño y dibujarle en el suelo una espiral o una estrella o un sol radiante alineando sus elefantes, jirafas, caballos, tigres, gallinas, dinosaurios, delfines... de la marca Schleich. Tiene una caja enorme de cartón y dos botes de plástico repletos de figuritas. Le encantan los animales y los reconoce a todos. Me entusiasma imaginar la cara expresiva que dibujará cuando descubra el desfile de mascotas inanimadas que han cobrado vida en su ausencia.

Hace pocos días, el piso permanecía vacío. Tomé tres osos grandes de peluche para acostarles en la cama del niño, con las sábanas cubriéndoles hasta la barbilla y unos cuentos abiertos sobre sus pechos cuya lectura les habría dormido.

Esta noche me ha llamado la señora Hayden alrededor de las nueve. Como siempre, el sobrino de cuatro años ha insistido en charlar conmigo, con su diálogo escaso. Traduzco la conversación que hemos mantenido en catalán.

-Hola tío.
-Hola tío no, ¿cómo me llamo?
-Tío.

(Se acuerda del nombre del hermano de mi cuñado, que tiene más letras que el mío, pero es incapaz de llamarme como Dios manda).

-¿Ya has cenado?
-No.
-Pídele a la mami que te haga macarrones.
-Espera que se lo digo.

(De fondo, se escucha a su madre explicándole que los macarrones se los cocinará la señora Sofía en la tierra de la niebla; esta noche toca verdura y pescado).

-Hola tío.
-Hola, ¿te darán un plato de macarrones?
-Sí.
-¿Seguro?
-Sí (miente).
-Y me guardarás la mitad para que venga a comérmelos dentro de un rato.
-No.
-¿Cómo que no? El tío también tiene hambre. ¿No me darás ni un poquito?
-No.
-Pues vendré y me los comeré todos.

(El niño ríe a carcajadas).

-¡Noooo!
-Ahora mismo me pongo los zapatos de caminar rápido, y vengo a devorarlos.
-Me esconderé en mi habitación con el plato de macarrones.
-Pero, sé dónde duermes y te encontraré.
-¡Noooo!

(No para de reírse).

-¿Viste el otro día que dormían tres osos en tu cama?
-¡Ohhh! ¿De verdad?
-¿No los recuerdas?
-No (duda).

(El pequeño Hayden se queda muy callado)

-¿De verdad no los viste?
-No.
-Eran pequeños y de colores y descansaban tapados hasta el cuello, ¿no te acuerdas?
-No. ¿Te dieron miedo tío?
-Ja, ja, ja, no hombre; dormían y eran bebés.
-¿Bebés?
-Eran pequeños.
-¿Y hacían ruido?
-Roncaban un poco.
-¿Cómo?

(Le reproduzco el sonido del ronquido de los osos por teléfono).

-Y... ¿por qué estaban en mi cama?
-Tenían sueño y, como estaba vacía, se acostaron allí.
-¿En mi litera o en la de arriba?
-En la tuya.

(A esas alturas de la conversación, comprendo que cree que le hablo de osos reales, como los del zoo, donde tiene carnet de socio infantil).

-¿Y eran grandes?
-No, no, no, eran chiquitos; no daban miedo, y dormían profundo. Habían subido por las paredes del edificio para descansar en tu dormitorio.
-¿Y de dónde venían?
-De Cambrils (el fin de semana pasado estuvo en esa población costera invitado por su novia Marina, de su misma edad, y todavía tiene fresco el nombre del pueblo).
-¡Ohhhhh!
-Resulta que en su país hace mucho frío en invierno y vienen a vivir a Cambrils porque hay sol. Cuando aquí hace calor, como sudan tanto tienen que regresar al Polo Norte. Y a mitad de camino les entró sueño y les encontré en tu litera.
-¿Dónde están ahora?
-Creo que esta noche la pasarán en tu colegio.
-¡Ohhhhh! Quiero ir a verles. ¿Me llevas tío? ¿Me llevas?
-Si me das macarrones...

Mi hermana coge el teléfono; me pregunta qué le explico al pequeño Hayden que tiene los ojos como platos.

-Nada, temas de hombres.
-No le cuentes cosas raras, que luego no duerme.

Cuando ejercía de hermano mayor, me inventaba para ella relatos protagonizados por una familia de vaquitas. Abría unos ojos como platos, exigiendo una historia tras otra, hasta que los iba guiñando entre bostezos, y se dormía en aquella habitación de la granja de los caballos compartida en la infancia.

No tengo hijos reconocidos, y desconozco si me gustaría tener dos o tres camadas oficiales a mi cuidado. Pero en las criaturas admiro ese punto de ingenuidad que los mayores perdimos lamentablemente con la primera menstruación o el primer afeitado.

Esta tarde regresaba a casa cargado con la compra. Una niña, de la edad del pequeño Hayden, acababa de orinar junto a un árbol. Su madre le arreglaba la ropa, cuando le ha preguntado: "¿Qué dirá la gente si me ha visto hacer pipí aquí?". Entrañable.

Normalmente les caigo bien a los pequeños (también a los ancianos y a los perros; aunque carezco de la misma suerte con las mujeres de entre veinte y cincuenta años). Hace poco hablaba con una princesita por teléfono, de esas que dicen "xí" en lugar de "sí", y que se admiran con grandes exclamaciones cuando les cuentas algo sorprendente. No recuerdo el motivo, pero comenzamos a reírnos sin continencia. Con su alegría, me restó veinte años de vejez; no los suficientes como para ser su novio en la escuela y que me invitara a Cambrils o a Salou o a Reus para señalarme con sus deditos anillados los osos polares que invernan allí.

1 comentarios:

    Joaaan!!!
    te envie un email ;/ y no tube resposta...estube en bcn..
    charles tb!

    pero ahora ya estoy en Brasil..
    piensando en una manera de volver a bcn xDD

    besos.. te echo de menos! :P