Sterling

El próximo mes se cumplirán veinte años de la muerte de Sterling Hayden y pocos recordarán el aniversario o, ni siquiera, que existió.

Era actor. Su imagen permanecería en nuestro apartado de la memoria dedicado a los grandes mitos si hubiera mostrado una actitud exhibicionista frente a la vida. Pero era una persona rocosa y solitaria, y nada le importaba pasear su estatura por las alfombras de Hollywood. Un periodista le exigió una definición solemne de la palabra cine: "Es sólo un trabajo, tío".

Cuando murió en mayo de 1986, Ángel Fernández-Santos hizo una hermosa necrológica para el periódico El País. Destaco: "Estuviera donde estuviera era siempre de otro lugar. Ante cualquier raza. era de otra estirpe. Frente a cualquier poder, era enemigo".

No se había formado en ninguna escuela de interpretación, simplemente tenía el físico y la gestualidad y la locución adecuados para enamorar una cámara y un micro. "Estudiar para ser actor es como ir al colegio para aprender a ser alto", sentenció otro extraño animal cinematográfico llamado Robert Charles Duran (Robert Mitchum) en una ocasión.

Hayden es el pistolero profesional que podría asesinar a todos los presentes en una escena tensa de saloon en Johnny Guitar, pero evita con la palma de su mano que el vaso que rueda por la barra se estrelle contra el suelo y se precipiten los disparos; acto seguido toma su guitarra y obliga al baile entre la dama y el cowboy causantes del conflicto. Hayden es el frustrado ladrón de Atraco perfecto viendo volar impasible sus dólares robados en la escena final del aeropuerto. Hayden es el delincuente herido de muerte que sólo desea llegar a la granja en que sus padres criaban caballos, conduciendo medio inconsciente su automóvil en La jungla de asfalto. Personajes todos que podrían ser peligrosamente agresivos, pero que optan por la inmolación, como Hayden en su propia vida.

En los años cincuenta trabajó para los mejores directores: Ray, Kubrick, Huston. Hasta que Hollywood le pareció fastidioso y emprendió la fuga para vivir en el camino (en pensiones de paso, durmiendo al raso, en gabarras sobre el Sena cercanas a París) como otra gente de la generación beat norteamericana.

Le rescataron del olvido jóvenes directores en los años setenta. Fue el patriarca pobre y campesino (palabras sinónimas) que moría plácidamente junto a un campo de trigo maduro en Novecento de Bertolucci. También el escritor alcoholizado de El largo adiós de Altman. Son dos grandes películas y quien no las haya visto ha perdido unas horas imprescindibles.

La mayoría de sus cintas figurarían en cualquier selección del mejor cine, pero casi nadie se acuerda de que lleva veinte años en la cuneta del olvido.

Siempre me gustó la marginalidad de ese actor y me apetecía parecerme a él. Sólo conseguí, en una ocasión, que el hombre que cuida animales dijera frente a mi pareja de entonces que yo era como un lobo solitario (previa promesa de invitarle a una copa). Es lo más cercano que he estado jamás de Sterling Hayden. Aunque me duela, el hombre que se casó con mi hermana guarda más semejanzas con el actor. Por eso me refiero a él como el señor Hayden.

Nunca le he hablado de esto. Por tanto, tampoco sabe que el intérprete americano redactaba textos que raramente publicaban las editoriales. Hace tiempo, encontré uno de sus escritos en inglés y le pedí al hombre que traduce que lo pasara al castellano:

De paso

Para que sea realmente emocionante, un viaje por el mar, como la propia vida, debe basarse en unos cimientos firmes de desasosiego financiero. En caso contrario, se está condenado a una travesía rutinaria, la que conocen los navegantes que juegan con sus barcos en el mar: hacer «cruceros», creo que le llaman.

Viajar por el mar pertenece a los marineros y a los vagabundos del mundo que no pueden ni quieren adaptarse. Si se contempla la posibilidad de realizar una travesía y se dispone de los medios, mejor abandonar la empresa hasta que cambie la fortuna. Solamente entonces se aprenderá lo que es el mar.

«Siempre he querido navegar por los Mares del Sur, pero no puedo permitírmelo». Lo que estos hombres no pueden permitirse es no ir. Están enmarañados dentro de la disciplina cancerosa de la «seguridad.» Y cuando se venera la seguridad, arrojamos nuestras vida debajo de las ruedas de la rutina, y antes de que nos demos cuenta nuestras vidas se han ido.

¿Qué necesita, realmente, un hombre? Un poco de comida cada día, calor y cobijo, dos metros donde tumbarse, y alguna forma de trabajo que proporcione un sentido de realización. Esto es todo, en el sentido material. Y lo sabemos. Pero nuestro sistema económico nos lava el cerebro hasta que terminamos sepultados bajo una pirámide de pagos a término, hipotecas, aparatos ridídulos, juguetes que nos desvían la atención de la pura simplicidad de la charada que es la vida.

Los años pasan estrepitosamente. Los sueños de la juventud se van desvaneciendo y cubriendo de polvo en las estanterías de la paciencia. Antes de que nos demos cuenta, la tumba está sellada.Entonces, ¿dónde está la respuesta? En elegir. ¿Qué queremos: la bancarrota del bolsillo o la bancarrota de la vida?

Por Sterling Hayden (1916-1986), marino extraordinario

1 comentarios:

    No siempre es fácil tomarse así la vida, como una continua apuesta a la supervivencia. Aún así, me encantan este tipo de actores, como Hayden, Bogarde o George Sanders, el maravilloso Addison DeWitt de _All about Eve_, que acabó tomándose una sobredosis de Nembutal en Casteldefells. Tuvo el detalle de dejar una nota de suicidio, esta: "Querido Mundo, te dejo porque estoy aburrido. Siento que ya he vivido lo suficiente. Te dejo con tus preocupaciones en esta dulce cloaca - Buena Suerte."