Manel

Suena la alegre bossa nova en mi radio, transcurridas pocas horas desde que me llamara la voz temblorosa de mi padre para decirme que Manel ha muerto. Se estrelló con el coche contra el muro de los difuntos.

Nadie te llamaba Manel, eras simplemente Manolo, el pobre tipo de cuarenta y ocho años que se quedó en su granja para cuidar a los padres.

Eras mi primo hermano, algo mayor que yo, huraño como yo, soltero como yo, campesino -en el fondo como yo-. La última vez que te vi cazabas pájaros con una red y me disgustó la imagen de la agonía entre las mallas.

De eso hace bastante tiempo. Siento no haberte comocido más; hablar contigo, aunque eso habría sido complicado porque a los dos nos encantaban los silencios.

Después de la notificación telefónica de tu defunción, he salido a pasear con el señor Gris al Turó Parc. Se ha mezclado el sabor amargo de la noticia con la sensación dulce de un correo inesperado de la mujer con la voz más bonita del mundo que me invitaba al esfuerzo para sentirme alegre para siempre.

Pero hoy cuesta mucho. Camino hacia ninguna parte, reflejado en los escaparates de las tiendas de moda, pensando en ti.

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